17 Junio 2012
La casa tiene paredes de madera. En el techo hay chapas sostenidas con
ladrillos sueltos. Carolina Ortiz, vecina de Nueva Esperanza, en Tafí
Viejo, se ha despertado temprano para prepararle a su hija un licuado.
Es el único alimento que puede ingerir, ya que padece un trastorno
neurológico. Su situación es crítica: la niña tiene ocho años y pesa
sólo 14 kilos. No habla, no camina. La desnutrición que sufre empeora
con el paso de los años. "Y todo es más doloroso cuando la plata no
alcanza y sabés que en cualquier momento podés quedarte en la calle
porque esta casa no es nuestra", dice la joven mamá de cinco hijos.
Carolina vive con el recuerdo de quien iba a ser su ahijada, Myriam
Campero. La pequeña de un año y 10 meses falleció en 2002 como
consecuencia de una parasitosis. Era hija de su hermana, que ahora se
mudó junto a su numerosa familia a Leales. "Ahí consiguió trabajo mi
cuñado y están mejor", contó. La muerte de Myriam impactó fuerte en la
zona, adonde se ve mucha pobreza. Ahora hay más control de peso en los
niños y, para asegurarse que coman, en la escuela se les da desayuno,
almuerzo y merienda.
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