"En esa casa que aparece ahí vive ?el Negro? Víctor. Es Yampa, como todos aquí. Es un tipo aguerrido y a estas tierras las defiende como un león". Rolando Fregenal (40 años), habla en su condición de cacique de la comunidad aborigen Solco-Yampa. De entrada hace notar su autoridad, y presenta orgulloso a su pueblo y a la poca gente que hidalgamente vive allí.
La travesía de a caballo ha sido larga, remontando las orillas del río Solco a través de un bosque espeso y húmedo. El paraje Los Yampas asoma desbordado de colores, en una meseta rodeada de cerros cubiertos de cedros y nogales -entre otras especies-, a unos 1.400 metros de altura sobre el nivel del mar, en la ladera oriental de los Nevados del Aconquija.
Desde El Molino (Alpachiri) hay que andar unos 25 kilómetros hacia el oeste. "Sesenta años atrás en este lugar vivían más de 500 personas en unos 70 puestos. Ahora aquí sobreviven unos seis puestos con menos de 30 pobladores. La mayoría se fue en busca de trabajo, educación y atención de la salud", afirma Carlos Mendoza.
Ahora la desperdigada comunidad pretende recuperar su territorio, amenazado por usurpadores y ladrones de animales. "La tierra, nuestros ancestros y tradiciones, nos llaman, pero regresar implica desafíos. Para que la nueva generación se instale aquí debe tener escuela, un centro asistencial y trabajo, por lo menos. Ya no se puede vivir aquí en el primitivismo", aseveró Fregenal, el líder de la comunidad.
El origen del nombre
Yampa significaría "germinar" en cacano o cacan, antiguo idioma diaguita. Sin embargo algunos lugareños creen que el origen está vinculado con el quechua o runa simi (idioma del Inca), con lo que su significado cambiaría por el de "mariposa negra". Yampa es el apellido que lleva ahora la mayoría de los pobladores.
"No tenemos nada claro sobre el origen de nuestro nombre. Lo que sí sabemos es que los ancestros fueron diaguitas de los Valles Calchaquíes que llegaron hasta aquí probablemente escapando de los conquistadores", apuntó Fregenal. Hoy, cientos de esos habitantes originarios viven diseminados entre Alpachiri, Piedra Grande, El Molino, Santa Ana y otras comunidades del sur tucumano.
En el cerro
Los que permanecen en el cerro son los que actualmente defienden lo que les queda del amplio territorio, que se extiende desde el arroyo El Membrillo al sur, hasta el río Seco, al norte. De este a oeste abarca desde las proximidades de El Molino hasta las cumbres de Los Nevados. En la zona hay varios puestos abandonados. En el de Vitermo Chaile sólo quedaron algunos horcones de lo que fue su casa, pero también hay otros en construcción, de quienes se preparan para volver.
"Aquí la vida es muy tranquila. Uno se levanta temprano, lidia con las vacas y los caballos todas las mañanas. Luego se prepara la comida y a la tarde a veces se sale a pescar truchas para tener para la noche. No faltan tareas", contó Víctor Yampa. Él es uno de los que regresó a su tierra luego de haber trabajado más de 30 años en el ingenio La Corona. "La ciudad no es terreno nuestro. El calor nos mata y el aburrimiento también. Aquí no necesitamos ventiladores ni aire acondicionado porque temprano se pone fresco", agregó. Víctor no tiene miedo de ir al bosque en busca de algún león, si acecha su ganado. "Son animales muy huidizos, es difícil cazarlos", describió.
El agua que se consume es de vertientes. Se cocina en fogatas que permanecen vivas todo el día. No existen la televisión ni las radios. Ni hablar del servicio de Internet. Además, nadie sabe leer. Al amanecer sólo se escucha el balido de los animales.
Generadores
En esas lejanías, lo único moderno son los paneles de los generadores fotovoltaicos que hace tres meses instaló la Nación. Desde entonces tienen luz con lámparas de bajo consumo. "Antes ni a nuestra sombra la conocíamos", lanza una humorada Fregenal. "Ahora se puede aspirar a la televisión o la computadora. La electricidad es un gran beneficio para nosotros", dijo doña Gladis Torres, esposa de Luis Benito Mendoza. Ella es una de las pocas mujeres instaladas allí y vive con sus tres hijas.
"Uno no se acostumbra a estar abajo. Siempre vamos a hacer diligencias o a comprar mercaderías, pero enseguida pegamos la vuelta", confesó Mendoza. Sin embargo, los yampas saben que cuando fallezcan su última morada será el llano, porque arriba no hay un cementerio. Los vecinos se encargan de trasladar al difunto en angarillas (camilla hecha con ramas de árboles) hasta el cementerio de Alpachiri. Las travesías siempre son penosas y duran hasta ocho horas. "Si las dejamos aquí las almas nos van a vivir espantando", dijo Víctor con ironía.
La idea de volver a la tierra comenzó en la mente de muchos yampas hace unos 10 años, cuando la zona fue castigada por un incendio descomunal que costó la vida de Domingo Gerván. "Eso marcó un antes y después en nuestra comunidad. No se podía concebir que mientras había quienes morían por defender nuestra tierra, nosotros permanecíamos distraídos, sin hacer nada por lo nuestro", recordó Fregenal. En la única comunidad originaria del sur tucumano que sobrevive en el piedemonte, los pocos lugareños dicen que la Pachamama y el Tata Inti les están dando una oportunidad para crecer.
El cacique se ilusiona: "queremos volver a trabajar en nuestra tierra, darle vida, y que los más chicos recuperen nuestras tradiciones, que puedan estudiar y ser doctores como el hombre blanco".
UNA CAPILLA CERCA DEL CIELO
La capilla de la Virgen de los yampas está ubicada arriba de todos los puestos. Cuando se desempeñaba en la iglesia de Arcadia, el sacerdote Rodolfo Apud impulsó su construcción, y fue también uno de los grandes promotores de la recuperación de la comunidad. "A este templo de piedra lo hicimos todos los vecinos a puro pulmón. A las piedras las trajimos desde el río en bolsas de abono o en angarillas. Logramos inaugurarla hace tres años", contó Diego Torres. La capilla es ahora la meta de cientos de peregrinos que emprenden todos los años una de las más sufridas peregrinaciones que se realizan en el sur tucumano. Es para rendir tributo a la imagen sagrada, durante la segunda semana de septiembre. "Algunos llegan a pie y otros a lomo de mula. Se los ve muy cansados. Parecen haberse arrimado con el último aliento. Pero es increíble, enseguida se recuperan y comienzan a levantar las carpas y a prender una fogata enorme. Entonces se inicia la fiesta que dura hasta el otro día, con guitarreadas y cánticos", relató Torres. Uno de los que también llegó allí fue el obispo de la Diócesis de la Santísima Concepción, monseñor José María Rossi, junto al padre Apud. Desde hace 10 años Apud y los peregrinos emprenden la ascensión hacia Los Yampas para honrar a la Virgen. Llevan no sólo el aliento espiritual sino también víveres y otras ayudas para los lugareños.
PROYECTOS
Los yampas aspiran a transformar el paraje que habitan en una alternativa turística. De la mano del cacique Fregenal proyectan organizar cabalgatas, caminatas y otras actividades como la pesca. "Antes que nada habría que mejorar el camino, luego instalar cabañas y albergues para los visitantes. Es una propuesta que seguramente atraerá a mucha gente. Pienso que generará trabajo y recursos para nuestra comunidad, que sueña con tener una mejor calidad de vida", apuntó Fregenal, entusiasmado por las posibilidades que se abren.
"Contamos con un gran potencial turístico, que puede incorporarse a las diferentes ofertas del sur tucumano. Esas tierras concentran paisajes, historia y otros recursos culturales", resumió el arquitecto Sergio "Checho"Juárez, del grupo "El Clavillo Excursiones". Claro que la inversión deberá ser fuerte.
ESTUDIANTES
Alumnas del último curso de la carrera de Psicología Social de la Escuela Superior de Monteros realizan en Los Yampas una pasantía, que tiene como objetivo robustecer la identidad y la herencia cultural de la comunidad. Las estudiantes Gabriela Prieto, Rafaela Bobadilla e Inés Ibarra afirmaron que los yampas cuentan con suficientes recursos humanos para contribuir en conjunto a la recuperación de la herencia de sus ancestros.
FUEGO
El fuego tiene una importancia vital en la vida de los yampas. Son enseñanzas y creencias que vienen desde el fondo de la historia. "Es el que nos anuncia en los amaneceres si la caza va a andar bien o mal durante el día. Si a las llamas se las ve débiles, no es buen augurio. En cambio, si tienen fuerza y color las cosas van a andar muy bien", definió Carlos Mendoza.
"Es el espíritu del fuego y a él también le hacemos ofrendas. Hoy el ambiente está húmedo y sin embargo mire cómo arde este fuego. Nos dice que la visita de ustedes no va a tener problemas" agregó.
Mendoza revela una historia familiar, íntimamente ligada a las tradiciones de la comunidad. "Mi madre también recibía señales del sol. Recuerdo que antes de la Guerra de Malvinas ella decía que veía sangre en el astro", apuntó.
MITOS Y LEYENDAS
El Patón, el Gritón y el Yajstay forman parte de la mitología popular. El Patón es un protector de la fauna del bosque, mientras que el Yajstay protege el sector desértico de las cumbres de los Nevados del Aconquija. Son aliados de la Pachamama. Cuando anda El Patón se escucha como un enjambre de abejas. Es enemigo de los que matan animales por deporte. El que lo hace para sobrevivir no tiene por qué temerle.