06 Noviembre 2011
EL HOMBRE QUE HACE LO QUE QUIERE HACER. "La convención de ganar tu propio dinero, pero en lugares no muy placenteros, no era lo que yo quería", confiesa Capusotto.
- ¿Cómo fue que te animaste a las tablas, que llegaste al Parakultural antes de llegar a la tele?
- Yo, al Parakultural, iba más como espectador. Recién empezaba a estudiar teatro, laburaba con mi viejo.
- ¿En qué?
- Fotoduplicaciones. Tuve varios trabajos. La convención de ganar tu propio dinero, pero en lugares no muy placenteros, no era lo que yo quería. Ni trabajar en una casa de repuestos ni hacer fotoduplicaciones. Por lo tanto, después, a modo de encontrar algo un poco más trascendente, me puse a hacer teatro y a investigar un poco lo que era eso. Por lo menos, si ese era un lugar que yo podía transitar. Así fue, digamos. Uno siempre encuentra esos lugares de recreo que para uno son sagrados, y lo encontré ahí. Son sagrados en la medida en que uno pueda no sólo valorizar lo que hace sino también formar parte. Formar parte, para mí, es la necesidad de expresarse a partir de uno. Quiero decir, armarse cosas, que era lo que hacíamos cuando nos juntábamos con otros compañeros de teatro; armar historias, armar personajes. Tener una incidencia mayor en lo que se está haciendo. No dejar de lado lo que es el teatro de autor ni mucho menos, porque eso te liga como actor y es interesante involucrarse en la historia de otro, que a veces es también la historia de todos. Pero como yo empecé armando cosas con otro compañero, fue mucho más placentero también.
- ¿Y qué pensás que hubieras sido de no haber sido lo que sos, un tipo que hace reír a la gente?
- Lo que pasa es que estoy haciendo lo que siempre tuve ganas de hacer, y después eso se me hizo carne, pero podría haber sido cualquier cosa. Porque descanso en la imaginería. Entonces podría haber sido un asesino serial, un triste hombre gris caminando por la nada. Digamos que a veces lo soy, también, pero hoy tengo esos recreos y esos lugares donde uno es feliz. En este caso, tiene una íntima relación con el programa de televisión. Así que, podría haber sido cualquier cosa y está bien. Está bien que así sea.
- Decís "armar personajes". Desde la época de Cha Cha Cha, te destacás por la creación de personajes individuales: Sidartha Kiwi, el filósofo estilista, el poeta. Siendo que muchas cosas de ese programa eran creaciones colectivas, ¿por qué te quedaba tan bien eso del personaje solo? ¿Es herencia del teatro?
- En Cha Cha Cha eso se dio por la metodología de trabajo que teníamos. Cuando los laburos eran grupales, había una idea que se generaba entre todos y no había un guión tan establecido. Se seguía una idea y se seguía un poco la impronta del juego. Estábamos todos entusiasmados con lo que hacíamos. Eso, finalmente, tenía un desarrollo y tenía comicidad. En el caso de Sidartha Kiwi y todos esos personajes, eran personajes que yo creaba y que yo les hacía el guión. Así como cada uno de los que trabajaba en el programa se armaba sus propios personajes y sus propios guiones. Es decir: no teníamos un guionista fijo, sino que cada uno tenía participación no sólo en la actuación sino también en el desarrollo de las ideas.
- ¿A vos te costó el paso del teatro a la tele?
- Bueno, cuesta actuar en televisión porque no tiene nada que ver el registro que uno pone en el teatro con el que uno pone en televisión. Ese paso es el que más cuesta. Para nosotros era tan nuevo que la experiencia nos atravesó, así, literalmente. No sabíamos por momentos dónde estábamos parados. Quiero decir: hasta ese momento, la única relación que uno tenía con la televisión era ser espectador, y de repente nos encontrábamos en un estudio haciendo algo que después lo veía un montón de gente. No teníamos gran conciencia porque ninguno venía de ese medio. Lo que pasa es que había una empatía grupal que hacía que gozáramos más lo que estábamos haciendo, que pensar en términos de que estábamos en televisión, o la supuesta responsabilidad que conlleva eso. Teniendo en cuenta que en ese momento estábamos en un canal que no tenía tanto recorrido en la gente.
- América.
- América en el año 92, 93, que no tenía tanta programación, y por eso se armó un programa con actores que no venían de la televisión, y en el que ninguno era conocido. En De la cabeza, los más conocidos eran Petinatto y Aráoz, pero en Cha Cha Cha, que fue parte de un grupo mayor que había en De la cabeza, nadie venía de los medios ni era conocido por el gran público que consume televisión. Eso sucedió porque fue un momento particular, que nos permitió a nosotros estar en un medio al cual nunca hubiésemos accedido. La sensación que uno tenía con la televisión era que, si no eras amigo de alguien, era imposible llegar. A nosotros nos interesaba el medio expresivo, pero en los lugares más naturales, que en este caso era un escenario, donde sea: un teatro convencional, un boliche, la calle, cualquier lugar que tuviese un espacio para que uno hiciera algo. A la televisión, te diría, fuimos más convocados que otra cosa. Hicieron una convocatoria, fuimos, hicimos una prueba, algunos quedaron, otros no, y así empezó todo.
- Hoy, 18 o 20 años después, ¿son conscientes de que cambiaron la forma de hacer humor en Argentina?
- A mí, más que cambiar la forma de hacer humor, me parece que fue una manera, un lenguaje; siempre partiendo de la base de lo que es la comicidad, que es lo que, en este caso, a nosotros nos hace reír. Uno trabaja desde ahí. Nunca con la estrategia de qué es lo que hace reír a la gente. A esas cosas las puede saber Sofovich, que hace 50 años que trabaja en televisión. Lo que hacíamos nos hacía divertir a nosotros, y suponíamos que teníamos algún tipo de complicidad en el afuera. Me parece que instalamos un lenguaje humorístico, una manera de contar algo humorístico que no se veía en ese momento. Que alguna vez se vio con los uruguayos, en Telecataplum, también en una década que permitía que ellos hicieran algo ligado al absurdo, si se quiere, o no tan lineal.
- O los Monty Phyton. Ustedes tenían algo de eso.
- Sí, son referencias, por supuesto. Así como los Monty Phyton habrán tenido sus referencias, que probablemente hayan sido, por ejemplo, los hermanos Marx. Nosotros, en ese momento, consumíamos y nos gustaban cosas como los Monty Phyton o Benny Hill, aunque Benny Hill era, diría, un poco más plebeyo. También yo veía a Olmedo y me moría de risa, porque había algunas cosas de Olmedo que eran muy disparatadas. El humor siempre tiene que ver con el disparate, porque lo que hace es desvirtuar la realidad. Después, bueno, hay estéticas, hay maneras, hay registros de actuación. En la época en que nosotros empezamos, los programas estaban armados en función de un capocómico y algún tipo de humor ligado a la eficacia. "Poneme dos o tres minas y listo". Un capocómico, y los que le hacían la segunda, que eran muy buenos, porque si no tenés buenos actores secundarios todo se deshilacha.
- Claro, pero eso era lo bueno de Cha Cha Cha: que no había actores secundarios, todos eran actores principales.
- Claro. Funcionábamos en la medida de lo que eran los grupos como los Monty Phyton. Uno podía decir "me hace reír más este que el otro", pero todos tenían incidencia e importancia en lo que hacían. De golpe había momentos, sketchs en los que uno tenía más relevancia que el otro, y después, en el otro sketch, el que había estado en el anterior diciendo dos o tres textos tenía más peso. Lo importante era la idea y lo que se estaba contando, más que esta cosa del producto humorístico. Alguna vez, a Pepe Biondi, en la década del 70, le cerraron las puertas porque empezó a generarse más en los programas de humor la picaresca y las chicas con poca ropa, cosa que no tenía que ver con lo que hacía Biondi. Van cambiando las épocas y la propia televisión va exigiendo otro tipo de lenguaje. En los 90, apareció Cenderelli e hizo una convocatoria de actores que venían del teatro para conformar lo que fue De la cabeza, que tenía esa estética del zapping, esa estética de los sketchs que se cortan y continúan después. Hoy, ninguno de nosotros hace eso que hacíamos hace 20 años.
- ¿Qué te hace reír a vos, que sos un tipo que hace humor?
- A mí me hace reír eso que en general nos hace reír a todos. Capaz que vos te reís con cosas que yo no, pero... La transformación de lo cotidiano y una situación que se torna inverosímil, o sorpresiva, o que deriva para un lugar inesperado, es lo que muchas veces me convoca a la risa. Esta tomadura de pelo a un discurso único que tenemos de supuesta importancia a algunas cosas que después, desde el lenguaje humorístico, son como implotadas. En realidad, uno lo que hace es tomarse el pelo.
- Vos tenés un pelo muy particular como para tomárselo.
- Sí, inclusive me lo he tomado y todo (risas). Amén de que hay algo que el otro tiene que me causa gracia, también. Esa gracia personal que puede tener alguien que se maneja por la vida y que es graciosa. La carcajada es más interesante, porque uno es como que se descuajeringa, rompe los límites que tiene armaditos.
- Hablás de la gente que tiene una gracia personal. ¿Sos consciente de que hay gente que con solo verte se ríe?
- Bueno, está muy bien. Uno está para eso. La risa es una emoción imprescindible. De la misma manera en que yo sentía a algunos humoristas como imprescindibles para mi vida, no porque fueran lo único. Fuimos convocados a ser felices por un montón de cosas, que tiene que ver con realizaciones personales o cosas de disfrute que son imprescindibles para que uno le dé sentido a la existencia. Y entre ellos están los humoristas. Entonces cuando yo me reía con Benny Hill o con Olmedo, era porque sentía como una hermandad con eso, y esos tipos me estaban haciendo feliz. Y si uno, para otra gente, produce eso, no solamente bienvenido sea, sino que le da trascendencia a tu vida. Trascendencia que tiene que ver con compartir una idea. No trascendencia ligado a la vanidad, sino que tiene generosidad en el hacer. Y entre todos encontramos un código o un lenguaje que nos une y nos hace cómplices.
- Antes hablábamos de la música. Y en todos los programas de televisión que has hecho ha estado presente el rock. ¿El rock es tú género?
- Sí. Es un poco con lo que yo me críe y lo que de alguna manera me dio una especie de identidad casi tribal. Esta cosa de compartir con otros el rock en un momento, cuando yo era adolescente, en plena dictadura, donde era un refugio compartir gustos y un sonido. Un sonido que tenía también una motivación ideológica. A nosotros nos parecía que estar dentro del rock nos colocaba en un lugar ideológico diferente a lo que veíamos y no nos gustaba, que en este caso siempre está ligado a la autoridad. Uno se separaba de eso, tomaba partido y sentía que estaba en una especie de tribu...
- Separatista.
- Sí, obviamente. Y totalmente discriminatoria. Porque uno discrimina, básicamente: se junta con algunos y con otros no. Después, uno va siendo convocado por otras cosas. Ahora, no es el rock lo que a mí me convoca para darme momentos de suprema felicidad, sino cualquier sonido que sea conmovedor. Eso puede ser el sonido de una tribu de aborígenes en el amachiuati (risas).
- ¿Qué disco podrías recomendar de los amachiuati?
- Amachiuati 2 (risas). En vivo. Y La veracidad del mal, que es el segundo tema del segundo disco, que es un disco que dura tres días. En este caso, serían 72 horas (más risas). Son 12.000 integrantes en la banda. Y son 10.000 bateros. Es un sonido bastante original.
- ¿Cómo sale Racing el domingo?
- 21 a 12. Un partido trabado de mitad de cancha, y en el segundo tiempo me parece que va a ser un partido suelto, con dinámica, con jugadores que están dispuestos a atacar y mirar el arco de enfrente, intentando jugar y de ida y vuelta. 21 a 12 estamos hablando de 33 goles en 45 minutos. Me parece que va a ser un partido como para no perderse, ¿no?
- El peronismo siempre está presente dentro de tus discursos humorísticos. ¿Porque sos peronista, porque te criaste con eso, porque es parte del bizarro?
- Sí, he tenido siempre una ligazón con el peronismo. Lo que pasa es que el peronismo es un movimiento pendular, donde entra un poco de todo (por ejemplo, al peronismo de la Federal, con Duhalde): lo mejor y lo peor. Y como relato fantástico. Porque el peronismo, más allá de ser un movimiento político -y cuando digo movimiento político hablo de un movimiento que ejecutó políticas reales, en las cuales uno puede estar de acuerdo o no- hay un relato fantástico, porque el peronismo es abarcativo. Ha atravesado a toda la Argentina, siendo o no peronista. Como relato, como sujeto histórico, como partido que hizo políticas posibles. El peronismo se puede discutir desde un montón de lugares. Reitero: desde el análisis político pero también desde ese relato fantástico donde Perón pasa a resignificarse como un gran padre. Que en algún momento, cuando volvía, en el 73, era como el símbolo de algo liberador, aunque después haya terminado todo en tragedia. Quiero decir: el peronismo es convocante, en cualquier relato que hagas. En el caso nuestro, cuando ponemos a Perón hablando de rock, evidentemente jugamos con lo opuesto. Si vos escuchás a Perón cantando una canción de Viejas Locas te vas a reír por lo inverosímil. Pero a su vez es como que Perón terminó siendo el creador del rock nacional, como mitología de lo que significa Perón para todos los argentinos. Hasta tal punto que hoy hay mucha gente que nunca fue peronista y que está ligada al gobierno. Y el gobierno viene del peronismo, ese gran movimiento donde entra todo, sale, vuelve a entrar. El único movimiento que hoy tiene vocación de poder, y donde confluyen un montón de construcciones dentro de una gran construcción. Entonces, el relato político posible, es el peronismo. No otra cosa. Si no, ¿de quién voy a hablar? ¿Del Movimiento Integración y Desarrollo? © LA GACETA
- Yo, al Parakultural, iba más como espectador. Recién empezaba a estudiar teatro, laburaba con mi viejo.
- ¿En qué?
- Fotoduplicaciones. Tuve varios trabajos. La convención de ganar tu propio dinero, pero en lugares no muy placenteros, no era lo que yo quería. Ni trabajar en una casa de repuestos ni hacer fotoduplicaciones. Por lo tanto, después, a modo de encontrar algo un poco más trascendente, me puse a hacer teatro y a investigar un poco lo que era eso. Por lo menos, si ese era un lugar que yo podía transitar. Así fue, digamos. Uno siempre encuentra esos lugares de recreo que para uno son sagrados, y lo encontré ahí. Son sagrados en la medida en que uno pueda no sólo valorizar lo que hace sino también formar parte. Formar parte, para mí, es la necesidad de expresarse a partir de uno. Quiero decir, armarse cosas, que era lo que hacíamos cuando nos juntábamos con otros compañeros de teatro; armar historias, armar personajes. Tener una incidencia mayor en lo que se está haciendo. No dejar de lado lo que es el teatro de autor ni mucho menos, porque eso te liga como actor y es interesante involucrarse en la historia de otro, que a veces es también la historia de todos. Pero como yo empecé armando cosas con otro compañero, fue mucho más placentero también.
- ¿Y qué pensás que hubieras sido de no haber sido lo que sos, un tipo que hace reír a la gente?
- Lo que pasa es que estoy haciendo lo que siempre tuve ganas de hacer, y después eso se me hizo carne, pero podría haber sido cualquier cosa. Porque descanso en la imaginería. Entonces podría haber sido un asesino serial, un triste hombre gris caminando por la nada. Digamos que a veces lo soy, también, pero hoy tengo esos recreos y esos lugares donde uno es feliz. En este caso, tiene una íntima relación con el programa de televisión. Así que, podría haber sido cualquier cosa y está bien. Está bien que así sea.
- Decís "armar personajes". Desde la época de Cha Cha Cha, te destacás por la creación de personajes individuales: Sidartha Kiwi, el filósofo estilista, el poeta. Siendo que muchas cosas de ese programa eran creaciones colectivas, ¿por qué te quedaba tan bien eso del personaje solo? ¿Es herencia del teatro?
- En Cha Cha Cha eso se dio por la metodología de trabajo que teníamos. Cuando los laburos eran grupales, había una idea que se generaba entre todos y no había un guión tan establecido. Se seguía una idea y se seguía un poco la impronta del juego. Estábamos todos entusiasmados con lo que hacíamos. Eso, finalmente, tenía un desarrollo y tenía comicidad. En el caso de Sidartha Kiwi y todos esos personajes, eran personajes que yo creaba y que yo les hacía el guión. Así como cada uno de los que trabajaba en el programa se armaba sus propios personajes y sus propios guiones. Es decir: no teníamos un guionista fijo, sino que cada uno tenía participación no sólo en la actuación sino también en el desarrollo de las ideas.
- ¿A vos te costó el paso del teatro a la tele?
- Bueno, cuesta actuar en televisión porque no tiene nada que ver el registro que uno pone en el teatro con el que uno pone en televisión. Ese paso es el que más cuesta. Para nosotros era tan nuevo que la experiencia nos atravesó, así, literalmente. No sabíamos por momentos dónde estábamos parados. Quiero decir: hasta ese momento, la única relación que uno tenía con la televisión era ser espectador, y de repente nos encontrábamos en un estudio haciendo algo que después lo veía un montón de gente. No teníamos gran conciencia porque ninguno venía de ese medio. Lo que pasa es que había una empatía grupal que hacía que gozáramos más lo que estábamos haciendo, que pensar en términos de que estábamos en televisión, o la supuesta responsabilidad que conlleva eso. Teniendo en cuenta que en ese momento estábamos en un canal que no tenía tanto recorrido en la gente.
- América.
- América en el año 92, 93, que no tenía tanta programación, y por eso se armó un programa con actores que no venían de la televisión, y en el que ninguno era conocido. En De la cabeza, los más conocidos eran Petinatto y Aráoz, pero en Cha Cha Cha, que fue parte de un grupo mayor que había en De la cabeza, nadie venía de los medios ni era conocido por el gran público que consume televisión. Eso sucedió porque fue un momento particular, que nos permitió a nosotros estar en un medio al cual nunca hubiésemos accedido. La sensación que uno tenía con la televisión era que, si no eras amigo de alguien, era imposible llegar. A nosotros nos interesaba el medio expresivo, pero en los lugares más naturales, que en este caso era un escenario, donde sea: un teatro convencional, un boliche, la calle, cualquier lugar que tuviese un espacio para que uno hiciera algo. A la televisión, te diría, fuimos más convocados que otra cosa. Hicieron una convocatoria, fuimos, hicimos una prueba, algunos quedaron, otros no, y así empezó todo.
- Hoy, 18 o 20 años después, ¿son conscientes de que cambiaron la forma de hacer humor en Argentina?
- A mí, más que cambiar la forma de hacer humor, me parece que fue una manera, un lenguaje; siempre partiendo de la base de lo que es la comicidad, que es lo que, en este caso, a nosotros nos hace reír. Uno trabaja desde ahí. Nunca con la estrategia de qué es lo que hace reír a la gente. A esas cosas las puede saber Sofovich, que hace 50 años que trabaja en televisión. Lo que hacíamos nos hacía divertir a nosotros, y suponíamos que teníamos algún tipo de complicidad en el afuera. Me parece que instalamos un lenguaje humorístico, una manera de contar algo humorístico que no se veía en ese momento. Que alguna vez se vio con los uruguayos, en Telecataplum, también en una década que permitía que ellos hicieran algo ligado al absurdo, si se quiere, o no tan lineal.
- O los Monty Phyton. Ustedes tenían algo de eso.
- Sí, son referencias, por supuesto. Así como los Monty Phyton habrán tenido sus referencias, que probablemente hayan sido, por ejemplo, los hermanos Marx. Nosotros, en ese momento, consumíamos y nos gustaban cosas como los Monty Phyton o Benny Hill, aunque Benny Hill era, diría, un poco más plebeyo. También yo veía a Olmedo y me moría de risa, porque había algunas cosas de Olmedo que eran muy disparatadas. El humor siempre tiene que ver con el disparate, porque lo que hace es desvirtuar la realidad. Después, bueno, hay estéticas, hay maneras, hay registros de actuación. En la época en que nosotros empezamos, los programas estaban armados en función de un capocómico y algún tipo de humor ligado a la eficacia. "Poneme dos o tres minas y listo". Un capocómico, y los que le hacían la segunda, que eran muy buenos, porque si no tenés buenos actores secundarios todo se deshilacha.
- Claro, pero eso era lo bueno de Cha Cha Cha: que no había actores secundarios, todos eran actores principales.
- Claro. Funcionábamos en la medida de lo que eran los grupos como los Monty Phyton. Uno podía decir "me hace reír más este que el otro", pero todos tenían incidencia e importancia en lo que hacían. De golpe había momentos, sketchs en los que uno tenía más relevancia que el otro, y después, en el otro sketch, el que había estado en el anterior diciendo dos o tres textos tenía más peso. Lo importante era la idea y lo que se estaba contando, más que esta cosa del producto humorístico. Alguna vez, a Pepe Biondi, en la década del 70, le cerraron las puertas porque empezó a generarse más en los programas de humor la picaresca y las chicas con poca ropa, cosa que no tenía que ver con lo que hacía Biondi. Van cambiando las épocas y la propia televisión va exigiendo otro tipo de lenguaje. En los 90, apareció Cenderelli e hizo una convocatoria de actores que venían del teatro para conformar lo que fue De la cabeza, que tenía esa estética del zapping, esa estética de los sketchs que se cortan y continúan después. Hoy, ninguno de nosotros hace eso que hacíamos hace 20 años.
- ¿Qué te hace reír a vos, que sos un tipo que hace humor?
- A mí me hace reír eso que en general nos hace reír a todos. Capaz que vos te reís con cosas que yo no, pero... La transformación de lo cotidiano y una situación que se torna inverosímil, o sorpresiva, o que deriva para un lugar inesperado, es lo que muchas veces me convoca a la risa. Esta tomadura de pelo a un discurso único que tenemos de supuesta importancia a algunas cosas que después, desde el lenguaje humorístico, son como implotadas. En realidad, uno lo que hace es tomarse el pelo.
- Vos tenés un pelo muy particular como para tomárselo.
- Sí, inclusive me lo he tomado y todo (risas). Amén de que hay algo que el otro tiene que me causa gracia, también. Esa gracia personal que puede tener alguien que se maneja por la vida y que es graciosa. La carcajada es más interesante, porque uno es como que se descuajeringa, rompe los límites que tiene armaditos.
- Hablás de la gente que tiene una gracia personal. ¿Sos consciente de que hay gente que con solo verte se ríe?
- Bueno, está muy bien. Uno está para eso. La risa es una emoción imprescindible. De la misma manera en que yo sentía a algunos humoristas como imprescindibles para mi vida, no porque fueran lo único. Fuimos convocados a ser felices por un montón de cosas, que tiene que ver con realizaciones personales o cosas de disfrute que son imprescindibles para que uno le dé sentido a la existencia. Y entre ellos están los humoristas. Entonces cuando yo me reía con Benny Hill o con Olmedo, era porque sentía como una hermandad con eso, y esos tipos me estaban haciendo feliz. Y si uno, para otra gente, produce eso, no solamente bienvenido sea, sino que le da trascendencia a tu vida. Trascendencia que tiene que ver con compartir una idea. No trascendencia ligado a la vanidad, sino que tiene generosidad en el hacer. Y entre todos encontramos un código o un lenguaje que nos une y nos hace cómplices.
- Antes hablábamos de la música. Y en todos los programas de televisión que has hecho ha estado presente el rock. ¿El rock es tú género?
- Sí. Es un poco con lo que yo me críe y lo que de alguna manera me dio una especie de identidad casi tribal. Esta cosa de compartir con otros el rock en un momento, cuando yo era adolescente, en plena dictadura, donde era un refugio compartir gustos y un sonido. Un sonido que tenía también una motivación ideológica. A nosotros nos parecía que estar dentro del rock nos colocaba en un lugar ideológico diferente a lo que veíamos y no nos gustaba, que en este caso siempre está ligado a la autoridad. Uno se separaba de eso, tomaba partido y sentía que estaba en una especie de tribu...
- Separatista.
- Sí, obviamente. Y totalmente discriminatoria. Porque uno discrimina, básicamente: se junta con algunos y con otros no. Después, uno va siendo convocado por otras cosas. Ahora, no es el rock lo que a mí me convoca para darme momentos de suprema felicidad, sino cualquier sonido que sea conmovedor. Eso puede ser el sonido de una tribu de aborígenes en el amachiuati (risas).
- ¿Qué disco podrías recomendar de los amachiuati?
- Amachiuati 2 (risas). En vivo. Y La veracidad del mal, que es el segundo tema del segundo disco, que es un disco que dura tres días. En este caso, serían 72 horas (más risas). Son 12.000 integrantes en la banda. Y son 10.000 bateros. Es un sonido bastante original.
- ¿Cómo sale Racing el domingo?
- 21 a 12. Un partido trabado de mitad de cancha, y en el segundo tiempo me parece que va a ser un partido suelto, con dinámica, con jugadores que están dispuestos a atacar y mirar el arco de enfrente, intentando jugar y de ida y vuelta. 21 a 12 estamos hablando de 33 goles en 45 minutos. Me parece que va a ser un partido como para no perderse, ¿no?
- El peronismo siempre está presente dentro de tus discursos humorísticos. ¿Porque sos peronista, porque te criaste con eso, porque es parte del bizarro?
- Sí, he tenido siempre una ligazón con el peronismo. Lo que pasa es que el peronismo es un movimiento pendular, donde entra un poco de todo (por ejemplo, al peronismo de la Federal, con Duhalde): lo mejor y lo peor. Y como relato fantástico. Porque el peronismo, más allá de ser un movimiento político -y cuando digo movimiento político hablo de un movimiento que ejecutó políticas reales, en las cuales uno puede estar de acuerdo o no- hay un relato fantástico, porque el peronismo es abarcativo. Ha atravesado a toda la Argentina, siendo o no peronista. Como relato, como sujeto histórico, como partido que hizo políticas posibles. El peronismo se puede discutir desde un montón de lugares. Reitero: desde el análisis político pero también desde ese relato fantástico donde Perón pasa a resignificarse como un gran padre. Que en algún momento, cuando volvía, en el 73, era como el símbolo de algo liberador, aunque después haya terminado todo en tragedia. Quiero decir: el peronismo es convocante, en cualquier relato que hagas. En el caso nuestro, cuando ponemos a Perón hablando de rock, evidentemente jugamos con lo opuesto. Si vos escuchás a Perón cantando una canción de Viejas Locas te vas a reír por lo inverosímil. Pero a su vez es como que Perón terminó siendo el creador del rock nacional, como mitología de lo que significa Perón para todos los argentinos. Hasta tal punto que hoy hay mucha gente que nunca fue peronista y que está ligada al gobierno. Y el gobierno viene del peronismo, ese gran movimiento donde entra todo, sale, vuelve a entrar. El único movimiento que hoy tiene vocación de poder, y donde confluyen un montón de construcciones dentro de una gran construcción. Entonces, el relato político posible, es el peronismo. No otra cosa. Si no, ¿de quién voy a hablar? ¿Del Movimiento Integración y Desarrollo? © LA GACETA