05 Julio 2012
LA GACETA / ARCHIVO
Se apagó la vida de Lucrecia Rosenberg, artista plástica de gran renombre cuya obra abarcó algo más de medio siglo. En 2006, al cumplir 50 años junto a su pasión, la escultura, presentó una exposición de obras en pequeño formato realizadas en aluminio, bronce, cerámica y terracota.
"En realidad soy escultora monumentalista, pero, por razones de salud, tuve que reducir el tamaño de las obras. Las más grandes tienen entre 30 y 40 cm", le contó a LA GACETA en esa oportunidad.
Contrariando el mandato familiar -habían soñado con una hija doctora- ella fue discípula de José Alonso. a quien recordaba cariñosamente como su maestro.
A partir de ese momento, Rosenberg dedicó su vida a la escultura. Obtuvo el título de profesora en la Facultad de Artes, donde fue docente de Historia del Arte I y del Taller de Escultura, y directora del Departamento de Artes Plásticas de Aguilares, dependiente de esa unidada académica de la UNT.
Realizó una maestría en Historia del Arte en los Estados Unidos. Su espíritu incansable la llevó a realizar innumerables muestras, tanto individuales como colectivas, que le permitieron recorrer el país y el mundo con sus obras. Rosenberg dejó sus huellas en El Cadillal, en Lules y en Las Termas de Río Hondo, al igual que en Puerto Rico, Canadá, Israel, Australia y Cuba, país por el que sentía un especial afecto.
La temática que abordó en casi todas sus obras fue la mujer. "A lo largo de la historia hemos sido siempre postergadas", apuntó en uno de sus últimos reportajes.
A los 76 años ella decidió dejar de luchar tras padecer una cruel enfermedad, pero transmitió un importante legado en sus obras. Será recordada por su fidelidad a la escultura, en la que buscó renovados soportes a lo largo de su extensa trayectoria.
Se recordará su capacidad de trabajo, su agudo sentido del humor e ironía y las enseñanzas que sembró entre varias generaciones de quienes fueron sus alumnos.
"En realidad soy escultora monumentalista, pero, por razones de salud, tuve que reducir el tamaño de las obras. Las más grandes tienen entre 30 y 40 cm", le contó a LA GACETA en esa oportunidad.
Contrariando el mandato familiar -habían soñado con una hija doctora- ella fue discípula de José Alonso. a quien recordaba cariñosamente como su maestro.
A partir de ese momento, Rosenberg dedicó su vida a la escultura. Obtuvo el título de profesora en la Facultad de Artes, donde fue docente de Historia del Arte I y del Taller de Escultura, y directora del Departamento de Artes Plásticas de Aguilares, dependiente de esa unidada académica de la UNT.
Realizó una maestría en Historia del Arte en los Estados Unidos. Su espíritu incansable la llevó a realizar innumerables muestras, tanto individuales como colectivas, que le permitieron recorrer el país y el mundo con sus obras. Rosenberg dejó sus huellas en El Cadillal, en Lules y en Las Termas de Río Hondo, al igual que en Puerto Rico, Canadá, Israel, Australia y Cuba, país por el que sentía un especial afecto.
La temática que abordó en casi todas sus obras fue la mujer. "A lo largo de la historia hemos sido siempre postergadas", apuntó en uno de sus últimos reportajes.
A los 76 años ella decidió dejar de luchar tras padecer una cruel enfermedad, pero transmitió un importante legado en sus obras. Será recordada por su fidelidad a la escultura, en la que buscó renovados soportes a lo largo de su extensa trayectoria.
Se recordará su capacidad de trabajo, su agudo sentido del humor e ironía y las enseñanzas que sembró entre varias generaciones de quienes fueron sus alumnos.
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