La realidad siempre le gana a la testarudez

La realidad siempre le gana a la testarudez

Cristina Fernández es la presidenta de los argentinos, es terca, pero no infalible. Por suerte, ha quedado demostrado. Salvo en cuestiones de dogma, ya ni el Papa lo es y, que se sepa, los fundamentos del kirchnerismo-cristinismo son muy pobres todavía como para alcanzar esa estatura. Hasta a sus máximos cultores les cabe recular, aunque haya que hacerlo para endulzar el ajuste o porque quieren convencerse, en su mesianismo, que lo hacen por cuestiones tácticas, para tomar así un nuevo envión. Decir que la Presidenta se suele equivocar y que se le han encendido en el horizonte varias luces de alarma para que no se siga exponiendo es una mera descripción de lo que le ha pasado en estos días y la han impulsado a tomar decisiones para mostrar un perfil más racional. No todos suelen tener la suerte de ver a tiempo señales que se expresen con tanta claridad. De ella dependerá, de ahora en más, atender esas indicaciones o chocarse cada vez más duramente contra la realidad.

El papelón Reposo, el dólar y la aceptación que en materia de transportes hay problemas, allanándose a sumar al embrión del diálogo metropolitano a dos candidatos presidenciales que podrían hacerle sombra en 2015, han sido últimas acciones que llevaron a la Presidenta a tener un encontronazo feroz contra lo que Juan Perón llamaba "la única verdad". En todo caso, el paro del agro y la presencia de las cacerolas fueron parte de la reacción que se desató contra las ínfulas de instalar entre los argentinos cuestiones indubitables.

Por el golpe político que representó, el rodar de la cabeza de Daniel Reposo ha sido lo más trascendente, pese al cuidadoso tinglado que se montó para diluir el trago amargo, incluida la videoconferencia y el último respaldo presidencial a tanta pobreza profesional. Hasta el secretario Legal y Técnico de la Presidencia, el habitualmente parco Carlos Zannini, viajó a Tucumán para brindarle el "fuerte apoyo" del Gobierno.

A la vez, el funcionario dejó definiciones tajantes que para muchos son el sustento teórico de los errores que los augures le advierten a la Presidenta: "La política no tiene tanto poder como tienen las corporaciones. La verdadera tensión que existe es entre el poder concentrado y la política para ver quién ejerce el poder", disparó quizás como ideólogo de la idea de retroceder un paso para avanzar dos. La guerra en su máxima dimensión.

Desde sus anteojeras, Reposo también hizo lo suyo, ya que sazonó el derrumbe con cuatro cartas que se leyeron oficialmente desde la Casa Rosada, quien les dio entidad de verdades reveladas.

En el colmo de una actitud que desnuda su alambicado modo de proceder, en una de ellas, Reposo no dudó en hacerse el distraído para decirle al senador radical Luis Petcoff Naidenoff: "Ah... le comento que a partir de todo lo que se dijo en estos días me enteré que el promedio académico del Dr. (Raúl) Alfonsín en la carrera de abogado fue de 3,51". Según se relata en fuentes de la UCR, hasta la comparación que ensayó Reposo para disimular su pobre performance universitaria carece de rigor, ya que el 4,72 de su propia carrera poco tiene que ver con las 30 materias que debió aprobar el ex presidente, ya que en su época de estudiante (fin de los 40) se calificaba con un "aprobado" o un "insuficiente".

Pero no todo quedó allí de su parte ya que, si bien sangraba por la herida, el final de la frase apuntó a hacer una reivindicación sibilina del ex presidente fallecido. Con mucho de malicia, Reposo señaló que esperaba que ello no haya sido "considerado una mancha respecto del enorme aporte que ha realizado este hombre para la vida de los argentinos".

En este último sentido, para que su salida de escena sea con el acompañamiento de una fanfarria y esté acorde de todos los papelones que pasó, Reposo le agregó a la situación un "error de tipeo" conceptual que lo vuelve a dejar en ridículo, ya que si quiso decir que con ese promedio Raúl Alfonsín no pudo ni debió ser presidente de los argentinos niega el principio de la democracia y sobre todo queda al borde de la sospecha sobre su desconocimiento de la Constitución.

En el revoleo destinado a repartir culpas, olvidó recordar que quien tiene la obligación de tener un diploma acorde al puesto que pretende ocupar es, entre otros, el candidato a la procuración, porque tiene que sortear otros filtros que los directos que impone la ciudadanía. Los presidentes tienen que ser votados bajo precisas reglas constitucionales que no incluyen el promedio y lo mismo vale para un Alfonsín o un Fernández. Y flaco favor le hizo al oficialismo el postulante. Su pedantería, su poca cintura, sus nervios y el hecho de no poder hilar más de dos frases juntas o depender de un apuntador que lo acompañó las diez horas de examen frente a los senadores fueron los verdaderos artífices del paso al costado. Todo esto dejando de lado la lista de pecadillos que cometió con su currículum, las adscripciones partidarias casi fanatizadas hacia la Presidenta o hacia su amigo y mentor, el vicepresidente de la Nación o la mínima experiencia acreditada en materia penal, los que, a la luz del autoflagelamiento al que se expuso en la Cámara Alta, fueron veniales.

Pese a su trabada verborragia, no fueron los medios gráficos, sino las cámaras de televisión de todos los canales las que mostraron cómo él mismo se puso la soga al cuello y cómo dejó en órsay a los senadores oficialistas que deseaban sostenerlo, pero que a la vez mostraban su vergüenza o a la propia Presidenta que se había jugado por él. Su pobreza conceptual fue determinante para torcer varios votos cruciales. Tantas justificaciones que ha dado el ex postulante para enrarecer los análisis de los de afuera, pero también los de la interna del poder, donde mucho se jugaba con la designación Amado Boudou, no sirvieron para nada. Lo concreto es que todo fue para atrás porque a la hora del poroteo ya estaba claro que el pliego no tenía los números necesarios para conseguir la aprobación y que había olor a derrota en el Senado.

Con razón, la Presidenta no quiso pasar por una nueva 125 y mucho menos con el paro del campo en marcha. De allí que propuso a una reemplazante mucho más idónea que, al menos, tiene actividad como fiscal. Una vez más, la realidad le ganó a la testarudez.

La otra manifestación de gran descontento surgió a partir del cacerolazo del jueves, con 4 mil personas en la Plaza de Mayo y en simultáneo con el anuncio de la declinación de Reposo. Esta situación tiene dos aristas: la descalificación que se hace desde el Gobierno del estatus de la gente preocupada por el dólar, como si las protestas callejeras tuviesen un rango de tolerancia mayor si provienen estratos sociales más bajos y el ocultamiento oficial de la situación. ¿Por qué las protestas que vienen del norte le duelen más al Gobierno que las que vienen del sur? ¿Hay dos tipos de leyes al respecto? ¿Hay piqueteros de primera y otros de segunda? ¿Por qué se habla de desestabilización sólo en estos casos? Y como hay tantos preconceptos, para evitar que el malhumor se expanda y la novedad se difunda, lo mejor es ignorar la situación.

Esa noche, el cuasimonopolio oficial de prensa se movió al unísono. Ni Cristóbal López (C5N), ni Spolzky-Garfunkel (CN23), ni Vila-Manzano (América), ni el Grupo Olmos (Crónica), ni Alberto Pierri (26), ni la Televisión Pública creyeron que un desplazamiento callejero era noticia y no mandaron una sola cámara a la calle. El periodismo connota un derecho de edición, pero antes está el compromiso con las audiencias. En la misión de informar, que no es sagrada sino primordial, la cadena de amigos actuó al unísono. Así, el Grupo Clarín (TN) se quedó solo para que, al día siguiente, la cada día más nutrida grilla de radios K y "6 7 8" se despacharan con la consabida descalificación: "El cacerolazo de TN", lo bautizaron.

Quizás sin saberlo, con los dólares propios, la Presidenta sufrió otro traspié comunicacional. No por ideología, ya que los Kirchner siempre ahorraron en moneda extranjera, ella decidió anunciar que iba a cambiar su plazo fijo en dólares, por otro en pesos, en nombre de una difusa "batalla cultural". Más allá de que perderá dinero, ya que la inflación le va a comer el monedero, no es verdad que su acción sea del todo en favor del país, ya que haberlo dejado donde estaba tenía quizás el mismo efecto de marketing y no se hubiese sumado desde lo más alto del poder al drenaje de depósitos en dólares que no cesa.

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