26 Agosto 2011
Una oleada de aroma a incienso es la primera percepción. El cuarto luce alfombrado y despojado de muebles. Señal de que hay que sacarse los zapatos para entrar. Periodista y fotógrafo toman un almohadón cada uno y se ubican en el piso. Gustavo Escalante se acerca descalzo con una bandeja: trae un blend de canela, jengibre y té rojo en pequeños vasos de cerámica. Comienza la entrevista.
"Las culturas más antiguas te enseñan que una de las formas del ser humano de conectarse con lo sagrado es por medio del sonido. De ahí el uso de instrumentos musicales en las ceremonias rituales. Los sonidos se utilizan como medio para equilibrar el cuerpo y el alma, para tratar enfermedades y equilibrar la energía", explica Escalante, vestido con pantalón blanco y camisola lila.
Al fondo de la habitación, en su casa del barrio Kennedy, descansan extraños instrumentos: cuatro cuencos blancos de cuarzo, de distintos tamaños, un cuenco tibetano (hecho con aleación de siete metales), un gong (especie de platillo de bronce que se usaba hace 4.000 años) y un didgeridoo (instrumento de viento -como una enorme caña- de origen australiano). Lo acompañan elementos naturales, entre ellos palos de lluvia, chaschas (racimos de pezuñas de cabra) y vainas gigantes.
Son instrumentos simples de tocar, pero cada uno emite un sonido profundo y abrazador. Gustavo logra con cada mano distintos sonidos. Cada caricia que arrastra por el borde de los cuencos de cuarzo genera un murmullo interminable, suave primero e intenso después.
El golpeteo sobre el udu, una especie de vasija de barro cocido, acostada sobre una manta, marca un ritmo suave y seco, tan africano como el origen de este instrumento. De tanto en tanto, para cortar, hace sonar los pines armonizadores, que recuerdan al mágico xilofón. Cada sonido nace, se eleva, se sostiene y se pierde, mientras otro va surgiendo al mismo tiempo.
Arrullado en los sones, el cuerpo se va relajando. La mente comienza a fluir en libertad. Una inspiración profunda termina por acomodarnos en una frecuencia de bienestar y tranquilidad...
"La vibración sonora de estos instrumentos nos lleva al equilibrio físico y energético. Por medio del principio de la resonancia el sonido tiene la capacidad de afectar la materia. Esto convierte al sonido en un instrumento terapéutico, porque ayuda al equilibrio físico, emocional y espiritual", explica.
Una larga búsqueda
¿Cuándo comenzó esta historia de la terapia vibracional? A los 27 años. Gustavo -que hoy tiene 33 - se había recibido de licenciado en Administración de Empresas pero no se sentía satisfecho. "Allí comenzó mi búsqueda. Empecé con yoga, que me cambió la vida y que nunca abandoné, y seguí con control mental, reiki, terapia con piedras y cristales maestros, hasta que llegué al sonido en un viaje a Capilla del Monte. Fue cuando conocí a mis maestros Marcela y Sebastián. Ellos me enseñaron muchas cosas, y a partir de ahí comencé a investigar", cuenta.
Asegura que los sonidos pueden armonizar el cuerpo y el alma. Él mismo padecía de ataques de pánico que fueron desapareciendo gracias a la terapia vibracional.
"El universo es una gran sinfonía", destaca. "Cada órgano y hueso de nuestro cuerpo tiene una resonancia -explica-. Cuando aparece un bloqueo el órgano deja de vibrar con el resto del sistema, produciendo como resultado algún tipo de enfermedad o desequilibrio. Por eso esta terapia sirve para elevar la frecuencia vibracional y ponerla en armonía con el universo".
"Las culturas más antiguas te enseñan que una de las formas del ser humano de conectarse con lo sagrado es por medio del sonido. De ahí el uso de instrumentos musicales en las ceremonias rituales. Los sonidos se utilizan como medio para equilibrar el cuerpo y el alma, para tratar enfermedades y equilibrar la energía", explica Escalante, vestido con pantalón blanco y camisola lila.
Al fondo de la habitación, en su casa del barrio Kennedy, descansan extraños instrumentos: cuatro cuencos blancos de cuarzo, de distintos tamaños, un cuenco tibetano (hecho con aleación de siete metales), un gong (especie de platillo de bronce que se usaba hace 4.000 años) y un didgeridoo (instrumento de viento -como una enorme caña- de origen australiano). Lo acompañan elementos naturales, entre ellos palos de lluvia, chaschas (racimos de pezuñas de cabra) y vainas gigantes.
Son instrumentos simples de tocar, pero cada uno emite un sonido profundo y abrazador. Gustavo logra con cada mano distintos sonidos. Cada caricia que arrastra por el borde de los cuencos de cuarzo genera un murmullo interminable, suave primero e intenso después.
El golpeteo sobre el udu, una especie de vasija de barro cocido, acostada sobre una manta, marca un ritmo suave y seco, tan africano como el origen de este instrumento. De tanto en tanto, para cortar, hace sonar los pines armonizadores, que recuerdan al mágico xilofón. Cada sonido nace, se eleva, se sostiene y se pierde, mientras otro va surgiendo al mismo tiempo.
Arrullado en los sones, el cuerpo se va relajando. La mente comienza a fluir en libertad. Una inspiración profunda termina por acomodarnos en una frecuencia de bienestar y tranquilidad...
"La vibración sonora de estos instrumentos nos lleva al equilibrio físico y energético. Por medio del principio de la resonancia el sonido tiene la capacidad de afectar la materia. Esto convierte al sonido en un instrumento terapéutico, porque ayuda al equilibrio físico, emocional y espiritual", explica.
Una larga búsqueda
¿Cuándo comenzó esta historia de la terapia vibracional? A los 27 años. Gustavo -que hoy tiene 33 - se había recibido de licenciado en Administración de Empresas pero no se sentía satisfecho. "Allí comenzó mi búsqueda. Empecé con yoga, que me cambió la vida y que nunca abandoné, y seguí con control mental, reiki, terapia con piedras y cristales maestros, hasta que llegué al sonido en un viaje a Capilla del Monte. Fue cuando conocí a mis maestros Marcela y Sebastián. Ellos me enseñaron muchas cosas, y a partir de ahí comencé a investigar", cuenta.
Asegura que los sonidos pueden armonizar el cuerpo y el alma. Él mismo padecía de ataques de pánico que fueron desapareciendo gracias a la terapia vibracional.
"El universo es una gran sinfonía", destaca. "Cada órgano y hueso de nuestro cuerpo tiene una resonancia -explica-. Cuando aparece un bloqueo el órgano deja de vibrar con el resto del sistema, produciendo como resultado algún tipo de enfermedad o desequilibrio. Por eso esta terapia sirve para elevar la frecuencia vibracional y ponerla en armonía con el universo".
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