Por Rodolfo Casen
09 Noviembre 2012
PLEGARIAS. En las tumbas, los vecinos rezan por sus seres queridos. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL
El humo envuelve la romería que comienza a divisarse a lo lejos. De a poco se hace más intenso el aroma de los asados y choripanes que se preparan mientras se acerca el mediodía. La gente va y viene con flores o velas en las manos. Parece una fiesta. Pero en este caso no hay música y los rostros adustos revelan la angustia que genera la ausencia de los seres queridos.
Es la feria que se levanta en el Día de los Fieles Difuntos frente al cementerio de Tafí Valle, ubicado en las laderas del cerro El Pelado, un kilómetro y medio al este de la ruta 307. Allí, cada año se instalan más de medio centenar de puestos de venta de comidas, ropa, calzados, quesos, artesanías, CDs, DVDs, juguetes y flores.
"Acá traés un perro y ese perro se vende", resume Alberto Romano, de la capital. Los vendedores llegan de todas partes de la provincia y se incorporan a una tradición que viene desde hace mucho tiempo. "Esto de reunirse frente al cementerio es de la época de nuestros ancestros. Este es el único cementerio de los Valles de Tafí y en este día llega gente de todas las comunidades de la zona, como Rodeo Grande, El Rincón o Entre Ríos. Son lejanas y por se instalaron los puestos, para que los visitantes puedan comer algo antes de volver a casa", explica Pedro Centeno, de El Potrerillo.
La feria, con sus ofertas multiplicadas, es aprovechada por los lugareños que visitan a sus difuntos para comprar también otras cosas que necesitan. "Llegué con la intención de comprarme un buen pantalón y veré si le consigo un par de zapatillas a mi hijo Jorge", confiesa Luis Navarro. Los puesteros siempre arriban al lugar con enormes expectativas de ventas. La tormenta que se desató la noche anterior les había generado preocupación. Afortunadamente el sol reapareció durante la mañana. "Comencé a venir con mis flores hace varios años. Aquí se puede conseguir una buena ubicación llegando con tiempo. Yo me instalé ayer a la mañana. Es un buen día para vender. Y esto se da también para el Día de las Cruces, en mayo", apunta Roxana Muñoz.
El trueque es otra práctica común en la feria. Algunos vallistos traen comidas, verduras o frutas que intercambian con los visitantes de Santa María o de Amaicha por maíz capia (una variedad andina) o algarroba. María Centeno, de El Rodeo, hizo masitas para cambiarlas por capia o cayotes. "En realidad este es un día de reencuentros con los familiares que llegan desde distintos lugares de los cerros. Por esa razón también traemos comida, para compartirla con ellos. O directamente vamos a algún puesto de venta", apunta María.
Rezos y ritos
En el interior del cementerio aparece la otra cara de la feria. La gente reza y prende velas en las tumbas diseminadas por un terreno que se eleva y que está tapizado de flores multicolores.
El ritual cristiano se mezcla en algunos casos con el de la cultura originaria. La tumba de Pedro Sequeira, fallecido en enero pasado, acumula como ofrendas botellas de vino, vasos y cigarrillos. En otra tumba cercana se escuchan rezos en voz alta, mientras algunas copleras improvisan cantos para sus muertos.
Doña Yolanda Navarro, de Casas Viejas, dice que le molesta un poco que frente al cementerio se levante una feria, como si se tratara de un lugar para los negocios cuando es un sitio para rezar por aquellos que ya no están. "Puede ser comprensible que se venda comida para la gente que viene desde lejos, alguna a caballo o a pie; pero lo demás no me gusta", sentencia.
La feria se disipa casi al anochecer. A esa hora el vino patero y la cerveza ya hicieron efecto en aquellos que se entusiasmaron en los puestos. Algunos se dejan llevar por sus caballos, que avanzan entre las sombras a paso lento. El cerro los traga, para devolverlos otra vez al pueblo el próximo año.
Para el día de la muerte
"Al que muere aquí se lo despide bien, de la mejor manera", comenta María Centeno. Así se refiere a un ritual ancestral que se repite cada vez que fallece una persona en los Valles Calchaquíes. Es una costumbre muy particular y revela el vínculo más amistoso que mantienen los lugareños con el más allá.
"Es muy común repetir que si no tenés una vaca nadie va a ir a tu velorio. Y es un poco cierto. Por eso toda familia tiene preparado un animal, para matarlo el día en el que le toque viajar a algún miembro", añade.
Un asado imponente es compartido por todos los que llegan a acompañar a los condolientes. En algunos casos son dos los vacunos sacrificados: uno para la noche del velorio y otro para cuando finaliza el rezo de las 9 noches. Se cree que en ese último día es cuando el alma del fallecido concluye su despedida definitiva de la Tierra.
"Con un sentido profundo de la trascendencia, se trata de no llorar. Sí, en cambio, de hacer de la despedida un acontecimiento que nadie olvide. Siempre respondiendo a los deseos del difunto que parte en viaje al cielo", explica la docente Mercedes Fernández.
En el cajón del fallecido se colocan sus elementos más usados o queridos, como un sombrero, una bota o un pañuelo. Además de ser envuelto en la mortaja y con un cordón al que se le hacen nudos de acuerdo con la cantidad de hijos que tuvo, al talón del calzado se le saca el taco. "Es que no debe dejar huella en el viaje, para que su alma no intente regresar por las noches", agrega Mercedes.
Según esas mismas creencias, cuando un niño muere se transforma en ángel. Por eso es envuelto en tul blanco y se le colocan alas hechas de papel. "La criaturita es vestida o manipulada solo por otros niños -indica-. Las manos de los mayores son consideradas sucias de pecados y entonces pueden dañar la pureza del angelito".
Sin registros
El cementerio de Tafí del Valle no dispone de registro de ingresos de los difuntos que descansan en la ladera del cerro. "Es algo inadmisible que no se sepa la nómina de la gente sepultada y su ubicación. Es decir que aquí se está expuesto a que cualquiera venga y sepulte a un muerto sin que nadie sepa de quién se trata", denunció Vilma Centeno.
Ella sufrió una experiencia desagradable cuando al cajón con el cuerpo de su hija Emilse, fallecida en 2000, lo cambiaron de sepultura sin que nadie le consultara nada. Un día llegó y encontró la tumba vacía. Después se enteró de que la habían reubicado en otro lugar del cementerio. "Hice una demanda judicial contra las autoridades municipales por profanación. A mi hija la recuperé al poco tiempo. Se tuvo que abrir el cajón y debí reconocerla. Fue realmente desgarrador", recordó Vilma. Ella espera que la municipalidad de Tafí del Valle abra lo más pronto posible un registro de ingreso al camposanto.
Es la feria que se levanta en el Día de los Fieles Difuntos frente al cementerio de Tafí Valle, ubicado en las laderas del cerro El Pelado, un kilómetro y medio al este de la ruta 307. Allí, cada año se instalan más de medio centenar de puestos de venta de comidas, ropa, calzados, quesos, artesanías, CDs, DVDs, juguetes y flores.
"Acá traés un perro y ese perro se vende", resume Alberto Romano, de la capital. Los vendedores llegan de todas partes de la provincia y se incorporan a una tradición que viene desde hace mucho tiempo. "Esto de reunirse frente al cementerio es de la época de nuestros ancestros. Este es el único cementerio de los Valles de Tafí y en este día llega gente de todas las comunidades de la zona, como Rodeo Grande, El Rincón o Entre Ríos. Son lejanas y por se instalaron los puestos, para que los visitantes puedan comer algo antes de volver a casa", explica Pedro Centeno, de El Potrerillo.
La feria, con sus ofertas multiplicadas, es aprovechada por los lugareños que visitan a sus difuntos para comprar también otras cosas que necesitan. "Llegué con la intención de comprarme un buen pantalón y veré si le consigo un par de zapatillas a mi hijo Jorge", confiesa Luis Navarro. Los puesteros siempre arriban al lugar con enormes expectativas de ventas. La tormenta que se desató la noche anterior les había generado preocupación. Afortunadamente el sol reapareció durante la mañana. "Comencé a venir con mis flores hace varios años. Aquí se puede conseguir una buena ubicación llegando con tiempo. Yo me instalé ayer a la mañana. Es un buen día para vender. Y esto se da también para el Día de las Cruces, en mayo", apunta Roxana Muñoz.
El trueque es otra práctica común en la feria. Algunos vallistos traen comidas, verduras o frutas que intercambian con los visitantes de Santa María o de Amaicha por maíz capia (una variedad andina) o algarroba. María Centeno, de El Rodeo, hizo masitas para cambiarlas por capia o cayotes. "En realidad este es un día de reencuentros con los familiares que llegan desde distintos lugares de los cerros. Por esa razón también traemos comida, para compartirla con ellos. O directamente vamos a algún puesto de venta", apunta María.
Rezos y ritos
En el interior del cementerio aparece la otra cara de la feria. La gente reza y prende velas en las tumbas diseminadas por un terreno que se eleva y que está tapizado de flores multicolores.
El ritual cristiano se mezcla en algunos casos con el de la cultura originaria. La tumba de Pedro Sequeira, fallecido en enero pasado, acumula como ofrendas botellas de vino, vasos y cigarrillos. En otra tumba cercana se escuchan rezos en voz alta, mientras algunas copleras improvisan cantos para sus muertos.
Doña Yolanda Navarro, de Casas Viejas, dice que le molesta un poco que frente al cementerio se levante una feria, como si se tratara de un lugar para los negocios cuando es un sitio para rezar por aquellos que ya no están. "Puede ser comprensible que se venda comida para la gente que viene desde lejos, alguna a caballo o a pie; pero lo demás no me gusta", sentencia.
La feria se disipa casi al anochecer. A esa hora el vino patero y la cerveza ya hicieron efecto en aquellos que se entusiasmaron en los puestos. Algunos se dejan llevar por sus caballos, que avanzan entre las sombras a paso lento. El cerro los traga, para devolverlos otra vez al pueblo el próximo año.
Para el día de la muerte
"Al que muere aquí se lo despide bien, de la mejor manera", comenta María Centeno. Así se refiere a un ritual ancestral que se repite cada vez que fallece una persona en los Valles Calchaquíes. Es una costumbre muy particular y revela el vínculo más amistoso que mantienen los lugareños con el más allá.
"Es muy común repetir que si no tenés una vaca nadie va a ir a tu velorio. Y es un poco cierto. Por eso toda familia tiene preparado un animal, para matarlo el día en el que le toque viajar a algún miembro", añade.
Un asado imponente es compartido por todos los que llegan a acompañar a los condolientes. En algunos casos son dos los vacunos sacrificados: uno para la noche del velorio y otro para cuando finaliza el rezo de las 9 noches. Se cree que en ese último día es cuando el alma del fallecido concluye su despedida definitiva de la Tierra.
"Con un sentido profundo de la trascendencia, se trata de no llorar. Sí, en cambio, de hacer de la despedida un acontecimiento que nadie olvide. Siempre respondiendo a los deseos del difunto que parte en viaje al cielo", explica la docente Mercedes Fernández.
En el cajón del fallecido se colocan sus elementos más usados o queridos, como un sombrero, una bota o un pañuelo. Además de ser envuelto en la mortaja y con un cordón al que se le hacen nudos de acuerdo con la cantidad de hijos que tuvo, al talón del calzado se le saca el taco. "Es que no debe dejar huella en el viaje, para que su alma no intente regresar por las noches", agrega Mercedes.
Según esas mismas creencias, cuando un niño muere se transforma en ángel. Por eso es envuelto en tul blanco y se le colocan alas hechas de papel. "La criaturita es vestida o manipulada solo por otros niños -indica-. Las manos de los mayores son consideradas sucias de pecados y entonces pueden dañar la pureza del angelito".
Sin registros
El cementerio de Tafí del Valle no dispone de registro de ingresos de los difuntos que descansan en la ladera del cerro. "Es algo inadmisible que no se sepa la nómina de la gente sepultada y su ubicación. Es decir que aquí se está expuesto a que cualquiera venga y sepulte a un muerto sin que nadie sepa de quién se trata", denunció Vilma Centeno.
Ella sufrió una experiencia desagradable cuando al cajón con el cuerpo de su hija Emilse, fallecida en 2000, lo cambiaron de sepultura sin que nadie le consultara nada. Un día llegó y encontró la tumba vacía. Después se enteró de que la habían reubicado en otro lugar del cementerio. "Hice una demanda judicial contra las autoridades municipales por profanación. A mi hija la recuperé al poco tiempo. Se tuvo que abrir el cajón y debí reconocerla. Fue realmente desgarrador", recordó Vilma. Ella espera que la municipalidad de Tafí del Valle abra lo más pronto posible un registro de ingreso al camposanto.