La Cámpora va por todo y Cristina jaquea a Macri

Patricia Vega
Por Patricia Vega 02 Septiembre 2012
"En mi provincia, que tiene el salario más importante de todo el país, el ausentismo llega a 47,12% y en otras todavía es más alto. Tienen cuatro horas (de trabajo), frente a la jornada laboral obligatoria de ocho horas para cualquier trabajador y la suerte (de tener) tres meses de vacaciones, frente a trabajadores que tienen vacaciones mucho más reducidas. ¿Cómo es posible que cada vez que nos tengamos que reunir con sus dirigentes siempre tengamos que hablar de salarios y no hablemos de qué pasa con los pibes que no tienen clases?". Estos duros conceptos, que están en línea con lo que ha sido la crítica de lo más rancio del conservadurismo sobre los supuestos "beneficios" de la actividad docente, no fueron pronunciados por Mauricio Macri, el enemigo público de los maestros porteños, sino por la Presidenta, el 1º de marzo, cuando inauguró el período de sesiones en el Congreso.

Fue toda una bomba aquello de Cristina Fernández, para lo que es la tradicional defensa de las conquistas del gremio, pero además porque muchos de los conceptos presidenciales ya no están más en discusión, salvo en círculos plagados de prejuicios. Ocurre que hoy los criticados tres meses de vacaciones se transforman en uno solo en el caso de los directivos (enero), quizás con algunos días más de gracia entre los profesores de secundaria y a lo sumo en 40/50 días en la primaria, mientras que las famosas cuatro horas en al aula se hacen a diario ocho o nueve, si se les suma la tarea que los docentes preparan en sus casas y ni qué decir si algún docente tiene dos o tres estaciones escolares al día. Sin embargo, tras aquella andanada presidencial de escarnio público de hace apenas cinco meses no pasó nada, porque para los sindicalistas de hoy (como para muchos otros en diferentes ámbitos) valen más los alineamientos políticos y los favores que les otorga el poder que las banderas de reivindicación. Sólo así se explica que la marcha que hicieron los gremios docentes más virulentos ante la Jefatura de Gobierno porteña haya sido copada por La Cámpora. Bajo la fachada de una protesta gremial, lo que se generó en la Avenida de Mayo fue un claro acto de carácter político.

En la movida no sólo hubo protestas por la separación de seis docentes de sus cargos por haber realizado una parodia para denostar la política educativa frente a chicos de siete años en una escuela pública, sino que también se aprovechó para criticar la negativa del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a dejar que los militantes K hagan bajadas de línea partidaria en los colegios. Algunas personas con sus bocas tapadas por cintas adhesivas referían a ambos episodios, el primero seudo-gremial y el segundo netamente político, también criticado por la jerarquía eclesiástica por la supuesta intromisión en escuelas católicas.

Sólo como mención comparativa y para marcar una flagrante contradicción, hay que observar que un día antes, en la Panamericana, se registró un cambio notorio en lo que había sido la política de permisividad del kirchnerismo durante nueve años, cuando el viceministro de Seguridad, Sergio Berni, al frente de la Gendarmería, desactivó una protesta de integrantes de Barrios de Pie que había hecho colapsar la circulación. "Las rutas no se cortan", disparó el militar en uso de licencia, casi como un grito de guerra en defensa de los sufridos automovilistas que vienen pidiendo lo mismo desde hace años. Y fue más allá para explicar el giro: "El problema es cuando la protesta está teñida de condimentos políticos", razonó Berni a la hora de justificar del desalojo, y responsabilizó a Hermes Binner, al intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino, y a Macri de ser los autores intelectuales del corte.

En cuanto a la motivación formal de la marcha de maestros y camporistas, el relato oficial volvió a cambiar los términos del problema y se centró no en reprochar la actitud de los docentes sino en quejarse por lo "desproporcionado" de la pena (traslado de establecimiento) sin que un sumario haya probado si son o no responsables.

Más allá de la política, quienes se subieron al escenario para hacer por fuera de toda currícula una representación caricaturesca de Macri y del ministro de Educación, Esteban Bullrich, hoy los encargados de dictar por voluntad democrática de los ciudadanos porteños los lineamientos educativos, cometieron dos graves faltas de carácter profesional: ignoraron la madurez de los alumnos y traicionaron la confianza de los padres. El mismo día de la marcha, y en línea con el clima de desproporciones, "los pibes" porteños de las escuelas públicas no tuvieron clases.

En tanto, la línea gratuita que Bullrich hizo instalar para que los padres pudieran denunciar las actividades proselitistas en los colegios fue rápidamente desactivada por una jueza, mientras que, menos ortodoxo, el senador Aníbal Fernández le pidió al Jefe de Gobierno que se lo meta en sus entrañas. Para el kircherismo, lo que hacen sus militantes, una práctica habitual de regímenes totalitarios, no debería dar derecho a quejas, mientras que el teléfono de Macri fue rebautizado "0800 facho".

Justamente, fue una vez más la Presidenta la encargada de dar la visión ideológica al tema, cuando reivindicó el "derecho" de los jóvenes a hablar de política "en la escuela, en la casa, en la calle, en la universidad y en dónde quieran, porque no somos un país fascista".

No dijo nada de los jardines de infantes y se cuidó de mencionar a la primaria y el caso de las imitaciones, pero se refirió a "determinada dirigencia política del país" que hoy ejerce "prácticas similares a las que tenía el estalinismo que escuchaba, espiaba la gente y que fomentaba la denuncia contra el otro". "Es curioso que se digan liberales y, sin embargo tengan prácticas de regímenes totalitarios", tiró a varias bandas la Presidenta no sólo para darse un margen para invertir la secuencia de los hechos y sacar del foco la acción de los jóvenes kirchneristas, sino para atacar a Macri, pegarle al liberalismo y, de paso, meter cizaña entre los opositores, emparentando al Jefe de Gobierno ya no con los años '90, sino con Mussolini, Hitler y Stalin, nada menos.

Está claro que el Gobierno lo usa de puching ball a Macri, mientras éste sigue sin definir un discurso que enamore. Como hace un tiempo supuso que ser condescendiente con la Presidenta le daba rédito porque nadie se tiraba contra ella ni contra las posturas de la izquierda populista, ahora, no atina a defenderse del aluvión K, que lo jaquea por los cuatro costados (escuelas, subtes, depósitos de Banco Ciudad y ahora, Polo Audiovisual).

Si hay algo de lo que el kirchnerismo puede ufanarse es de haber transformado al término "derecha" en una mala palabra y hasta quienes tienen posturas de simpatía con conceptos universales, como libertad, institucionalidad o mercado a veces tienen vergüenza de reconocerlo. No se sabe si porque lo cree vulnerable para disputarle la ciudad, un distrito que es una espina clavada en el corazón K o porque es una jugada para no darle aire a otras fuerzas, lo cierto es que Cristina ha ungido a Macri como el opositor más visible. Pero, el jefe del PRO sigue mostrándose timorato a la hora de armar no ya un frente opositor, sino un explícito polo de centro-derecha que el país no tiene. Es un galimatías para Macri, ya que su poca disposición a generar definiciones concretas, le ha dejado a Daniel Scioli y ahora a José Manuel de la Sota, la posibilidad de liderar, algo más al centro del actual oficialismo, una oposición desde dentro del mismo peronismo, donde están justamente los votos que él no tiene.

No se puede dejar de enlazar la movida juvenil proselitista en las escuelas que reivindicó la Presidenta y sus menciones a esa franja etaria con el voto adolescente, un proyecto de sufragio optativo para jóvenes de entre 16 y 18 años que esta misma semana estará a consideración de la Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado. La iniciativa podría ir en combo con otra que se ha echado a rodar para permitirle votar en presidenciales y legislativas a los extranjeros que tengan más de dos años de residencia. Desde la política, lo que se verificó es un amplio rechazo entre las filas opositoras a ambos proyectos, aunque convertirlos en Ley parece factible para el kirchnerismo. Los que los rechazan, probablemente lo estén haciendo más que nada por lo mismo que el Gobierno los impulsa, por conveniencia política, ya que creen que los extranjeros de países limítrofes van a votar por el oficialismo para mantener los planes sociales y piensan que los jóvenes, seducidos por la Presidenta, y por el trabajo de base de La Cámpora, también preferirán al kirchnerismo.

Más allá de esas especulaciones y prejuicios, hay elementos que deberían considerarse en el caso del voto para los menores de edad: únicamente seis países en el mundo permiten el voto a menores y que los demás no lo hacen porque consideran que aún la persona no ha llegado a cumplir con el proceso de maduración necesario que le permita un juicio equilibrado sobre cuestiones tan delicadas como la elección de sus representantes.

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