10 Septiembre 2011
PRESIÓN EXTREMA. Los adolescentes sufren hoy muchas más tensiones, por lo que deben "rendir examen" a más corta edad, según los psicólogos. APHRODESIRE.WORDPRESS.COM
Cada vez más gente decide quitarse la vida. La constatación de esta tendencia en todo el mundo ha activado la necesidad imperiosa de revisar los enfoques terapéuticos tradicionales, según David Parodi, médico psiquiatra tucumano. "El suicidio es el desafío epidemiológico de este tiempo", postula el profesional en una charla con LA GACETA.
El preocupante diagnóstico se apoya en las estadísticas. Explica: "hay un incremento de la tasa de suicidios a escala planetaria. Siempre hubo un volumen de casos considerado normal entre comillas. Pero, en los últimos seis o siete años, el fenómeno se disparó invirtiéndose aquello de que los ancianos eran los más proclives a quitarse la vida. En el presente, los niños, adolescentes y jóvenes encabezan la tasa de suicidios. Con el agravante de que los adultos mayores siguen suicidándose al mismo ritmo que antes: por eso hablamos de epidemia".
- ¿Cómo se contiene esta gravísima problemática?
- Si bien hay que tratar al suicidio de manera individual, también hay que hacerlo colectivamente. Es decir, abordar al paciente, pero también al contexto suicidógeno. Nadie se mata solo. Cuando aparece un paciente con ideación suicida es necesario indagar cuál es el sistema que influye en él para que genere este síntoma. Esos mecanismos pueden estar en la familia, en el trabajo, en la escuela y hasta en el lugar de esparcimiento. El tratamiento es muy complejo, casi detectivesco. Los métodos tradicionales de abordaje del suicido sirven cada vez menos. El caso individual, insisto, necesariamente debe conducir al rastreo del sistema y al tratamiento en conjunto.
- ¿Existe alguna receta para identificar a las víctimas de esta enfermedad?
- Durante el último brote de influenza, yo, que soy psiquiatra, tuve que aprender de qué se trataba este tipo de gripe para hacer una detección temprana y derivar a mis pacientes con estos problemas al especialista. Eso no está ocurriendo con el suicidio: la identificación precoz es lo único que sirve como método preventivo. ¿A dónde acude la persona que se siente mal y que está pensando en matarse? La estadística dice que al médico en general: al traumatólogo, por ejemplo, porque se quebró a lo mejor, un brazo. En este sentido, el médico suele conformarse con hacer su trabajo: no indaga más allá, no tiene en cuenta que el accidente, como enfermedad social del siglo XXI, es considerado una causa potencial de suicidio. No hace un cuestionario de cinco minutos y no deriva a quién puede dar tratamiento al paciente: ese profesional no sabe que el suicidio es el desafío epidemiológico de nuestro tiempo.
- ¿Qué consecuencias acarrea esa ignorancia?
- Pasa el tiempo y ese eventual suicida llega al consultorio psicológico porque requiere ayuda con mucha urgencia. Pero ahora el psicólogo tiene que "remar" los años transcurridos desde la consulta al traumatólogo, por seguir con el ejemplo anterior. Y la mitad de los suicidas no llegan nunca a esta instancia. El déficit de detección precoz incide en el aumento de la tasa. Esta es la indiferencia que mata. Y uno se pregunta por qué se pierde tanto tiempo si se sabe que la gente que piensa en quitarse la vida deja en el camino una buena cantidad de mensajes.
- ¿Cómo explica la explosión de este fenómeno en niños y jóvenes?
- El continuum autodestructivo empieza con la fantasía, la instalación del deseo, el ensayo, el intento propiamente dicho y el suicidio consumado. Este proceso que antes llevaba años hoy puede darse solamente en un día. Todos sabemos que el mundo está convulcionado, abunda cierta tensión y presión; en el caso de los adolescentes, resulta que estos "rinden examen" más temprano que antes: revisan su vida a los 14 o 15 años. Se preguntan si triunfaron o no en una edad donde carecen de perspectiva para contestar ese interrogante. Esa evaluación causa presión y tensión y, en ciertos casos, puede llevar al suicidio.
- ¿Y qué significa este desafío epidemiológico para el Estado actual?
- No hay vacuna contra esta epidemia. Una definición afirma que el suicidio es un misterio: algo secreto, oculto e inexplicable. ¿Por qué? Porque está relacionado con la muerte. ¿Cómo se hace para tratar efectivamente algo misterioso? Supongo que el Gobierno se encuentra en la misma incertidumbre que los profesionales. Sin embargo, hay cosas que se pueden intentar. Yo hago hincapié en la capacitación general para la detección temprana del fenómeno para todos los integrantes del sistema de salud y no sólo para los psicólogos. La capacitación específica debe dirigirse, sin embargo, a profesionales seleccionados porque no todo el mundo puede tratar el suicidio. Y hay que armar bien esos equipos para que puedan recibir a los pacientes derivados y disponer, por ejemplo, de un número telefónico de asistencia al suicida. Todo eso con carácter estable, no como medida de emergencia. Hacer todo lo posible, todo lo que está en nuestras manos es lo único que puede ayudarnos a aceptar este misterio.
El preocupante diagnóstico se apoya en las estadísticas. Explica: "hay un incremento de la tasa de suicidios a escala planetaria. Siempre hubo un volumen de casos considerado normal entre comillas. Pero, en los últimos seis o siete años, el fenómeno se disparó invirtiéndose aquello de que los ancianos eran los más proclives a quitarse la vida. En el presente, los niños, adolescentes y jóvenes encabezan la tasa de suicidios. Con el agravante de que los adultos mayores siguen suicidándose al mismo ritmo que antes: por eso hablamos de epidemia".
- ¿Cómo se contiene esta gravísima problemática?
- Si bien hay que tratar al suicidio de manera individual, también hay que hacerlo colectivamente. Es decir, abordar al paciente, pero también al contexto suicidógeno. Nadie se mata solo. Cuando aparece un paciente con ideación suicida es necesario indagar cuál es el sistema que influye en él para que genere este síntoma. Esos mecanismos pueden estar en la familia, en el trabajo, en la escuela y hasta en el lugar de esparcimiento. El tratamiento es muy complejo, casi detectivesco. Los métodos tradicionales de abordaje del suicido sirven cada vez menos. El caso individual, insisto, necesariamente debe conducir al rastreo del sistema y al tratamiento en conjunto.
- ¿Existe alguna receta para identificar a las víctimas de esta enfermedad?
- Durante el último brote de influenza, yo, que soy psiquiatra, tuve que aprender de qué se trataba este tipo de gripe para hacer una detección temprana y derivar a mis pacientes con estos problemas al especialista. Eso no está ocurriendo con el suicidio: la identificación precoz es lo único que sirve como método preventivo. ¿A dónde acude la persona que se siente mal y que está pensando en matarse? La estadística dice que al médico en general: al traumatólogo, por ejemplo, porque se quebró a lo mejor, un brazo. En este sentido, el médico suele conformarse con hacer su trabajo: no indaga más allá, no tiene en cuenta que el accidente, como enfermedad social del siglo XXI, es considerado una causa potencial de suicidio. No hace un cuestionario de cinco minutos y no deriva a quién puede dar tratamiento al paciente: ese profesional no sabe que el suicidio es el desafío epidemiológico de nuestro tiempo.
- ¿Qué consecuencias acarrea esa ignorancia?
- Pasa el tiempo y ese eventual suicida llega al consultorio psicológico porque requiere ayuda con mucha urgencia. Pero ahora el psicólogo tiene que "remar" los años transcurridos desde la consulta al traumatólogo, por seguir con el ejemplo anterior. Y la mitad de los suicidas no llegan nunca a esta instancia. El déficit de detección precoz incide en el aumento de la tasa. Esta es la indiferencia que mata. Y uno se pregunta por qué se pierde tanto tiempo si se sabe que la gente que piensa en quitarse la vida deja en el camino una buena cantidad de mensajes.
- ¿Cómo explica la explosión de este fenómeno en niños y jóvenes?
- El continuum autodestructivo empieza con la fantasía, la instalación del deseo, el ensayo, el intento propiamente dicho y el suicidio consumado. Este proceso que antes llevaba años hoy puede darse solamente en un día. Todos sabemos que el mundo está convulcionado, abunda cierta tensión y presión; en el caso de los adolescentes, resulta que estos "rinden examen" más temprano que antes: revisan su vida a los 14 o 15 años. Se preguntan si triunfaron o no en una edad donde carecen de perspectiva para contestar ese interrogante. Esa evaluación causa presión y tensión y, en ciertos casos, puede llevar al suicidio.
- ¿Y qué significa este desafío epidemiológico para el Estado actual?
- No hay vacuna contra esta epidemia. Una definición afirma que el suicidio es un misterio: algo secreto, oculto e inexplicable. ¿Por qué? Porque está relacionado con la muerte. ¿Cómo se hace para tratar efectivamente algo misterioso? Supongo que el Gobierno se encuentra en la misma incertidumbre que los profesionales. Sin embargo, hay cosas que se pueden intentar. Yo hago hincapié en la capacitación general para la detección temprana del fenómeno para todos los integrantes del sistema de salud y no sólo para los psicólogos. La capacitación específica debe dirigirse, sin embargo, a profesionales seleccionados porque no todo el mundo puede tratar el suicidio. Y hay que armar bien esos equipos para que puedan recibir a los pacientes derivados y disponer, por ejemplo, de un número telefónico de asistencia al suicida. Todo eso con carácter estable, no como medida de emergencia. Hacer todo lo posible, todo lo que está en nuestras manos es lo único que puede ayudarnos a aceptar este misterio.
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