Por Juan Pablo Durán
10 Julio 2012
Dos sánguches y dos tortillas por ver a Cristina
LA GACETA se subió a un colectivo rentado con militantes que fueron llevados al hipódromo para presenciar el acto. Quién manda y cómo funciona el clientelismo. Los códigos que se deben respetar para no perder "los privilegios" de formar parte de un espacio político oficialista
"¡Meta, meta, meta que salimos! ¡Se ponen todos los chalecos que en un rato les damos las bolsas!". Todos escuchan atentamente el vozarrón de "Bebé" y apuran el paso. Son las 10.30 de la mañana en el corazón de Villa Amalia, al sur de la capital. "Bebé" es el último en subir al colectivo de la línea 129, que fue alquilado para trasladar punteros y militantes barriales. Los pasajeros comienzan a subir de a uno. Hombres, mujeres y niños cumplen al pie de la letra el ritual que repiten todos los años, cada vez que el aparato movilizador del Gobierno busca hacer notar su poderío. Parado en la puerta del vehículo, un hombre de baja estatura y con cara de pocos amigos custodia con la tenacidad de un cancerbero una inmensa bolsa negra de consorcio, repleta de bultos individuales. Cada uno contiene dos "sánguches" de jamón y queso, dos tortillas y una botella chica de gaseosa. La ración es entregada a cada pasajero del ómnibus que partirá sin escala hacia el hipódromo. LA GACETA ingresa al micro y por detrás sube "Bebé". El hombre con cara de pocos amigos ofrece a este cronista el alimento que le servirá de combustible para vivar durante cuatro horas a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. "¡Agarrá la bolsa vos, que después no va a haber!", me increpa el pequeño hombre con cara de cada vez menos amigos. El vehículo se llena. Ya no cabe nadie más. "Bebé" cambia el tono de su voz y como si fuera una azafata de larga distancia imparte recomendaciones. "Acuérdense todos: este es el colectivo 187. Apenas termine el acto todos se suben al mismo ómnibus", grita el hombre de 41 años, quien hace más de 15 se desempeña como movilizador del concejal y escudero amayista Germán Alfaro.
Es el primer colectivo de un total de 200 que partieron ayer hacia la zona del parque 9 de julio y que fueron alquilados por la estructura municipal que encabeza el intendente Domingo Amaya. Otro puntero de menor rango se acerca y se incomoda ante la consulta acerca del precio que el municipio pagó por cada colectivo. "No sé, qué sé yo. Preguntá en la Municipalidad", responde casi con un gruñido. Daniel, otro movilizador, se tapa la boca con la mano y bisbisea: "cada colectivo cuesta $ 500, pero no todos fueron pagados porque Aetat también puso unos cuantos". "Bebé" asiente con su cabeza y agrega: "aquí no se le da dinero a nadie. Les damos la ración, el chaleco, y una bandera. Nosotros colaboramos porque tenemos beneficios todo el año. Sabemos que otros políticos le pagaron $ 50 a cada persona que fue llevada al acto. Nosotros trabajamos en política y esto es hacer política. Nosotros no arriamos gente", lanza "Bebé" con un convencimiento que asombra. Seguidamente, cuenta que el viernes Amaya y Alfaro arengaron a sus seguidores para la movilización de ayer. "Nosotros les explicamos a la gente de qué se trata todo esto para que sepan por qué los llevamos", explica "Bebé", quien cuela en la conversación una anécdota de su infancia. "Yo me crié en el conventillo donde vivían los trabajadores del ex ingenio Amalia. La gente piensa que, porque trabajamos con políticos, somos maleantes. No sé si te has dado cuenta de que este colectivo está lleno de familias. Nadie está tomando alcohol o se está peleando", se defiende.
El micro emprende el recorrido por avenida Roca. Aparece Lorena en escena. "Haceme la segunda", le dice a "Bebé" en código. Lorena comienza a repartir banderitas verde, blanco y celeste. Son los colores que hacen que "Viva la Ciudad", según Amaya. "¡Todos saquen las banderas por las ventanillas!", imparte la orden la joven mujer que dice militar en la Juventud Peronista. "¡A mí no me dieron mi gaseosa!", grita una niña de unos ocho años que viaja junto a sus cuatro hermanos. "Si no te dan la bolsa no nos vamos a bajar", amenaza su hermana mayor.
Otra caravana de colectivos se suma al interno 187. Sólo restan unas 10 cuadras para llegar a destino. En 15 minutos, la fría mañana se transformó en horno microondas. La ropa de abrigo empieza a pesar y el olor a choripán ingresa sin pedir permiso por las ventanillas.
"¡Todos abajo!", grita Lorena. No es Liniers. Pero se parece. El malón de punteros y gente movilizada comienza a enfilar hacia la entrada del hipódromo. Antes de ingresar al predio se produce un cuello de botella. La única manera de entrar es accediendo por un estrecho puentecito, ubicado sobre el canal Sur. La horda avanza y avanza. Cada vez hay menos espacio para circular. Se escuchan gritos de niños. Una mujer queda atascada y es ayudada salir. No es Liniers, pero se parece.
Las columnas con los colores verde, blanco y celeste comienzan a ingresar al predio. La tribuna norte empieza a poblarse hasta ser llenada. El objetivo está cumplido.
Es el primer colectivo de un total de 200 que partieron ayer hacia la zona del parque 9 de julio y que fueron alquilados por la estructura municipal que encabeza el intendente Domingo Amaya. Otro puntero de menor rango se acerca y se incomoda ante la consulta acerca del precio que el municipio pagó por cada colectivo. "No sé, qué sé yo. Preguntá en la Municipalidad", responde casi con un gruñido. Daniel, otro movilizador, se tapa la boca con la mano y bisbisea: "cada colectivo cuesta $ 500, pero no todos fueron pagados porque Aetat también puso unos cuantos". "Bebé" asiente con su cabeza y agrega: "aquí no se le da dinero a nadie. Les damos la ración, el chaleco, y una bandera. Nosotros colaboramos porque tenemos beneficios todo el año. Sabemos que otros políticos le pagaron $ 50 a cada persona que fue llevada al acto. Nosotros trabajamos en política y esto es hacer política. Nosotros no arriamos gente", lanza "Bebé" con un convencimiento que asombra. Seguidamente, cuenta que el viernes Amaya y Alfaro arengaron a sus seguidores para la movilización de ayer. "Nosotros les explicamos a la gente de qué se trata todo esto para que sepan por qué los llevamos", explica "Bebé", quien cuela en la conversación una anécdota de su infancia. "Yo me crié en el conventillo donde vivían los trabajadores del ex ingenio Amalia. La gente piensa que, porque trabajamos con políticos, somos maleantes. No sé si te has dado cuenta de que este colectivo está lleno de familias. Nadie está tomando alcohol o se está peleando", se defiende.
El micro emprende el recorrido por avenida Roca. Aparece Lorena en escena. "Haceme la segunda", le dice a "Bebé" en código. Lorena comienza a repartir banderitas verde, blanco y celeste. Son los colores que hacen que "Viva la Ciudad", según Amaya. "¡Todos saquen las banderas por las ventanillas!", imparte la orden la joven mujer que dice militar en la Juventud Peronista. "¡A mí no me dieron mi gaseosa!", grita una niña de unos ocho años que viaja junto a sus cuatro hermanos. "Si no te dan la bolsa no nos vamos a bajar", amenaza su hermana mayor.
Otra caravana de colectivos se suma al interno 187. Sólo restan unas 10 cuadras para llegar a destino. En 15 minutos, la fría mañana se transformó en horno microondas. La ropa de abrigo empieza a pesar y el olor a choripán ingresa sin pedir permiso por las ventanillas.
"¡Todos abajo!", grita Lorena. No es Liniers. Pero se parece. El malón de punteros y gente movilizada comienza a enfilar hacia la entrada del hipódromo. Antes de ingresar al predio se produce un cuello de botella. La única manera de entrar es accediendo por un estrecho puentecito, ubicado sobre el canal Sur. La horda avanza y avanza. Cada vez hay menos espacio para circular. Se escuchan gritos de niños. Una mujer queda atascada y es ayudada salir. No es Liniers, pero se parece.
Las columnas con los colores verde, blanco y celeste comienzan a ingresar al predio. La tribuna norte empieza a poblarse hasta ser llenada. El objetivo está cumplido.