15 Junio 2012
El calor del público emocionó al maestro
Con sencillez y buen humor, César Pelli hizo un intenso repaso por su experiencia y sus obras ante un colmado teatro San Martín. El público también fue protagonista: le dio tanto afecto que al final el arquitecto decidió que el público hiciera todas las preguntas que quisiera.
EL MAESTRO Y UNO DE SUS HIJOS. La diapositiva con las torres Petronas se enseñorea en el teatro, mientras su creador ´da detalles de la construcción. LA GACETA / FOTOS DE INES QUINTEROS ORIO - EZEQUIEL LAZARTE
Sólo César Pelli supo qué es lo que le pasaba por la cabeza cuando se vio parado ahí, en medio de ese escenario del teatro que, aunque bien bautizado San Martín, para él sigue siendo el Odeón de su niñez.
Ayer, el arquitecto tucumano más famoso -un rótulo no por gastado menos cierto- se rindió emocionado ante la multitud que fue a escucharlo hablar de su vida y de su obra.
Si en las dos jornadas previas un Pelli afectuoso se había metido en el bolsillo a todos los tucumanos con los que se cruzaba en el camino, el de anoche terminó de cautivarlos, por su espontaneidad, por su pragmatismo macerado por años de vivir en los Estados Unidos, por su virtud para romper el protocolo. Y por su inteligencia (política) para medir las respuestas que, fuera de agenda, y por iniciativa propia, le formuló el público una vez terminada su conferencia.
"Para qué decir, estoy muy emocionado. Me va a costar un poquito reajustarme, porque estoy muy, muy emocionado. Es una maravilla", se sinceró el hombre alto y elegante, tras la vibrante ovación del público de pie que le había dado la bienvenida. Una vez recompuesto, apoyado por una pantalla por la que desfilaron las imágenes de los hitos más significativos de su carrera, el autor de numerosas obras arquitectónicas dispersas por el globo que ya son hitos arrancó con la "cocina" de su actividad. El primero de una larga serie de homenajes en clave comenzó cuando presentó a sus socios en el estudio Pelli - Clarke - Pelli y se detuvo en los nombres de su hijo, Rafael, y de Aníbal Bellomio, tucumano egresado de la Facultad de Arquitectura de la UNT. Y el último culminó cuando convocó al escenario a Julio Middagh, uno de sus anfitriones en esta estadía tucumana.
El viaje
En diálogo con su pasado, viaja al sexto grado de la primaria con la foto de la escuela Obispo Molina en la que, sonrientes, conviven, entre otros, la maestra Charo Suárez, mamá y papá Pelli y un César niño que señala "ese soy yo, con una florcita, no sé por qué".
Apenas rozando el alto taburete, láser en mano, deja correr una galería de imágenes que es una apretada síntesis de sus afectos, los más remotos, y los más nuevos. La Obispo Molina ha quedado atrás, el colegio Nacional llena la escena, y en la mente de Pelli brotan nombres que, en su gran mayoría, ya no están. En la primera fila de la platea, su viejo compañero y colega, el arquitecto Dante Diambra, lo saluda, compartiendo este privilegio de vivir para contarla -y cómo- a los 85 años.
Los viejos y queridos fantasmas que ha convocado Pelli siguen surcando el escenario del San Martín. Y Pelli, el homenajeado, termina devolviendo el golpe: De Lassaletta, "Chula" Saad, Abel Tannuré, Niklisson, "Sordo" Padrós, Lucía Ripolli... con sólo nombrarlos, el tucumano de los rascacielos le rinde tributo a esa escuela de Arquitectura de la UNT de fines de los años 50 que ha dado que hablar en el mundo. Surgen, inevitables, las figuras de ese Jorge Vivanco que, dice, le ha abierto la cabeza, le ha dado vuelo intelectual; y de aquel Eduardo Sacriste que lo hizo "enamorarse de los materiales y del lugar en el que uno trabaja".
Llega la hora de "la obra", y por la pantalla se suceden las imágenes de las Petronas, del World Financial Center con su inimaginable jardín de invierno, de la terminal para la TWA, en Nueva York, de la embajada de los Estados Unidos en Japón, de la renovación del Museo de Arte Moderno de New York (Moma), de diversas torres y complejos repartidos entre los Estados Unidos, Asia, México, Chile y España. Láser en mano, con tono didáctico, Pelli pone en evidencia lo que pregona: que no busca un estilo propio, porque eso sería vanidad. Que lo que cuenta es ponerse en la piel del cliente. Cuando llega la hora de mostrar "el backstage" de la obra de las Torres Petronas, cuenta: "esto me requirió meterme en la cultura malasia, en la religión musulmana". Eso sí, cuando le toca en turno a una iglesia en Nueva Orleans, muestra que a veces sí pone lo suyo. Ha puesto un Cristo levantado porque, apunta, "tiene un problema con los Cristos en la cruz". "Lo hablamos con el arzobispo- desliza- y no hubo problemas".
Cuando habla de otra de sus queridas criaturas - el Pacific Design Center, en San Francisco- le pega un guiño a la inmortalidad. Cuenta que esa obra, que ha arrancado en 1971, hace 40 años, y que él espera concluir en 2012, es "una buena noticia". "Uno tiene que seguir vivo, no puede morirse, porque hay que terminar el trabajo", afirma, dirigéndose a los estudiantes. Mientras tanto, extrae la cámara de fotos, le dispara al público, y con ese click queda inmortalizada, por lo menos, la noche en la que Pelli y sus viejos y queridos fantasmas volvieron al San Martín.
Ayer, el arquitecto tucumano más famoso -un rótulo no por gastado menos cierto- se rindió emocionado ante la multitud que fue a escucharlo hablar de su vida y de su obra.
Si en las dos jornadas previas un Pelli afectuoso se había metido en el bolsillo a todos los tucumanos con los que se cruzaba en el camino, el de anoche terminó de cautivarlos, por su espontaneidad, por su pragmatismo macerado por años de vivir en los Estados Unidos, por su virtud para romper el protocolo. Y por su inteligencia (política) para medir las respuestas que, fuera de agenda, y por iniciativa propia, le formuló el público una vez terminada su conferencia.
"Para qué decir, estoy muy emocionado. Me va a costar un poquito reajustarme, porque estoy muy, muy emocionado. Es una maravilla", se sinceró el hombre alto y elegante, tras la vibrante ovación del público de pie que le había dado la bienvenida. Una vez recompuesto, apoyado por una pantalla por la que desfilaron las imágenes de los hitos más significativos de su carrera, el autor de numerosas obras arquitectónicas dispersas por el globo que ya son hitos arrancó con la "cocina" de su actividad. El primero de una larga serie de homenajes en clave comenzó cuando presentó a sus socios en el estudio Pelli - Clarke - Pelli y se detuvo en los nombres de su hijo, Rafael, y de Aníbal Bellomio, tucumano egresado de la Facultad de Arquitectura de la UNT. Y el último culminó cuando convocó al escenario a Julio Middagh, uno de sus anfitriones en esta estadía tucumana.
El viaje
En diálogo con su pasado, viaja al sexto grado de la primaria con la foto de la escuela Obispo Molina en la que, sonrientes, conviven, entre otros, la maestra Charo Suárez, mamá y papá Pelli y un César niño que señala "ese soy yo, con una florcita, no sé por qué".
Apenas rozando el alto taburete, láser en mano, deja correr una galería de imágenes que es una apretada síntesis de sus afectos, los más remotos, y los más nuevos. La Obispo Molina ha quedado atrás, el colegio Nacional llena la escena, y en la mente de Pelli brotan nombres que, en su gran mayoría, ya no están. En la primera fila de la platea, su viejo compañero y colega, el arquitecto Dante Diambra, lo saluda, compartiendo este privilegio de vivir para contarla -y cómo- a los 85 años.
Los viejos y queridos fantasmas que ha convocado Pelli siguen surcando el escenario del San Martín. Y Pelli, el homenajeado, termina devolviendo el golpe: De Lassaletta, "Chula" Saad, Abel Tannuré, Niklisson, "Sordo" Padrós, Lucía Ripolli... con sólo nombrarlos, el tucumano de los rascacielos le rinde tributo a esa escuela de Arquitectura de la UNT de fines de los años 50 que ha dado que hablar en el mundo. Surgen, inevitables, las figuras de ese Jorge Vivanco que, dice, le ha abierto la cabeza, le ha dado vuelo intelectual; y de aquel Eduardo Sacriste que lo hizo "enamorarse de los materiales y del lugar en el que uno trabaja".
Llega la hora de "la obra", y por la pantalla se suceden las imágenes de las Petronas, del World Financial Center con su inimaginable jardín de invierno, de la terminal para la TWA, en Nueva York, de la embajada de los Estados Unidos en Japón, de la renovación del Museo de Arte Moderno de New York (Moma), de diversas torres y complejos repartidos entre los Estados Unidos, Asia, México, Chile y España. Láser en mano, con tono didáctico, Pelli pone en evidencia lo que pregona: que no busca un estilo propio, porque eso sería vanidad. Que lo que cuenta es ponerse en la piel del cliente. Cuando llega la hora de mostrar "el backstage" de la obra de las Torres Petronas, cuenta: "esto me requirió meterme en la cultura malasia, en la religión musulmana". Eso sí, cuando le toca en turno a una iglesia en Nueva Orleans, muestra que a veces sí pone lo suyo. Ha puesto un Cristo levantado porque, apunta, "tiene un problema con los Cristos en la cruz". "Lo hablamos con el arzobispo- desliza- y no hubo problemas".
Cuando habla de otra de sus queridas criaturas - el Pacific Design Center, en San Francisco- le pega un guiño a la inmortalidad. Cuenta que esa obra, que ha arrancado en 1971, hace 40 años, y que él espera concluir en 2012, es "una buena noticia". "Uno tiene que seguir vivo, no puede morirse, porque hay que terminar el trabajo", afirma, dirigéndose a los estudiantes. Mientras tanto, extrae la cámara de fotos, le dispara al público, y con ese click queda inmortalizada, por lo menos, la noche en la que Pelli y sus viejos y queridos fantasmas volvieron al San Martín.
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