Criminales desesperados, imbéciles, sucios

Criminales desesperados, imbéciles, sucios

El comienzo tiene algo de atraco mezclado con el cuento para niños del pastorcito mentiroso. La idea es robar un garito que cuenta con protección de la mafia. Sólo hay un antecedente, de hace algunos años, que obligó a cerrar estos casinos clandestinos durante un tiempo. Justamente, la decisión de hacerlo responde a que el hampón que regentea el establecimiento se embriagó y confesó que fue él quien organizó el golpe anterior: se robó a sí mismo. Así que quien idea el asalto asume que, en esta segunda oportunidad, todos darán por sentado que se trata de "una más" del mismo risueño impune.

Ese es el extremo de la madeja que se enrrolla en Mátalos suavemente, la película que vuelve a reunir a Brad Pitt y al director Andrew Dominik, después de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007).

Lo que sigue es una sucesión de delincuentes con vidas reventadas. Desde un ratero de mala muerte sin horas de lucidez, que bajo los efectos de las drogas ilegales cuenta gratuitamente la verdad del robo en la timba, hasta un mítico asesino venido a menos, que ahora cobra con descuento porque es un despojo humano entregado al alcohol, la depresión y las prostitutas baratas.

Esa desmitificación del mundo de ilegalidad atraviesa los 97 minutos del filme: no hay cerebros infalibles, ejecutores implacables ni códigos sacralizados, sino abundancia de imbéciles peligrosos, desesperados con armas, desgraciados sin higiene y delincuentes desagradables.

El reparto es deslumbrante. Y las caracterizaciones son muy buenas, pero la trama se torna por momentos lenta, las escenas de James Gandolfini (el famoso Tony Soprano de la serie de HBO) difieren casi exclusivamente en la escenografía y, en definitiva, pese a la tensión que acumulan varios tramos del filme, el asunto nunca termina de explotar. Ni al estilo de Snatch: cerdos y diamantes (2000), ni al de El padrino (1972).

Pero si acaso este es el déficit de la cinta, hay otro costado que le da ribetes sublimes. Como si fueran textos dentro de un texto, los recursos de realidad que se cuelan, llamativos aunque sin estridencias, van configurando la moraleja de Mátalos suavemente. Aunque la novela original está ambientada en los 70, está película se sitúa temporalmente en las elecciones presidenciales de EEUU de finales de 2008, cuando Barack Obama derrota a John McCain y se convierte en el sucesor de George W. Bush.

A lo largo de la película se cuelan esos vacíos y estereotipados mensajes proselitistas de demócratas y republicanos, que apelan al imaginario de la confianza y la solidaridad norteamericana. Sin embargo, el capitalismo atraviesa el mundo criminal y marca el ritmo de la marginalidad desde los lúmpenes hasta las altas esferas de la mafia.

Los rufianes de poca monta han montado un lucrativo negocio de secuestro de perros de raza y cobro de rescate. Cuando logren ahorrar un monto determinado, "ascenderán en la escala social" del hampa: comprarán y revenderán heroína. Y los señores del crimen, que jamás aparecen en escena, no sólo deciden acerca de la vida y la muerte: también sobre las tarifas de esos trabajos. Porque, en definitiva, "es la economía, estúpido..."

Al matón se lo cargará el asesino profesional. Pero al asesino profesional se lo llevará puesto un sujeto de saco y corbata, que mira las noticias mientras toma un trago en la barra de un bar. Y así la sociedad sigue muriéndose, cada vez con menos suavidad.

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