Un reventón ensordecedor acompañó el sacudón que hizo caer de su cama al soldado Ramón Eduardo Saavedra. De repente la oscuridad, los gritos y la confusión. Eran las 16.15 del 2 de mayo de 1982 cuando el Crucero General Belgrano, de la Armada Argentina, fue atacado con torpedos por el submarino nuclear MHS Conqueror de la fuerza militar inglesa. Justo en ese momento Ramón estaba descansando, según recuerda, porque a la noche tenía que cumplir guardia en la enfermería. Confundido, se lanzó en un intento por salvar su vida: desesperación y una larga pesadilla. El recuerdo de esa experiencia aterradora aun martilla la memoria de este concepcionense, casado y padre de tres hijos.
Hoy se cumplen 30 años de aquel ataque que sumergió al Belgrano en las heladas profundidades del mar del sur, cerca de las Islas de los Estados. Perdieron la vida 323 argentinos. El episodio se inscribió en el marco de la guerra que mantuvo nuestro país contra Inglaterra por las Islas Malvinas. "Fue terrible lo que viví durante el conflicto armado y también después, cuando luego de cumplir con nuestra patria a todos los veteranos de Malvinas nos quisieron sepultar en el olvido. Los reconocimientos comenzaron a asomar recién hace unos pocos años", afirma Saavedra cuando, en diálogo con LA GACETA, repasó ese pedazo de historia del que fue protagonista como conscripto.
- ¿Qué recuerdos guardás de esa terrible experiencia?
- Esa tarde dormía. Entonces se produjo el impacto del primer torpedo. La explosión provocó un sacudón fuerte en el barco y quedó todo a oscuras. Como yo conocía la salida y no había sufrido lesiones logré salir rápido. Además recorría siempre todos los rincones porque mi tarea era distribuir los elementos de curación en los distintos sectores. Llegué a la enfermería y el personal internado ya había sido evacuado. En pocos minutos el barco ya tenía una inclinación importante.
- ¿Se hundió rápido?
- Si; yo estimo que en 45 minutos. El barco tenía 190 metros de largo y la parte más ancha llegaba a los 70 o 80 metros aproximadamente. El desafío para sobrevivir era llegar a la cubierta y abandonar el barco. Yo, en el momento que lo hice, sufrí por el apuro y la desesperación la quebradura de una de mis piernas y de la clavícula. Me detectaron esas lesiones tres días después, cuando fui rescatado de la balsa.
- ¿Cuanto duró lo peor del drama?
- La situación de terror se prolongó desde el mismo momento que nos torpedearon hasta que nos rescataron. Sentí el reventón, viví la pesadilla del abandono del barco, la desesperación por llegar a las balsas, los gritos y después el deambular por el mar a la espera del rescate.
- ¿Qué sentiste cuando se hundía el Belgrano?
- Sentí mucha tristeza y dolor por los que no habían podido escapar. Algunos sobrevivientes llegamos a cantar el Himno Nacional cuando el barco desaparecía. Fueron momentos difíciles. La bandera quedó puesta e izada en la parte del hangar del barco, en la popa. Así se fue al fondo del mar con toda la tripulación que quedó adentro.
- ¿Supiste por qué tardaron tres días en rescatarlos?
- Es que en la primera noche se produjo una tormenta muy grande, con vientos fuertes, y la misión era unir balsa con balsa para que en el momento del rescate se encontraran todas juntas. Pero el viento tironeaba de un lado para otro hasta que se cortaron los lazos que las unían. Las balsas se desparramaron y quedaron muy distanciadas. Entonces se demoró más el rescate.
- ¿Pensaste que te morías?
- Si, durante todo el tiempo que duró la experiencia. Primero en medio de la confusión de tratar de escapar sin saber lo que pasaba; después en la balsa, cuando comenzó a desinflarse porque, al parecer, estaban sin uso desde hacía mucho tiempo. El frío, el hambre y la angustia me desquiciaban. El alma me volvió al cuerpo cuando asomó el destructor Piedrabuena, que venía a rescatarnos. Luego permanecí varias semanas sin poder caminar, porque a causa del frío tuve principio de congelamiento en las piernas.
- ¿Y los demás ocupantes de la balsa, en que estado estaban?
- Había un chico muy malherido, y bañado en petróleo. Murió a las pocas horas, entre nosotros. Conservamos su cuerpo hasta el rescate. No lo tiramos al agua, como es la tradición.
- ¿Te parece que fue una agresión cobarde, ajena al conflicto?
- Lo que siempre comento es que el Belgrano contaba con 600 tripulantes antes de la guerra y cuando zarpó camino al sur, después del desembarco en Malvinas, se duplicó la cantidad de ocupantes. La mayoría eran infantes de marina, creo que alguna misión llevaba el Belgrano. Probablemente iba a hacer apoyo de desembarco o a entrar en combate en algún momento porque cargaba misiles. Se le había adaptado una base misilística. Se dice que no iba a la guerra, pero resulta inexplicable la cantidad de soldados que transportaba.
- ¿Cómo vivió tu familia esa situación?
- En ese entonces aun vivía mi abuela. Mis padres sabían que yo andaba en el barco por una carta que había mandado antes de zarpar. Después desconocían de lo mío hasta que mi papá, Segundo Ezequiel, viajó hasta Punta Alta, Bahía Blanca. Ahí pudo hablar con algunos oficiales de mando, pero con poca suerte. Le dijeron que yo estaba física y psíquicamente mal y que no me podía ver. Él, igualmente, insistió desesperado por verme. Al final, al pobre lo metieron preso y pasó una noche en el calabozo. Esas fueron las primeras municiones letales que recibimos los combatientes cuando regresamos. Además hubo muchas cosas tapadas, distorsionadas. Y luego... el olvido.
- ¿Superaste el trauma que te significó semejante experiencia?
- En gran medida sí, porque siempre pienso que en la vida hay que avanzar y no quedarse en el pasado. Así las cosas este año voy cumplir 29 años en una empresa eléctrica en la que trabajo y quedé efectivo. El 5 de junio de 1985 me casé y después nació mi hija. Tal vez algunos de los que estuvimos ahí ahora necesitemos más algún apoyo psicológico o psiquiátrico por lo que se vive en lo laboral o económico. Por ejemplo, a mí más me castiga el hecho de no tener una casa propia. También me golpea el no haber estado cuando mi viejo murió luego de sufrir un ACV.
- ¿Te encontrás con otros sobrevivientes de la guerra?
- En mi trabajo tengo a dos compañeros que fueron prisioneros. Ellos padecieron el temor ante la posibilidad de terminar fusilados por los ingleses. En Concepción también está Rodolfo Buada, otro sobreviviente del hundimiento. Y quedaron en el recuerdo porque murieron ahí el cabo Segundo Galván, de Río Seco, y el cabo Víctor Nieva, de Aguilares.
- ¿Ustedes sabían en qué misión iban cuando zarpó el Belgrano?
- No. Intuíamos que íbamos en misión de guerra o algo especial. Para mí era un apoyo de desembarco por la cantidad de infantes que se agregaron al personal.
- ¿Cuál es la aspiración que persiguen los veteranos de Malvinas?
- Que se reconozca a los cadáveres que están en las islas. Que no sólo sean reconocidos por Dios, como rezan las lápidas, sino por sus nombres, como todo ser humano. Así como se está reconociendo a las víctimas de la represión con modernos estudios, lo mismo se puede hacer con los que están en Malvinas.
Una tragedia y mucha polémica
De las 649 víctimas que arrojó la Guerra de Malvinas, 323 pertenecían a la tripulación del crucero General Belgrano. Esta tragedia, que marcó el inicio del enfrentamiento entre Inglaterra y la Argentina, tuvo también un lado polémico. El crucero se encontraba fuera de la zona de exclusión y navegando hacia el continente cuando sobrevino el ataque. Por eso, su hundimiento es considerado más como una necesidad política y no militar. De hecho, en ese momento estaba en curso la mediación del presidente peruano Fernando Belaúnde Terry, con grandes posibilidades de éxito. Muchos analistas internacionales consideran que Margaret Thatcher decidió precipitar las acciones bélicas en el archipiélago y por eso ordenó el ataque.