Por Lucía Lozano
10 Septiembre 2011
Lo recomienda una amiga. Te lo ofrece el vecino. "Tomá esta pastillita; te vas a sentir mejor", nos "medicó" alguna vez un familiar. Nos dieron un antibiótico para el resfrío, un analgésico para el dolor de cuerpo, una píldora para dormir, un tranquilizante para "bajar un cambio". Todos la conocen. La mayoría la puso en práctica. Los expertos le llaman la enfermedad silenciosa. La automedicación, esa mala costumbre, suma cada día más remedios al botiquín casero. Y resta salud. Porque el uso indebido y abusivo de medicamentos está convirtiendo a algunos en objetos ineficaces.
Nada de consultar al médico. "¿Te duele la garganta? Llegate hasta la farmacia y pedite una amoxicilina. Tomás dos juntas y te pasa enseguida". La sugerencia aparece en una mesa de café cualquiera. No sorprende. Aunque sí enfada a algunos farmacéuticos. "¿Usás antibióticos para curarte o para enfermarte?", le pregunta Luis Riarte desde el mostrador de su farmacia a una cliente. "El antibiótico es para cuando hay infección", le aclara.
En el arsenal de medicamentos que contienen los hogares, los antibióticos abarcan un espacio importante. No es un dato menor para la Organización Mundial de la Salud (OMS), que este año definió como el problema de salud más grave la resistencia de algunas bacterias a los antibióticos. "El mundo está a punto de quedarse sin estas curas milagrosas", advirtió la directora general de la OMS, Margaret Chan. "Si no se aplican medidas correctivas, nos encaminamos a una era en la que muchas infecciones comunes no tendrán cura y volverán a matar con toda su furia", subraya.
En el país, se estima que tres de cada cuatro adultos se automedican. Además, según investigaciones, la mitad de las tomas de antibióticos son incorrectas. Esto suele darse en cuadros respiratorios, cuyo origen es casi siempre viral y no bacteriano (para este caso se indica antibiótico).
El uso indebido de antibióticos está generando bacterias cada vez más resistentes, explica Fernando Esper, presidente del Colegio de Farmacéuticos. "Hay medicamentos que están perdiendo efecto. A algunas enfermedades ya no les hacen nada. Se deben usar drogas cada vez más fuertes y con más efectos adversos. Estamos al límite. En muchos casos, para matar una mosca estamos usando misiles", compara.
El especialista detalla que en las farmacias el 70% de la venta se hace bajo receta. Ese 30% que se comercializa sin control es una pieza fundamental en el fenómeno de la automedicación. Pero hay otra pieza más, que tiene que ver con los médicos: "muchas veces no recetan como corresponde, ya sea porque dan lo que el paciente les pide o porque no evalúan bien los cuadros clínicos". "También influye la industria farmacéutica: pocos laboratorios expenden las dosis justas para los tratamientos. A los pacientes que se enferman una vez les sobran antibióticos y los guardan. Así, si otra vez tienen síntomas parecidos se automedican", explica. El problema, señala, es que se deben administrar un tiempo determinado para que sean efectivos.
Esper habla de la cultura de una sociedad que ha convertido a la automedicación en algo normal. La gente lleva pastillas consigo adonde vaya. Ante cualquier síntoma, recurre a ellas. "Muchas cosas se manejan por teléfono o Internet. Es una locura", sostiene.
"Ningún medicamento es inofensivo", resalta, antes de mostrarse partidario de que en las casas no haya fármacos. No es para menos. El clásico botiquín hogareño con algodones, agua oxigenada y algún antipirético hoy ha mutado y se parece más a una minifarmacia. Según expertos, los remedios se han convertido en un producto más de esta sociedad de consumo que necesita soluciones inmediatas a todos sus problemas. Así las cosas, el remedio parece ser peor que la enfermedad.
Nada de consultar al médico. "¿Te duele la garganta? Llegate hasta la farmacia y pedite una amoxicilina. Tomás dos juntas y te pasa enseguida". La sugerencia aparece en una mesa de café cualquiera. No sorprende. Aunque sí enfada a algunos farmacéuticos. "¿Usás antibióticos para curarte o para enfermarte?", le pregunta Luis Riarte desde el mostrador de su farmacia a una cliente. "El antibiótico es para cuando hay infección", le aclara.
En el arsenal de medicamentos que contienen los hogares, los antibióticos abarcan un espacio importante. No es un dato menor para la Organización Mundial de la Salud (OMS), que este año definió como el problema de salud más grave la resistencia de algunas bacterias a los antibióticos. "El mundo está a punto de quedarse sin estas curas milagrosas", advirtió la directora general de la OMS, Margaret Chan. "Si no se aplican medidas correctivas, nos encaminamos a una era en la que muchas infecciones comunes no tendrán cura y volverán a matar con toda su furia", subraya.
En el país, se estima que tres de cada cuatro adultos se automedican. Además, según investigaciones, la mitad de las tomas de antibióticos son incorrectas. Esto suele darse en cuadros respiratorios, cuyo origen es casi siempre viral y no bacteriano (para este caso se indica antibiótico).
El uso indebido de antibióticos está generando bacterias cada vez más resistentes, explica Fernando Esper, presidente del Colegio de Farmacéuticos. "Hay medicamentos que están perdiendo efecto. A algunas enfermedades ya no les hacen nada. Se deben usar drogas cada vez más fuertes y con más efectos adversos. Estamos al límite. En muchos casos, para matar una mosca estamos usando misiles", compara.
El especialista detalla que en las farmacias el 70% de la venta se hace bajo receta. Ese 30% que se comercializa sin control es una pieza fundamental en el fenómeno de la automedicación. Pero hay otra pieza más, que tiene que ver con los médicos: "muchas veces no recetan como corresponde, ya sea porque dan lo que el paciente les pide o porque no evalúan bien los cuadros clínicos". "También influye la industria farmacéutica: pocos laboratorios expenden las dosis justas para los tratamientos. A los pacientes que se enferman una vez les sobran antibióticos y los guardan. Así, si otra vez tienen síntomas parecidos se automedican", explica. El problema, señala, es que se deben administrar un tiempo determinado para que sean efectivos.
Esper habla de la cultura de una sociedad que ha convertido a la automedicación en algo normal. La gente lleva pastillas consigo adonde vaya. Ante cualquier síntoma, recurre a ellas. "Muchas cosas se manejan por teléfono o Internet. Es una locura", sostiene.
"Ningún medicamento es inofensivo", resalta, antes de mostrarse partidario de que en las casas no haya fármacos. No es para menos. El clásico botiquín hogareño con algodones, agua oxigenada y algún antipirético hoy ha mutado y se parece más a una minifarmacia. Según expertos, los remedios se han convertido en un producto más de esta sociedad de consumo que necesita soluciones inmediatas a todos sus problemas. Así las cosas, el remedio parece ser peor que la enfermedad.