Las ciudades escritas

Las ciudades escritas

"La literatura -dice Antonio Tabucchi citando a un poeta- es la demostración de que la vida no nos basta". El viaje, como parte de la vida, no nos basta. Es necesario el ejercicio de la literatura. Y eso es lo que hace Tabucchi en Viajes y otros viajes, el libro que publicó Anagrama en castellano pocos días antes del viaje definitivo del autor, el 25 de marzo pasado.

26 Agosto 2012

Tabucchi narra viajes, cuenta experiencias que ya son en la nostálgica escritura, episodios, escenas; recorridos que ya son recuerdos narrativos, encuentros que ya son evocaciones críticas. Tabucchi escribe sus viajes y en ese acto rutinario y mecánico convierte a las experiencias en la materia huidiza y diáfana, hermosa y fatal de la literatura.

Su libro Viajes y otros viajes podría llamarse Ciudades y otras ciudades. O Ciudades y otros ensayos literarios. Tabucchi repasa con mirada lúcida y fascinante el mapa que los años han hecho con las ciudades heterogéneas que ha visitado. Viajes... no es un libro de viajes. Es un libro de crítica literaria y cultural. Es un libro que entreteje las ciudades con la literatura, la lupa crítica con la calle perdida, la mirada amenazada por la ciudad con el pensamiento preciso y estético sobre el mundo y los libros.

Tabucchi dice en la conversación que antecede a las crónicas que le parece feo viajar pensando en escribir. Tabucchi cumple con su mínima doctrina. Los textos no son meras crónicas de viaje sino micro ensayos sobre la experiencia del viaje y sobre la literatura.

Para Tabucchi, todo viaje es un lúcido pretexto. Un pretexto para el pensamiento, para la crítica. Se podría decir que Tabucchi cumple el dictamen de Wilde: ensaya, en este libro, el viaje como la forma moderna de la crítica. El viaje autobiográfico como una forma indirecta de la crítica. En estas páginas pletóricas de versos y de referencias históricas, llenas de pretéritos diversos, el viaje es una forma de filosofía del pasado, una filosofía del tiempo. Tabucchi reflexiona, a pesar suyo, sobre aquello que continuamente se pierde, que continuamente deja de ser. En el viaje, el huidizo acontecer, se potencializa. Todas las cosas y las personas fluyen, quedan atrás, y se convierten en un curioso ejemplo del hermoso y fascinante río del pasado que vuelve al inasible presente, que vuelve como recuerdo utópico, imposible.

Los viajes y los libros
El primer texto consigna un viaje mínimo, incandescente, revelador. Narra el viaje en tren desde su pueblo a Florencia. Lo lleva un tío. Este, además de conocedor de arte, es alguien que quiere darle al niño Tabucchi una formación. Y Tabucchi, recuerda, ya mayor, esa experiencia. ¿Y qué recuerda? Evoca la mirada de niño desde la perspectiva del escritor.

"...Tío, ¿qué hay que hacer para ver a los ángeles? Y él me contestaba: para ver a los ángeles hay que saber sujetar el pincel". En esa frase enigmática del tío se cifra la idea de este libro: para viajar hay que saber escribir el viaje.

Continuamente se queja de los viajes del turista típico, del turista kitsch, aquel que solo ve, de manera fugaz y prefijada, las locaciones establecidas por las empresas de viajes. Justamente, saliendo de ese recorrido, Tabucchi recomienda caminar unas cuadras y visitar, en Pisa, una posada en la que vivió Giacomo Leopardi desde el otoño de 1827 al verano de 1828.

"Pisa fue amada por Leopardi y la ciudad le reservó una cálida hospitalidad". Pero la ciudad fue algo más para el poeta. Pisa le permitió retomar la escritura, luego de una profunda crisis. Escribe Tabucchi: "Consiguió desgarrar la telaraña de la depresión y renació a nueva vida". Allí escribió A Silvia y La resurrección. Para el final, se reserva una confesión bibliófila. Como todo lector, busca en una calle perdida, una librería de viejo. Con contenida emoción, se pregunta: "¿Quién sabe si ese turista que se ha evadido durante unos pocos minutos del camino marcado no acabe regresando a su autobús como una reliquia".

En París, Tabucchi no se detiene en los monumentos consagrados. Como si hiciera el viaje en contra de las guías turísticas, anota: "Todas las guías turísticas nos dirán que todas las obras de Delacroix expuestas en place Furstenberg son "menores", dado que las mayores se hallan en el Louvre". Tabucchi nos convence de lo contrario. En la casa taller de Eugene Delacroix, se pueden ver los instrumentos musicales del pintor, los utensilios que recogió en su viaje por Andalucía, Marruecos y Argelia. "En Marruecos, Delacroix tuvo el privilegio de entrar en un harén y la tristeza de esas mujeres prisioneras le provocó una profunda emoción".

Como en Citizen Kane, como en Hamlet, Tabucchi se vale de la duplicación escénica: narra un viaje dentro de un viaje y el lector siente que asiste a una estructura de espejos que multiplica el sentido de la realidad. "Delacroix escribió un diario que es uno de los más fascinantes libros de viaje del siglo XIX francés. Era también un escritor de talento, y sus textos sobre la pintura y el arte revelan una mano literaria insólita para quien está avezado a los pinceles. Sus consideraciones acerca de la música son admirables, y explican su gran amistad con Chopin, de quien pintó indiscutiblemente su más hermoso retrato". De la casa de Delacroix nos vamos con la íntima necesidad de leer ese diario. ¿Para qué sirve un viaje si no es para viajar por otros medios?

Lisboa, ciudad de saudade: casi se podría decir que esta crónica-ensayo es la síntesis del libro. Tabucchi sostiene que es imposible comunicar con palabras de otra lengua el sentimiento de la saudade. Y este sentimiento de imposibilidad es, de alguna forma, el bello escozor que atraviesa el libro. Todo hace suponer que Tabucchi experimenta en el viaje, o en la escritura del viaje, esa extraña alegría de la nostalgia recordada con calma, esa extraña melancolía que acude, presurosa, en el texto que recupera el viaje. La saudade es, entonces, la felicidad nostálgica por lo ya visto que se recupera, tardía y desenfocada, en la hoja, ese viaje que ya no existe pero que vive como melancolía en el papel.

Después de muchos kilómetros en auto, Tabucchi y su esposa, María José, llegan a Ürgüp, ciudad principal de Capadocia. Tabucchi describe la zona como un paisaje lunar que mezcla cenizas, lodo y fango, una extraña mezcla del Gran Cañón norteamericano y la Capilla Sixtina. La idea no es de él sino de un amigo matemático, quien lo impulsó a conocer Capadocia con esa frase que escapa a los dictámenes de la lógica. En Ürgüp, recuerda el escritor, Pasolini rodó su Medea. Las poblaciones se pierden en las rocas, en medio de una sequedad apabullante. En el interior de esas montañas, ocultas, están las múltiples capillas e iglesias que guardan poderosas obras de arte bizantino. Para el final del relato, Tabucchi guarda un recuerdo imposible. En el pequeño e incomparable hotel que cruza lo antiguo, lo familiar y lo moderno, Tabucchi y su esposa coinciden con una famosa intérprete de arpa. Una tarde, sentados en la entrada del hotel, María José recita en un idioma comprensible para la intérprete, un verso de Pessoa: "Oh, tocadora de arpa, si pudiera besar tus gestos sin besar tus manos". Y ella, inmortal, toca un concierto para los tres.

En la última parte, Tabucchi escribe viajes sobre libros de otros. Comenta una historia de la literatura de Brasil y llama a este país "el edén de los remordimientos". Además de pensar el lugar del paraíso perdido, el libro que Tabucchi comenta y su viaje por el libro, reconstruyen los caminos idílicos que hizo la literatura de Brasil. Azorado, Tabucchi advierte que Brasil es, de alguna forma, la creación de una mirada de los europeos sobre el gran país. Es decir, un Brasil inventado para cumplir los caprichos, las ilusiones de los conquistadores. Es la teoría de Berkeley trasladada al imperialismo. Ser es ser percibido por el imperio.

Tabucchi visita innumerables lugares y parajes, escondidos y abiertos en los distantes puntos del orbe: Mongolia (a través del relato de una amiga), Bombay, Creta, Boa, Séte, Jerusalem, las ciudades imaginarias de Calvino, la geografía lúcida e inventada de Rezzori, los cercanos monumentos de dos poetas en Lisboa: Pessoa y de António Ribeiro Chiado. Los destinos se acumulan; las lecturas y los versos se acumulan. La lectura de estos viajes es un modo de leer la biblioteca amplia y benéfica de Antonio Tabucchi. Los viajes heteróclitos y dispersos conforman una invisible y grácil biblioteca. Las sombras y los tiempos, el aire rojo del oriente, el color iridiscente del mar o las hierbas medicinales de Creta evocan las diversas lecturas, los libros: las armas de Tabucchi.

A propósito de un exquisito y minucioso libro sobre la India, el escritor repasa el esfuerzo mental para escribir su novela Nocturno hindú. También escribe una crónica sobre las Islas Azores, en la lejana costa de Portugal, para revisar el plano de ensueño del personaje de Dama de porto Pim.

Ese decir, el viaje es una forma de la autobiografía. Y la autobiografía es una forma de la crítica. O, la crítica es la forma moderna de la autobiografía, como quería Wilde. Los vasos llenos de citas se comunican y arden, arden, como quería Octavio Paz. "La poesía es tiempo y arde". Y en este libro ese verso es real.

Coda
A pesar de haber recorrido medio mundo, Tabucchi sabe que el viaje no es solo una travesía turística. Quizás por eso confiesa en la nota inicial: "Pero tal vez falten los viajes más extraordinarios. Son los que no he hecho, los que nunca podré hacer. Que permanecen sin escribir o encerrados en su propio alfabeto bajo los párpados, por las noches".

El libro invita al viaje real pero también, y sobre todo, a realizar los íntimos recorridos literarios y críticos.

© LA GACETA Fabián Soberón - Escritor. Profesor de Teoría y Estética del Cine de la Escuela Universitaria de Cine.

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