30 Marzo 2012
COMBATIENTES EN EL CONTINENTE. El rabino Felipe Yafe (en el centro, de barba), junto a soldados judíos en una base en Comodoro Rivadavia.
"Qué raro que vos por ser judío estés combatiendo acá", le decía un sargento al soldado Pablo Macharowski en medio de los bombardeos durante la guerra de Malvinas, como si su religión fuera incompatible con ser argentino. "Había una cosa de si uno era argentino o no. Era como que por el hecho de ser judío no terminabas de serlo", afirma Claudio Szpin, del Regimiento de Infantería Mecanizada 3, de La Tablada, provincia de Buenos Aires. Él debió sufrir esa discriminación de parte de sus superiores en medio de los enfrentamientos con los ingleses.
El antisemitismo y los sufrimientos que vivían los conscriptos israelitas durante el conflicto (bombardeos, hambre, frío y maltratos) hacían necesaria la asistencia espiritual de un rabino para que los ayudara a sobrepasar esos momentos difíciles.
Pero eso era toda una utopía, ya que los únicos que contaban con este beneficio en el país eran los de origen católico, que recibían la visita de los capellanes castrenses desplegados junto a las diferentes unidades.
En la Argentina, la única fe que podía prestar sus servicios en las Fuerza Armadas era la católica, algo que se mantiene hasta la actualidad. Las demás tenían las puertas cerradas a pesar de que muchos suboficiales y soldados profesaban otros credos.
Por eso, el envío de cinco rabinos para que asistieran espiritualmente a los soldados judíos que estaban desplegados en las islas y en la costa patagónica fue todo un hito en la historia del país, ya que nunca antes se había dado y nunca más volvió a repetirse.
Todo esto sale a la luz por primera vez en el libro "Los rabinos de Malvinas: la comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo", cuyos contenidos fueron explicados a LA GACETA por el autor, Hernán Dobry.
Lo que resulta más increíble es que la designación de los religiosos se dio durante la última dictadura militar, que estaba acusada por el antisemitismo que existía en sus filas y en los centros clandestinos de detención.
Pese a esto los rabinos pudieron viajar y prestarles asistencia espiritual a los soldados judíos desplegados en la Patagonia, aunque no los dejaron llegar a las Malvinas por razones que mezclan lo estratégico con prejuicios.
Uno de estos casos fue el general de división Osvaldo García, comandante del Teatro de Operaciones Sur, quien se oponía a que arribaran los rabinos a Comodoro Rivadavia, escala previa para ir a las islas, a pesar de que era una orden del Estado Mayor Conjunto (EMC).
Eso le provocó un enfrentamiento con su subalterno, el coronel Esteban Solís. "No vamos a aceptar a ningún rabino que venga para acá, porque no tenemos tiempo para recibirlos ni ocuparnos de eso. En este momento no vamos a hacer absolutamente nada de eso, de manera tal que si el Estado Mayor insiste veremos qué es lo que ocurre", le dijo García a Solís. Finalmente, recapacitó y permitió que pudieran cumplir con sus funciones.
Así, el rabino Baruj Plavnick viajó a Comodoro Rivadavia el 12 de mayo, en camino hacia Puerto Argentino, seguido por sus colegas Efraín Dines, quien debía quedarse en esa ciudad (luego fue transferido a Trelew) y Tzví Grunblatt, destinado a Río Gallegos. Luego, Plavnick fue remplazado por Felipe Yafe, y Grunblat, por su hermano, Natán Grunblat.
La negociación
La idea de enviar a los religiosos tuvo dos orígenes casi simultáneos que acabaron convergiendo en una sola gestión. La primera surgió del rabino Marshall Meyer, en una de las reuniones que solía realizar los sábados luego del servicio de Shabat en su departamento del barrio porteño de Belgrano.
Allí debatió con su asistente, Plavnick, sobre qué postura tomar frente a la recuperación de las Malvinas. Ante el apoyo de su colega a la medida de la Junta Militar, lo instó a que viajar a prestarles apoyo a los soldados judíos movilizados.
"Meyer me dijo: '¿vos sos tan argentino? Ahora, están llevando tropas, ¿por qué no hay un rabino en el Ejército, un capellán judío?'. Vos conseguime cómo viajar y yo voy", le respondió el religioso.
En seguida levantó el teléfono y se comunicó con el secretario general de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), Edgardo Gorenberg, para que buscara la forma de que un religioso fuera con las tropas argentinas.
Al mismo tiempo comenzó a mover sus contactos en la Dirección General de Cultos y logró que le hicieran un vínculo con el Estado Mayor Conjunto (EMC).
Esta inquietud sirvió para que los dirigentes comunitarios se movilizaran, al punto de que plantearon abiertamente el tema en la Sesión Plenaria de la DAIA realizada el 26 de abril. Para ese entonces, el operador político de la institución, Bernardo Fain, ya se había reunido con el jefe del EMC, el vicealmirante Leopoldo Suárezdel Cerro y le había solicitado la posibilidad de que los cerca de 200 soldados judíos movilizados en el sur y en las Malvinas contaran con apoyo espiritual.
Luego de varias idas y vueltas el marino le informó que las Fuerzas Armadas habían decidido aceptar su petición y que los rabinos partirían inmediatamente para cumplir con esta misión.
Los rabinos capellanes
El Ejército y la DAIA no sabían cómo manejar este tema, ya que era algo inédito para ambos, a pesar de que los militares tenían a los curas como capellanes. Por un lado, el EMC había estipulado que debían "vestir como Capellán", pero los religiosos no se ponían de acuerdo sobre qué hacer al respecto cuando llegaran a sus respectivos destinos.
Plavnick no quería usarlo por el significado que tenía el uniforme para él, ya que solía visitar las cárceles junto con Meyer para prestarles asistencia espiritual a los presos políticos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). En cambio, Grunblatt y Dines no tenían problema en utilizar el uniforme.
Finalmente descartaron la idea. Más allá de esto, nunca fueron considerados capellanes, a pesar de que los llamaban así en todos los documentos oficiales. Esto hubiera implicado otorgarles un sueldo, un grado militar equivalente al que recibían los curas y, luego, una pensión de por vida como retirados.
Esto no impidió que pudieran cumplir con su misión, salvo Plavnick, que nunca pudo llegar a las Malvinas como estaba previsto.
Los problemas
Plavnick arribó a Comodoro Rivadavia el 12 mayo, desde donde debía embarcarse a Puerto Argentino. Pero antes de partir Suárez del Cerro notificó a Fain que el cruce lo haría en un avión de la Cruz Roja que debía llegar al sur en esos días, en lugar de ir en uno de la Fuerza Aérea.
El cambio se debió a que el rabino era un civil y las aeronaves militares sólo se utilizaban para cruzar tropas y equipamiento. Esto demuestra que nunca fue considerado un capellán, como lo expresaban los papeles.
Eso hizo que el viaje se fuera postergando en el tiempo, ya que los miembros de la Cruz Roja, que estaban aguardando en Comodoro Rivadavia, tampoco podían llegar a las Malvinas porque la Fuerza Aérea no autorizaba a que el avión que los llevaría fuera hacia allí.
Las razones que aducían eran estratégicas. Por un lado, la pista de Puerto Argentino había sido bombardeada al comienzo de la guerra y simulaban que permanecía inutilizada, por lo que si ese avión aterrizaba les estarían dando una señal a los ingleses de que se encontraba operativa y podrían volver a atacarla.
Sin embargo, los miembros de la Cruz Roja y el representante de la Cancillería que los acompañaba, el embajador Federico Mirrré, creen que la verdadera razón por la que no querían que cruzara alguien que no fuera militar era que pudiera contar lo que se estaba viviendo en las Malvinas: el hambre, el maltrato y el frío, entre otros.
"El general García era uno de los que hubiera favorecido el traslado, no así el brigadier Crespo. Puede ser que haya sido una excusa política para evitar la presencia de la gente de la Cruz Roja. No lo descarto", afirma el diplomático.
Esto también lo percibía Plavnick. "Siempre tuve más que sospechas de que a los militares no les interesaba que fuéramos", explica. Y Yafe concuerda. "Uno de los motivos por los que no querían que fuera, era que no deseaban que alguien ajeno a la comunidad militar, sin pactos prexistentes, viera lo que estaba pasando", destaca.
Pese a esta postura, los cinco rabinos siguieron cumpliendo su tarea normalmente junto a los soldados desplegados en la Patagonia, una tarea inédita que nunca más se repetiría en la historia argentina.
El antisemitismo y los sufrimientos que vivían los conscriptos israelitas durante el conflicto (bombardeos, hambre, frío y maltratos) hacían necesaria la asistencia espiritual de un rabino para que los ayudara a sobrepasar esos momentos difíciles.
Pero eso era toda una utopía, ya que los únicos que contaban con este beneficio en el país eran los de origen católico, que recibían la visita de los capellanes castrenses desplegados junto a las diferentes unidades.
En la Argentina, la única fe que podía prestar sus servicios en las Fuerza Armadas era la católica, algo que se mantiene hasta la actualidad. Las demás tenían las puertas cerradas a pesar de que muchos suboficiales y soldados profesaban otros credos.
Por eso, el envío de cinco rabinos para que asistieran espiritualmente a los soldados judíos que estaban desplegados en las islas y en la costa patagónica fue todo un hito en la historia del país, ya que nunca antes se había dado y nunca más volvió a repetirse.
Todo esto sale a la luz por primera vez en el libro "Los rabinos de Malvinas: la comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo", cuyos contenidos fueron explicados a LA GACETA por el autor, Hernán Dobry.
Lo que resulta más increíble es que la designación de los religiosos se dio durante la última dictadura militar, que estaba acusada por el antisemitismo que existía en sus filas y en los centros clandestinos de detención.
Pese a esto los rabinos pudieron viajar y prestarles asistencia espiritual a los soldados judíos desplegados en la Patagonia, aunque no los dejaron llegar a las Malvinas por razones que mezclan lo estratégico con prejuicios.
Uno de estos casos fue el general de división Osvaldo García, comandante del Teatro de Operaciones Sur, quien se oponía a que arribaran los rabinos a Comodoro Rivadavia, escala previa para ir a las islas, a pesar de que era una orden del Estado Mayor Conjunto (EMC).
Eso le provocó un enfrentamiento con su subalterno, el coronel Esteban Solís. "No vamos a aceptar a ningún rabino que venga para acá, porque no tenemos tiempo para recibirlos ni ocuparnos de eso. En este momento no vamos a hacer absolutamente nada de eso, de manera tal que si el Estado Mayor insiste veremos qué es lo que ocurre", le dijo García a Solís. Finalmente, recapacitó y permitió que pudieran cumplir con sus funciones.
Así, el rabino Baruj Plavnick viajó a Comodoro Rivadavia el 12 de mayo, en camino hacia Puerto Argentino, seguido por sus colegas Efraín Dines, quien debía quedarse en esa ciudad (luego fue transferido a Trelew) y Tzví Grunblatt, destinado a Río Gallegos. Luego, Plavnick fue remplazado por Felipe Yafe, y Grunblat, por su hermano, Natán Grunblat.
La negociación
La idea de enviar a los religiosos tuvo dos orígenes casi simultáneos que acabaron convergiendo en una sola gestión. La primera surgió del rabino Marshall Meyer, en una de las reuniones que solía realizar los sábados luego del servicio de Shabat en su departamento del barrio porteño de Belgrano.
Allí debatió con su asistente, Plavnick, sobre qué postura tomar frente a la recuperación de las Malvinas. Ante el apoyo de su colega a la medida de la Junta Militar, lo instó a que viajar a prestarles apoyo a los soldados judíos movilizados.
"Meyer me dijo: '¿vos sos tan argentino? Ahora, están llevando tropas, ¿por qué no hay un rabino en el Ejército, un capellán judío?'. Vos conseguime cómo viajar y yo voy", le respondió el religioso.
En seguida levantó el teléfono y se comunicó con el secretario general de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), Edgardo Gorenberg, para que buscara la forma de que un religioso fuera con las tropas argentinas.
Al mismo tiempo comenzó a mover sus contactos en la Dirección General de Cultos y logró que le hicieran un vínculo con el Estado Mayor Conjunto (EMC).
Esta inquietud sirvió para que los dirigentes comunitarios se movilizaran, al punto de que plantearon abiertamente el tema en la Sesión Plenaria de la DAIA realizada el 26 de abril. Para ese entonces, el operador político de la institución, Bernardo Fain, ya se había reunido con el jefe del EMC, el vicealmirante Leopoldo Suárezdel Cerro y le había solicitado la posibilidad de que los cerca de 200 soldados judíos movilizados en el sur y en las Malvinas contaran con apoyo espiritual.
Luego de varias idas y vueltas el marino le informó que las Fuerzas Armadas habían decidido aceptar su petición y que los rabinos partirían inmediatamente para cumplir con esta misión.
Los rabinos capellanes
El Ejército y la DAIA no sabían cómo manejar este tema, ya que era algo inédito para ambos, a pesar de que los militares tenían a los curas como capellanes. Por un lado, el EMC había estipulado que debían "vestir como Capellán", pero los religiosos no se ponían de acuerdo sobre qué hacer al respecto cuando llegaran a sus respectivos destinos.
Plavnick no quería usarlo por el significado que tenía el uniforme para él, ya que solía visitar las cárceles junto con Meyer para prestarles asistencia espiritual a los presos políticos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). En cambio, Grunblatt y Dines no tenían problema en utilizar el uniforme.
Finalmente descartaron la idea. Más allá de esto, nunca fueron considerados capellanes, a pesar de que los llamaban así en todos los documentos oficiales. Esto hubiera implicado otorgarles un sueldo, un grado militar equivalente al que recibían los curas y, luego, una pensión de por vida como retirados.
Esto no impidió que pudieran cumplir con su misión, salvo Plavnick, que nunca pudo llegar a las Malvinas como estaba previsto.
Los problemas
Plavnick arribó a Comodoro Rivadavia el 12 mayo, desde donde debía embarcarse a Puerto Argentino. Pero antes de partir Suárez del Cerro notificó a Fain que el cruce lo haría en un avión de la Cruz Roja que debía llegar al sur en esos días, en lugar de ir en uno de la Fuerza Aérea.
El cambio se debió a que el rabino era un civil y las aeronaves militares sólo se utilizaban para cruzar tropas y equipamiento. Esto demuestra que nunca fue considerado un capellán, como lo expresaban los papeles.
Eso hizo que el viaje se fuera postergando en el tiempo, ya que los miembros de la Cruz Roja, que estaban aguardando en Comodoro Rivadavia, tampoco podían llegar a las Malvinas porque la Fuerza Aérea no autorizaba a que el avión que los llevaría fuera hacia allí.
Las razones que aducían eran estratégicas. Por un lado, la pista de Puerto Argentino había sido bombardeada al comienzo de la guerra y simulaban que permanecía inutilizada, por lo que si ese avión aterrizaba les estarían dando una señal a los ingleses de que se encontraba operativa y podrían volver a atacarla.
Sin embargo, los miembros de la Cruz Roja y el representante de la Cancillería que los acompañaba, el embajador Federico Mirrré, creen que la verdadera razón por la que no querían que cruzara alguien que no fuera militar era que pudiera contar lo que se estaba viviendo en las Malvinas: el hambre, el maltrato y el frío, entre otros.
"El general García era uno de los que hubiera favorecido el traslado, no así el brigadier Crespo. Puede ser que haya sido una excusa política para evitar la presencia de la gente de la Cruz Roja. No lo descarto", afirma el diplomático.
Esto también lo percibía Plavnick. "Siempre tuve más que sospechas de que a los militares no les interesaba que fuéramos", explica. Y Yafe concuerda. "Uno de los motivos por los que no querían que fuera, era que no deseaban que alguien ajeno a la comunidad militar, sin pactos prexistentes, viera lo que estaba pasando", destaca.
Pese a esta postura, los cinco rabinos siguieron cumpliendo su tarea normalmente junto a los soldados desplegados en la Patagonia, una tarea inédita que nunca más se repetiría en la historia argentina.
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