Por Juan Manuel Asis
24 Agosto 2011
La oposición se dio un baño de realismo el 14 de agosto a causa de los miles de votos que recibió la presidenta, Cristina Fernández, y decidió a la luz de la contundencia de las urnas cambiar de metas: renunció a la pelea por la Casa Rosada y se propuso tratar de llegar al Congreso. Así, si el Gobierno nacional pretendía un plus para ampliar su sonrisa, los propios opositores se encargaron de servírselo en bandeja al ratificar -con su prematuro abandono- el mensaje oficialista de hace meses sobre que "Cristina ya ganó". También los adversarios del cristinismo, que no alcanzaron ni siquiera el 15% de las preferencias del electorado, hacen mucho más por facilitarle la reelección a la jefa de Estado: se acusan entre ellos, haciendo menos creíble sus propuestas alternativas. Con lo que, si al Gobierno se lo acusaba por su permanente vocación de conflicto y su escasa predisposición al diálogo, esos pecados han cruzado de vereda, con lo cual -la "calle" ya lo desliza- sólo resta saber cuál será la diferencia que sacará Cristina al segundo. Se han abierto las apuestas.
No está mal reconocer que la opción de la oposición es alcanzar el Parlamento para poner algo de freno y control a un oficialismo que -de repetir los números de las primarias abiertas- parece que tendrá un Congreso favorable a sus intereses; sin embargo, a los opositores le restan sólo 60 días para que ese mensaje se entienda y capte a algún interesado en la calidad institucional del país. Además, ¿qué van a decir? "Controle a Cristina" o "denle algo de poder a la ajada oposición". Han quedado entrampados en sus discursos y, electoralmente, deben subir una cuesta muy empinada, y resbalosa.
Por la provincia ocurre algo similar, aunque los opositores no han renunciado a dar pelea por la gobernación, pese a que el titular del Poder Ejecutivo ya se frota las manos porque considera suyos los 510.000 votos que logró Cristina en Tucumán. Ante tamaña cantidad de sufragios lo más probable es que el mandatario resulte rereelecto el domingo; no caben milagros para el resto. Lo loable es que nadie salió -como si ocurrió en el plano nacional después del triunfo cristinista- a decir que sólo hay que pelear por la Legislatura. De hecho que es así pero, por lo menos, no demuestran tan ostensiblemente que han bajado los brazos por el premio mayor.
He aquí una notable diferencia con lo que sucede en el plano nacional: mientras el cristinismo aspira a tener un Parlamento que le sea favorable aunque más no sea por la diferencia de una banca; en Tucumán, el alperovichismo aspira a que no se reduzca su porcentaje de simpatizantes: el 90% de los legisladores le responde; ojo, no es la mitad, no son los dos tercios ni tres cuartos sino más. El reto de los opositores el domingo será, no alcanzar la mitad de las bancas -como sueñan los opositores nacionales- sino sumar una, dos o tres más. Cuatro más sería sorpresa, cinco más, milagro. Bueno, Jorge Altamira obtuvo el suyo, porqué no los opositores tucumanos.
Otra cosa para pensar: ya se está analizando cómo será la próxima gestión de Cristina en función de las relaciones políticas con la oposición, o con los "enemigos" como advierten los hiperkirchneristas: si mantendrá sus conductas respecto del sistema del conflictividad conque se retroalimenta o si habrá más gestos de proximidad a una oposición que se desde ya se asume debilitada. Entonces, por proyección, ¿cómo será la gestión de Alperovich? Será la última -si no media otra reforma constitucional- y hay muchos temas pendientes de abordaje y de resolución, especialmente los ligados a la seguridad y a la droga, batallas en las que sólo se anotan más puntos en contra que en favor.
No está mal reconocer que la opción de la oposición es alcanzar el Parlamento para poner algo de freno y control a un oficialismo que -de repetir los números de las primarias abiertas- parece que tendrá un Congreso favorable a sus intereses; sin embargo, a los opositores le restan sólo 60 días para que ese mensaje se entienda y capte a algún interesado en la calidad institucional del país. Además, ¿qué van a decir? "Controle a Cristina" o "denle algo de poder a la ajada oposición". Han quedado entrampados en sus discursos y, electoralmente, deben subir una cuesta muy empinada, y resbalosa.
Por la provincia ocurre algo similar, aunque los opositores no han renunciado a dar pelea por la gobernación, pese a que el titular del Poder Ejecutivo ya se frota las manos porque considera suyos los 510.000 votos que logró Cristina en Tucumán. Ante tamaña cantidad de sufragios lo más probable es que el mandatario resulte rereelecto el domingo; no caben milagros para el resto. Lo loable es que nadie salió -como si ocurrió en el plano nacional después del triunfo cristinista- a decir que sólo hay que pelear por la Legislatura. De hecho que es así pero, por lo menos, no demuestran tan ostensiblemente que han bajado los brazos por el premio mayor.
He aquí una notable diferencia con lo que sucede en el plano nacional: mientras el cristinismo aspira a tener un Parlamento que le sea favorable aunque más no sea por la diferencia de una banca; en Tucumán, el alperovichismo aspira a que no se reduzca su porcentaje de simpatizantes: el 90% de los legisladores le responde; ojo, no es la mitad, no son los dos tercios ni tres cuartos sino más. El reto de los opositores el domingo será, no alcanzar la mitad de las bancas -como sueñan los opositores nacionales- sino sumar una, dos o tres más. Cuatro más sería sorpresa, cinco más, milagro. Bueno, Jorge Altamira obtuvo el suyo, porqué no los opositores tucumanos.
Otra cosa para pensar: ya se está analizando cómo será la próxima gestión de Cristina en función de las relaciones políticas con la oposición, o con los "enemigos" como advierten los hiperkirchneristas: si mantendrá sus conductas respecto del sistema del conflictividad conque se retroalimenta o si habrá más gestos de proximidad a una oposición que se desde ya se asume debilitada. Entonces, por proyección, ¿cómo será la gestión de Alperovich? Será la última -si no media otra reforma constitucional- y hay muchos temas pendientes de abordaje y de resolución, especialmente los ligados a la seguridad y a la droga, batallas en las que sólo se anotan más puntos en contra que en favor.
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