Por Patricia Vega
27 Noviembre 2011
Acompañada únicamente por su verba y por su temperamento, la Presidenta ha decidido que, de ahora en más, el sol gire únicamente alrededor de ella. No sólo porque se ha dedicado en la soledad familiar a armar su futuro elenco de colaboradores, sino por la vibración que le puso a las dos piezas oratorias que encaró durante la semana, bien modosita en el tono aunque con mensajes para todos en la Unión Industrial Argentina (UIA) y de encendida defensa de la guardia pretoriana juvenil que administra Aerolíneas Argentinas, ambos discursos pronunciados con firmeza y con látigo flameando. Dos frases disparadas por Cristina Fernández definen el quién es quién en estos complicados días de una transición que a algunos se les antoja ver como la de dos gobiernos de diferente signo, antes que darle crédito a la continuidad de ocho años de poder: "Las clases más vulnerables no me hacen contado con liqui" y "a Mariano Recalde no lo puso el Espíritu Santo, lo nombró esta Presidenta". El "me" autorreferencial y victimizador, marca claramente que CFK ha elegido ocupar el centro del ring y tener a todos los argentinos bailoteando a su alrededor.
Lo tortuoso de la situación es observar que más allá de Cristina hay poco y nada, ya que esta personalísima decisión de pelearla sin fusibles le ha puesto sobre sus espaldas una misión bien delicada. Ella deberá probar, sola su alma, que lo que está diciendo ahora desde los atriles es lo verdadero y que lo que vino sucediendo hasta ahora en materia económica era una cierta ficción atribuible a otros designios políticos que no parecen ser los actuales. En lo contradictorio de este complicado alambique de prédicas diferentes está el desafío: cómo convencer a puro eufemismo que hay que entallar el modelo sin decir que ya se está ejecutando el ajuste, con el riesgo de defraudar a los votantes, ya que se acaba de saber a través de una encuesta de la UCA que las expectativas económicas de la población se ubicaron en el máximo nivel histórico hacia la última semana de octubre, cuando la Presidenta se impuso por el 54 % de los votos.
¿Por qué ahora? Porque el triple embrujo de la situación internacional ha comenzado a pegarle duro a la Argentina (China en desaceleración, el dólar a 1,90 reales en Brasil y la soja apenas por arriba de los U$S 400) y porque eso se ha combinado de modo poco feliz para el Gobierno con la bomba de tiempo que cebó durante meses para ganar las elecciones. Entonces, como el tablero de comando saltó sus luces del amarillo tenue al anaranjado rabioso el pragmatismo que está en el gen peronista ha llevado a Cristina a reaccionar. Vio los problemas y comenzó a ejecutar, aunque con serias dificultades en la instrumentación.
Para seguir la lógica del hacer, pero sin decir que se está haciendo, el Gobierno ha empezado a aplicar una serie de medidas que tienen gran dificultad en la instrumentación, ya que dejan la sensación de que se está corriendo detrás de los acontecimientos en media docena de frentes económicos. Lo que experiencia indica es que este método no es lo más adecuado en materia de efectividad, sobre todo cuando se tienen problemas en la balanza comercial (cierre compulsivo de importaciones), caída en el nivel de reservas (limitaciones a la compra de dólares y de pagos al exterior), creciente déficit fiscal (fin de subsidios), inexistencia de financiamiento. Aunque hay un tema que sigue en la nebulosa: la inflación. Aquí el punto es que la propia Presidenta la ha podido nombrar en la semana en el discurso que hizo en la UIA, lo que un sicólogo no dejaría de reconocer como un avance en el reconocimiento del problema. Inclusive, en dos oportunidades más frente a los empresarios hizo referencias indirectas, en duras expresiones de reproche donde uno de los términos de la comparación era el nivel de los precios internos. "No me vengan a hablar de inflación, porque si yo no tengo controlada también la variable del dólar. Vamos muchachos, dos más dos es cuatro y todos sabemos que (ustedes) terminan referenciando los precios de los bienes y de los servicios en dólares", les pegó cuando los acusó a ellos ser ambiguos en el discurso. "Cruzamos los créditos que habíamos otorgado en el Bicentenario (y nos) encontramos que algunas empresas grandes habían comprado igual cantidad de dólares o más de lo que nosotros les habíamos prestado en pesos a tasa negativa", disparó con munición bien gruesa.
Si bien de la inflación se ha comenzado a hablar, la Presidenta parece no transar: "Nuestro modelo es de crecimiento, no de metas de inflación. El modelo de metas de inflación es el método del Consenso de Washington que llevó a la destrucción de la región. Nosotros creemos en el crecimiento, en el trabajo y en la inclusión y vamos a seguir esta línea", terminó aclarando los tantos.
Hay que marcar que esta situación no es tampoco del todo así, ya que buena parte de la región con gobiernos del mismo sesgo ha crecido en los últimos años con menos inflación que la Argentina (Brasil, Uruguay y Chile hasta Michelle Bachelet) y, sobre todo, no se puede dejar de recordar la propia experiencia de Néstor Kirchner, quien fue capaz (aunque aprovechándose de las ruinas que dejó el año 2001 y del trabajo sucio que hizo Duhalde, con pesificación y devaluación incluida) de hacer crecer al país hasta 2006 sin mayores problemas.
Nunca lo admitirá la Presidenta y quizás ni siquiera ella se haya dado cuenta, pero han sido los mercados los que la han obligado a salir al toro como salió, tras la fuga de capitales, la corrida sobre los depósitos y la pérdida de reservas. Sin embargo, el problema para el kirchnerismo no son las causas sino los efectos que tendrán las medidas sobre los factores de poder y sobre la población. No son ortodoxas del todo, pero se le parecen, aunque tampoco siguen la lógica populista disfrazada de progresismo que ha venido imperando. Pero como unos y otros están en el mismo barco los males del tarifazo en ciernes y los reacomodamientos de precios de los sectores serán para todos, traducidos en mayor inflación, incluida la que los formadores de precios sumarán para compensar las propias subas de costos y de las tasas, achicamiento del aparato productivo, desempleo, devaluación; los mismos males que la progresía le sigue achacando al Consenso de Washington.
Para los ultras convencidos (y para algunos asalariados del poder), CFK está actuando seguramente de manera sabia, porque es quien conduce y no habrá más remedio que acatar y aguantar lo que se pueda venir. Y para los que se afanan en aplaudirla por interés, la Presidenta ha actuado de forma lógica, mientras que para los más refractarios opositores en el Congreso, seguramente lo hizo de modo tardío. En cambio, quienes se han acercado al kirchnerismo desde la izquierda y sobre todo el sindicalismo cegetista tienen un complejo problema a resolver: ver cuánto tiempo van a bancar el desvío si los sueldos se siguen deteriorando y la distribución del ingreso se torna más vidriosa.
El de la CGT es todo un caso, ya que allí se abrirá para 2012 un frente muy duro de discusión, quizás el más conflictivo del año, que va más allá de si Hugo Moyano le resulta o no le resulta hoy agradable al poder y si está en condiciones de seguir al frente de la central obrera desde julio próximo en adelante. Si la inflación se dispara a 30 % va a ser muy difícil convencer a los gremios que acepten retrotraer sus demandas a 18 %, por ejemplo, lo que haría fracasar una vez más la idea peronista de las negociaciones tripartitas, a la que después del discurso en la UIA los hombres de negocios no dejan de aplaudir. En ese mensaje, la Presidenta desactivó la posibilidad que una ley obligue a las empresas a repartir sus utilidades con los trabajadores, tal como propicia la CGT. En el medio de la porfía, como en el Gobierno hay paranoia sobre el papel del camionero en el conflicto gremial en Aerolíneas, del otro lado consideran que atacar al sindicato de Ricardo Cirielli (APTA) o al de los pilotos de Jorge Pérez Tamayo (APLA) es para intentar el disciplinamiento de todo el movimiento obrero. Hasta los llamados "gordos" se han moderado en sus críticas a Moyano, porque comprenden que lo mejor que les puede pasar es tener al camionero dónde está. Si bien la Presidenta tampoco tirará por la borda a todos sus colaboradores a la hora de armar su nuevo gabinete, hay algunos que no la deben dejar para nada tranquila. O porque son los responsables de importantes pérdidas en el patrimonio del Estado (Aerolíneas) o porque sus decisiones de gestión llevaron a comerse activos de difícil reposición (stock ganadero, reservas energéticas) o bien porque con sus medidas han provocado más de una vez tormentas en un vaso de agua.
El emblema de la lealtad es el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, quien defiende a capa y espada el modelo con formas nada ortodoxas que espantan a los inversores, pero además con torpezas técnicas que deberían espantar a la propia Presidenta ya que, debido a la conducción radial que ha elegido, que la llevará a decidir "sector por sector" quien gana o quien pierde en la Argentina del futuro, es imposible creer que ella mismo no las avale. Pero es imposible no referir la desopilante intervención que ha tenido frente a los distribuidores internacionales de cine, a quienes les exigió que exporten "maníes o vinos" para compensar en divisas lo que se paga al exterior por las películas, más allá de las desorbitadas referencias que hizo al dinero que Walt Disney le estaría debiendo a la Argentina por haberlo inspirado con la casita barilochense de Blancanieves o al pedido a Estudios Universal que instalen un Parque Temático en la Argentina.
Lo tortuoso de la situación es observar que más allá de Cristina hay poco y nada, ya que esta personalísima decisión de pelearla sin fusibles le ha puesto sobre sus espaldas una misión bien delicada. Ella deberá probar, sola su alma, que lo que está diciendo ahora desde los atriles es lo verdadero y que lo que vino sucediendo hasta ahora en materia económica era una cierta ficción atribuible a otros designios políticos que no parecen ser los actuales. En lo contradictorio de este complicado alambique de prédicas diferentes está el desafío: cómo convencer a puro eufemismo que hay que entallar el modelo sin decir que ya se está ejecutando el ajuste, con el riesgo de defraudar a los votantes, ya que se acaba de saber a través de una encuesta de la UCA que las expectativas económicas de la población se ubicaron en el máximo nivel histórico hacia la última semana de octubre, cuando la Presidenta se impuso por el 54 % de los votos.
¿Por qué ahora? Porque el triple embrujo de la situación internacional ha comenzado a pegarle duro a la Argentina (China en desaceleración, el dólar a 1,90 reales en Brasil y la soja apenas por arriba de los U$S 400) y porque eso se ha combinado de modo poco feliz para el Gobierno con la bomba de tiempo que cebó durante meses para ganar las elecciones. Entonces, como el tablero de comando saltó sus luces del amarillo tenue al anaranjado rabioso el pragmatismo que está en el gen peronista ha llevado a Cristina a reaccionar. Vio los problemas y comenzó a ejecutar, aunque con serias dificultades en la instrumentación.
Para seguir la lógica del hacer, pero sin decir que se está haciendo, el Gobierno ha empezado a aplicar una serie de medidas que tienen gran dificultad en la instrumentación, ya que dejan la sensación de que se está corriendo detrás de los acontecimientos en media docena de frentes económicos. Lo que experiencia indica es que este método no es lo más adecuado en materia de efectividad, sobre todo cuando se tienen problemas en la balanza comercial (cierre compulsivo de importaciones), caída en el nivel de reservas (limitaciones a la compra de dólares y de pagos al exterior), creciente déficit fiscal (fin de subsidios), inexistencia de financiamiento. Aunque hay un tema que sigue en la nebulosa: la inflación. Aquí el punto es que la propia Presidenta la ha podido nombrar en la semana en el discurso que hizo en la UIA, lo que un sicólogo no dejaría de reconocer como un avance en el reconocimiento del problema. Inclusive, en dos oportunidades más frente a los empresarios hizo referencias indirectas, en duras expresiones de reproche donde uno de los términos de la comparación era el nivel de los precios internos. "No me vengan a hablar de inflación, porque si yo no tengo controlada también la variable del dólar. Vamos muchachos, dos más dos es cuatro y todos sabemos que (ustedes) terminan referenciando los precios de los bienes y de los servicios en dólares", les pegó cuando los acusó a ellos ser ambiguos en el discurso. "Cruzamos los créditos que habíamos otorgado en el Bicentenario (y nos) encontramos que algunas empresas grandes habían comprado igual cantidad de dólares o más de lo que nosotros les habíamos prestado en pesos a tasa negativa", disparó con munición bien gruesa.
Si bien de la inflación se ha comenzado a hablar, la Presidenta parece no transar: "Nuestro modelo es de crecimiento, no de metas de inflación. El modelo de metas de inflación es el método del Consenso de Washington que llevó a la destrucción de la región. Nosotros creemos en el crecimiento, en el trabajo y en la inclusión y vamos a seguir esta línea", terminó aclarando los tantos.
Hay que marcar que esta situación no es tampoco del todo así, ya que buena parte de la región con gobiernos del mismo sesgo ha crecido en los últimos años con menos inflación que la Argentina (Brasil, Uruguay y Chile hasta Michelle Bachelet) y, sobre todo, no se puede dejar de recordar la propia experiencia de Néstor Kirchner, quien fue capaz (aunque aprovechándose de las ruinas que dejó el año 2001 y del trabajo sucio que hizo Duhalde, con pesificación y devaluación incluida) de hacer crecer al país hasta 2006 sin mayores problemas.
Nunca lo admitirá la Presidenta y quizás ni siquiera ella se haya dado cuenta, pero han sido los mercados los que la han obligado a salir al toro como salió, tras la fuga de capitales, la corrida sobre los depósitos y la pérdida de reservas. Sin embargo, el problema para el kirchnerismo no son las causas sino los efectos que tendrán las medidas sobre los factores de poder y sobre la población. No son ortodoxas del todo, pero se le parecen, aunque tampoco siguen la lógica populista disfrazada de progresismo que ha venido imperando. Pero como unos y otros están en el mismo barco los males del tarifazo en ciernes y los reacomodamientos de precios de los sectores serán para todos, traducidos en mayor inflación, incluida la que los formadores de precios sumarán para compensar las propias subas de costos y de las tasas, achicamiento del aparato productivo, desempleo, devaluación; los mismos males que la progresía le sigue achacando al Consenso de Washington.
Para los ultras convencidos (y para algunos asalariados del poder), CFK está actuando seguramente de manera sabia, porque es quien conduce y no habrá más remedio que acatar y aguantar lo que se pueda venir. Y para los que se afanan en aplaudirla por interés, la Presidenta ha actuado de forma lógica, mientras que para los más refractarios opositores en el Congreso, seguramente lo hizo de modo tardío. En cambio, quienes se han acercado al kirchnerismo desde la izquierda y sobre todo el sindicalismo cegetista tienen un complejo problema a resolver: ver cuánto tiempo van a bancar el desvío si los sueldos se siguen deteriorando y la distribución del ingreso se torna más vidriosa.
El de la CGT es todo un caso, ya que allí se abrirá para 2012 un frente muy duro de discusión, quizás el más conflictivo del año, que va más allá de si Hugo Moyano le resulta o no le resulta hoy agradable al poder y si está en condiciones de seguir al frente de la central obrera desde julio próximo en adelante. Si la inflación se dispara a 30 % va a ser muy difícil convencer a los gremios que acepten retrotraer sus demandas a 18 %, por ejemplo, lo que haría fracasar una vez más la idea peronista de las negociaciones tripartitas, a la que después del discurso en la UIA los hombres de negocios no dejan de aplaudir. En ese mensaje, la Presidenta desactivó la posibilidad que una ley obligue a las empresas a repartir sus utilidades con los trabajadores, tal como propicia la CGT. En el medio de la porfía, como en el Gobierno hay paranoia sobre el papel del camionero en el conflicto gremial en Aerolíneas, del otro lado consideran que atacar al sindicato de Ricardo Cirielli (APTA) o al de los pilotos de Jorge Pérez Tamayo (APLA) es para intentar el disciplinamiento de todo el movimiento obrero. Hasta los llamados "gordos" se han moderado en sus críticas a Moyano, porque comprenden que lo mejor que les puede pasar es tener al camionero dónde está. Si bien la Presidenta tampoco tirará por la borda a todos sus colaboradores a la hora de armar su nuevo gabinete, hay algunos que no la deben dejar para nada tranquila. O porque son los responsables de importantes pérdidas en el patrimonio del Estado (Aerolíneas) o porque sus decisiones de gestión llevaron a comerse activos de difícil reposición (stock ganadero, reservas energéticas) o bien porque con sus medidas han provocado más de una vez tormentas en un vaso de agua.
El emblema de la lealtad es el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, quien defiende a capa y espada el modelo con formas nada ortodoxas que espantan a los inversores, pero además con torpezas técnicas que deberían espantar a la propia Presidenta ya que, debido a la conducción radial que ha elegido, que la llevará a decidir "sector por sector" quien gana o quien pierde en la Argentina del futuro, es imposible creer que ella mismo no las avale. Pero es imposible no referir la desopilante intervención que ha tenido frente a los distribuidores internacionales de cine, a quienes les exigió que exporten "maníes o vinos" para compensar en divisas lo que se paga al exterior por las películas, más allá de las desorbitadas referencias que hizo al dinero que Walt Disney le estaría debiendo a la Argentina por haberlo inspirado con la casita barilochense de Blancanieves o al pedido a Estudios Universal que instalen un Parque Temático en la Argentina.