La mitológica paternidad
En sus dos tomos sobre los mitos griegos, Robert Graves cuenta que Zeus -padre de todos los dioses- estuvo embarazado varias veces. De su cabeza nació Atenea y de su muslo, Dionisio. Tal vez por eso en la mitología griega -fundadora, por otro lado, de los mitos occidentales- la figura paterna se funde un poco con la materna. En ella, lo masculino y lo femenino aparecen vinculados íntimamente. Algo similar planteaban también las culturas indígenas de América (por ejemplo, la de los matacos del Chaco argentino), donde aún persisten historias que hablan de niños engendrados en el cuerpo de los hombres. El primer padre, sin ir más lejos es Dios. Y esta idea de que el padre no es externo a la gestación del hijo fue la base de varias teorías modernas que avalan aquello de que un padre no nace, sino que se forma. Según los psicólogos, tener esto en claro desde un principio, permite comprender mucho mejor las cuestiones esenciales de la función masculina.

Claro que los tiempos que corren han cambiado sustancialmente esta visión. Es más: se dice a menudo que la definición de padre ya no corresponde a la realidad, que los tiempos han cambiado y que las nuevas generaciones (de los 20 años a los 40 y pico) han modificado ese papel. Lo han ensanchado y enriquecido. Lo han convertido, por decirlo de alguna manera, en algo indefinido.

Hoy la publicidad y los medios de comunicación, sobre todo la TV, hablan mucho del "padre moderno"; de ese que supuestamente cumple casi los mismos roles que una madre: cambia al bebé, le da la leche, lo baña, juega con sus hijos, hace las compras y hasta lleva al colegio a los niños. Pero casi no se habla del "padre presente". Es decir, ese padre que se toma el tiempo para escuchar a su hijo, que habla de sí mismo con él, que vive los momentos más importantes del niño y que se muestra como una sola unidad con la madre, siempre sin perder su principal rol: el de inculcar valores y principios morales antes que bellas maneras.

"Realmente nunca he podido entender a esos padres que dicen: 'yo le dedico 15 minutos a mi hijo... pero esos 15 minutos ¡son de calidad! No los entiendo porque nunca 15 minutos pueden llegar a ser un tiempo de calidad. La calidad necesita precisamente tiempo. Necesita del silencio, del compartir paseos, de sentarse a tomar un helado o de leer de a dos. Eso es calidad", sentenció días atrás el director del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral, Carlos Camean Ariza. El especialista, que disertó en Tucumán la semana pasada y cuya entrevista se publica hoy en la página 5 de Tucumanos, dejó en claro también la absoluta necesidad de que los padres estén presentes en la vida de sus hijos. No a la manera de un modelo publicitario o de un prototipo de gendarme que sólo hace preguntas para mantener controlados a sus hijos, sino como aquel que dedica el tiempo necesario para alimentar el vínculo. Porque estar presente es sinónimo de estar disponible y atento, de mostrar ganas y de alimentar el diálogo fecundo con menos televisión y más lectura. No siempre se logra, claro está, pero la vida es un balance de momentos y hay que intentar que los positivos superen a los que no lo son. 

El gran novelista francés Honoré de Balzac inmortalizó en "Eugenia Grandet", una frase que sacude el alma. Dice: "Los padres para ser felices tienen que dar. Dar siempre, eso es lo que hace un padre". En nuestra sociedad hace falta eso justamente: padres que den un poco más de tiempo a sus hijos; más comprometidos con su rol que con la imagen de paternidad que venden los medios. Y eso es una realidad que ni la mitología puede cambiar.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios