Por Carlos Páez de la Torre H
14 Noviembre 2011
En su visita a Tucumán, durante el invierno de 1886, Domingo Faustino Sarmiento recorrió varias fábricas azucareras, entre ellas el ingenio San Pablo. Allí presenció la actuación de tres curanderos tobas, vestidos con los "calzones de nanquín azul" que les proveían. Pablo Emilio Palermo, en su libro "Los viajes de la vejez de Sarmiento", transcribe la crónica respectiva, que el prócer escribió para "El Censor".
Cuenta que "reunidos los espectadores en torno del supuesto lecho del dolor, que era un escaño, hicieron tender sobre él al paciente, le levantaron la camisa sobre la región umbilical y uno de los doctores, puesto de rodillas, le aplicó los labios sobre la piel en actitud de chupar".
El otro "médico" hizo lo mismo, y después "prorrumpieron ambos en un canto a dúo, tembloroso, sin palabras, cada vez más sonoro y retumbante, como el sonido de una trompeta o un ophicleide humano, tan solemne, tan triste, que acabó por impresionarme, conmoverme y apoderarse de mí con todos los síntomas de la lástima y del terror".
Después, "se llaman más médicos para aumentar el caudal de aquel ruido infernal, hasta que si el enfermo desesperado grita pidiendo misericordia, la vocinglería de los conjurados charlatanes ahoga la voz de la víctima, hasta quedar exánime, si no muerta".
Para establecer dónde se encuentra el punto del dolor, "emprenden a interrogarlo por medio de la voz, haciendo que penetren los sonidos en el organismo, y hagan salir del cuerpo el ?gualicho?, el ?enemigo malo? que se ha apoderado de él y que causa la enfermedad".
Cuenta que "reunidos los espectadores en torno del supuesto lecho del dolor, que era un escaño, hicieron tender sobre él al paciente, le levantaron la camisa sobre la región umbilical y uno de los doctores, puesto de rodillas, le aplicó los labios sobre la piel en actitud de chupar".
El otro "médico" hizo lo mismo, y después "prorrumpieron ambos en un canto a dúo, tembloroso, sin palabras, cada vez más sonoro y retumbante, como el sonido de una trompeta o un ophicleide humano, tan solemne, tan triste, que acabó por impresionarme, conmoverme y apoderarse de mí con todos los síntomas de la lástima y del terror".
Después, "se llaman más médicos para aumentar el caudal de aquel ruido infernal, hasta que si el enfermo desesperado grita pidiendo misericordia, la vocinglería de los conjurados charlatanes ahoga la voz de la víctima, hasta quedar exánime, si no muerta".
Para establecer dónde se encuentra el punto del dolor, "emprenden a interrogarlo por medio de la voz, haciendo que penetren los sonidos en el organismo, y hagan salir del cuerpo el ?gualicho?, el ?enemigo malo? que se ha apoderado de él y que causa la enfermedad".
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