Por Lucía Lozano
12 Agosto 2012
Una madre encadenó a su hijo porque no quiere que salga a robar para conseguir drogas
La creciente demanda y el aumento de los precios de los precursores dispararon el valor de las sustancias ilegales. El "paco", que antes costaba $ 5, ahora vale $ 10 o $ 15. Esto hizo que se multiplicaran los robos y la violencia. Los familiares de adictos no saben cómo pararlos. "Matar o morir es el destino de muchos", confesó un consumidor
"PREVENCIÓN". José es encadenado por su mamá para evitar que robe. LA GACETA / FOTOS DE INES QUINTEROS ORIO
Su pie, impregnado en tierra, permanece inmóvil. Seguramente estará acalambrado. Pero José no se queja. Trata de esconder esa cadena que envuelve su tobillo desde las ocho de la mañana. Son las tres de la tarde y le quedan aún cinco horas más en la misma posición: sentado en el patio de su casa, amarrado a la silla de madera. Las primeras veces intentó desatarse. Ahora, ha llegado a ese estado en el que ya no tiene fuerzas para nada. Sus atrapantes ojos verdes transmiten un dejo de tristeza.
- "¿Te gustaría volver a estudiar?", le pregunto.
- "Sí, me gustaba la escuela, hace mucho la dejé", responde, bajo la mirada seria de su madre, Erica Lescano. Tiene siete hijos; tres de ellos son adictos a las drogas. Todos duermen en una pequeña y desvencijada casilla, a poquísimos metros del río Salí, del lado de la capital tucumana. La mujer decidió mantener encadenado a su hijo de 16 años por miedo y desesperación. "La cosa se puso muy fea por aquí", apunta. Se refiere a que en el último año se duplicó el precio de las drogas y eso sumó más inseguridad. Ahora, para poder consumir los adictos tienen que robar más.
"El otro día salió a asaltar para drogarse y lo golpearon entero. Casi lo matan", cuenta Erica. El temor se multiplica en las voces de las madres de los tres barrios que recorrimos: Costanera Norte, El Palomar y Santo Cristo II (los últimos dos pertenecientes a Banda del Río Salí). En estos sitios, para poder consumir sustancias ilegales los adictos no dudan en poner en juego sus vidas.
"Vivimos con la angustia de saber que en cualquier momento alguien golpeará la puerta para avisarnos que nuestro hijo ha muerto o que ha matado a alguien", dice Elsa Juárez, vecina de El Palomar. Su hijo tiene 26 años, aunque por el efecto de las drogas su cerebro ya es como el de un niño de 10 años, cuenta.
"Matar o morir es el destino de muchos aquí", dice -así, sin anestesia- Leandro. Tiene 22 años y en pleno mediodía está sentado sobre una vereda de tierra del barrio Santo Cristo II, en Banda del Río Salí. Está esperando la señal del transa (vendedor de droga) para ir a comprar una nueva dosis de "paco", la basura que se obtiene en los procesos de elaboración del clorhidrato de cocaína.
Leandro añora las épocas en que estudiaba y jugaba al fútbol en Lastenia. Ahora, todo en su vida gira entorno al "paco". Desde que se levanta hasta que se acuesta tiene ganas de consumirlo. "A veces, me he quedado desnudo. Di todo lo que tenía puesto a cambio de la droga", cuenta el joven, y confiesa que ya le pintaron los dedos por una causa por robo agravado.
Hasta el año pasado, cada papelito de "paco" costaba $ 5. Ahora vale entre $ 10 y $ 15, detalla Leandro. "Lo que tiene esta droga es que te atrapa mucho, te descoloca, la necesitás y sos capaz de cualquier cosa por tenerla. Como aumentó de precio, las cosas se complicaron. Hay que salir a robar más. A veces vamos a juntar limones para venderlos o pedimos limosna", detalla.
Así de tramposo es el "paco": se supone que es una droga barata, pero su efecto (que no es placer, sino satisfacción de tenerlo) dura apenas unos minutos y entonces hay que comprar más, hasta 50 o 100 dosis por día.
La mayoría de las casas del barrio han sido desmanteladas por los consumidores de "paco", cuentan los vecinos. A cualquier hora, las calles son el escenario del andar cansino de adolescentes y jóvenes de cuerpos delgadísimos, envueltos en ropas sucias y gigantescas. Están descalzos y tienen los talones gastados. Su estado de salud es preocupante, dice el doctor Roberto González Marchetti, que en los últimos años dirigió el CAPS de la zona y nos acompañó a recorrerla. "Muchos de ellos son los desnutridos de 2002. A las secuelas que les dejó el hambre, ahora le suman las adicciones. El futuro que les espera es tremendo, hay que hacer algo", exclama.
Las otras sustancias
No sólo el precio del "paco" se incrementó. La inflación también llegó a las otras drogas que circulan por la provincia. El porro de marihuana, que costaba $ 5 ahora sale $ 15 y hasta $ 20, según nos informa una alta fuente policial. La tiza de cocaína (contiene 10 gramos) valía $ 120 y actualmente se la consigue desde $ 150 a $ 170.
El incremento responde a las reglas del mercado: aumentó el consumo y disminuyó la oferta, destaca la misma fuente. "El fuerte control de la venta que se implementó hace que el precio se eleve", indica. Otro aspecto que puede incidir es el aumento en el precio de los precursores químicos que se utilizan en el proceso de elaboración del clorhidrato de cocaína. Ahora también hay más controles sobre estas sustancias.
Los expertos en seguridad sabían que tarde o temprano esta "inflación" en el mercado del narcotráfico iba a tener un impacto en la seguridad. Para conseguir dinero, los consumidores arrebatan celulares y carteras, piden limosna y cartonean. Si no tienen efectivo, desmantelan sus casas o las de sus vecinos y cambian los elementos robados por "paco". En otros casos, se convierten en lo que se conoce como "trafiadictos": venden drogas para poder consumir. Y el negocio se expande.
Es miércoles a la siesta y a la vera del río Salí pasa un patrullero. No se detiene. "La Policía nunca para aquí", protesta Elsa Juárez. "¿Y los chicos del "paco" dónde están?", le pregunto. "A esta hora es cuando salen a robar. Más tarde se los ve drogándose. De noche no asaltan porque a esa hora no distinguen entre una persona y un poste", grafica la mamá, pegada a una ermita del Gauchito Gil, donde los "paqueros" se juntan a pedirle protección, mientras -paradójicamente- el humo asesino que sale de sus pipas los aniquila lento pero seguro.
- "¿Te gustaría volver a estudiar?", le pregunto.
- "Sí, me gustaba la escuela, hace mucho la dejé", responde, bajo la mirada seria de su madre, Erica Lescano. Tiene siete hijos; tres de ellos son adictos a las drogas. Todos duermen en una pequeña y desvencijada casilla, a poquísimos metros del río Salí, del lado de la capital tucumana. La mujer decidió mantener encadenado a su hijo de 16 años por miedo y desesperación. "La cosa se puso muy fea por aquí", apunta. Se refiere a que en el último año se duplicó el precio de las drogas y eso sumó más inseguridad. Ahora, para poder consumir los adictos tienen que robar más.
"El otro día salió a asaltar para drogarse y lo golpearon entero. Casi lo matan", cuenta Erica. El temor se multiplica en las voces de las madres de los tres barrios que recorrimos: Costanera Norte, El Palomar y Santo Cristo II (los últimos dos pertenecientes a Banda del Río Salí). En estos sitios, para poder consumir sustancias ilegales los adictos no dudan en poner en juego sus vidas.
"Vivimos con la angustia de saber que en cualquier momento alguien golpeará la puerta para avisarnos que nuestro hijo ha muerto o que ha matado a alguien", dice Elsa Juárez, vecina de El Palomar. Su hijo tiene 26 años, aunque por el efecto de las drogas su cerebro ya es como el de un niño de 10 años, cuenta.
"Matar o morir es el destino de muchos aquí", dice -así, sin anestesia- Leandro. Tiene 22 años y en pleno mediodía está sentado sobre una vereda de tierra del barrio Santo Cristo II, en Banda del Río Salí. Está esperando la señal del transa (vendedor de droga) para ir a comprar una nueva dosis de "paco", la basura que se obtiene en los procesos de elaboración del clorhidrato de cocaína.
Leandro añora las épocas en que estudiaba y jugaba al fútbol en Lastenia. Ahora, todo en su vida gira entorno al "paco". Desde que se levanta hasta que se acuesta tiene ganas de consumirlo. "A veces, me he quedado desnudo. Di todo lo que tenía puesto a cambio de la droga", cuenta el joven, y confiesa que ya le pintaron los dedos por una causa por robo agravado.
Hasta el año pasado, cada papelito de "paco" costaba $ 5. Ahora vale entre $ 10 y $ 15, detalla Leandro. "Lo que tiene esta droga es que te atrapa mucho, te descoloca, la necesitás y sos capaz de cualquier cosa por tenerla. Como aumentó de precio, las cosas se complicaron. Hay que salir a robar más. A veces vamos a juntar limones para venderlos o pedimos limosna", detalla.
Así de tramposo es el "paco": se supone que es una droga barata, pero su efecto (que no es placer, sino satisfacción de tenerlo) dura apenas unos minutos y entonces hay que comprar más, hasta 50 o 100 dosis por día.
La mayoría de las casas del barrio han sido desmanteladas por los consumidores de "paco", cuentan los vecinos. A cualquier hora, las calles son el escenario del andar cansino de adolescentes y jóvenes de cuerpos delgadísimos, envueltos en ropas sucias y gigantescas. Están descalzos y tienen los talones gastados. Su estado de salud es preocupante, dice el doctor Roberto González Marchetti, que en los últimos años dirigió el CAPS de la zona y nos acompañó a recorrerla. "Muchos de ellos son los desnutridos de 2002. A las secuelas que les dejó el hambre, ahora le suman las adicciones. El futuro que les espera es tremendo, hay que hacer algo", exclama.
Las otras sustancias
No sólo el precio del "paco" se incrementó. La inflación también llegó a las otras drogas que circulan por la provincia. El porro de marihuana, que costaba $ 5 ahora sale $ 15 y hasta $ 20, según nos informa una alta fuente policial. La tiza de cocaína (contiene 10 gramos) valía $ 120 y actualmente se la consigue desde $ 150 a $ 170.
El incremento responde a las reglas del mercado: aumentó el consumo y disminuyó la oferta, destaca la misma fuente. "El fuerte control de la venta que se implementó hace que el precio se eleve", indica. Otro aspecto que puede incidir es el aumento en el precio de los precursores químicos que se utilizan en el proceso de elaboración del clorhidrato de cocaína. Ahora también hay más controles sobre estas sustancias.
Los expertos en seguridad sabían que tarde o temprano esta "inflación" en el mercado del narcotráfico iba a tener un impacto en la seguridad. Para conseguir dinero, los consumidores arrebatan celulares y carteras, piden limosna y cartonean. Si no tienen efectivo, desmantelan sus casas o las de sus vecinos y cambian los elementos robados por "paco". En otros casos, se convierten en lo que se conoce como "trafiadictos": venden drogas para poder consumir. Y el negocio se expande.
Es miércoles a la siesta y a la vera del río Salí pasa un patrullero. No se detiene. "La Policía nunca para aquí", protesta Elsa Juárez. "¿Y los chicos del "paco" dónde están?", le pregunto. "A esta hora es cuando salen a robar. Más tarde se los ve drogándose. De noche no asaltan porque a esa hora no distinguen entre una persona y un poste", grafica la mamá, pegada a una ermita del Gauchito Gil, donde los "paqueros" se juntan a pedirle protección, mientras -paradójicamente- el humo asesino que sale de sus pipas los aniquila lento pero seguro.
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