15 Mayo 2011
La frase profética de Luis XV (1710-1774), "Después de mí, el diluvio" como antesala del estallido de la Revolución Francesa pareciese ser la acuñada por el gobierno de turno. La alusión a la ausencia de alternativas define un escenario donde el margen a pensar otro candidato para las próximas elecciones presidenciales es ínfimo.
Bajo este dilema del prisionero, no existe escapatoria alguna que haga frente a la actual mandataria. Incluso el hecho de "bajarse de la carrera presidencial" ha generado una lectura clara para la ciudadanía: ni la oposición puede organizarse. Fuera de Cristina se viene el diluvio y, el oficialismo no está exento de esta lógica.
¿Hasta dónde es veraz la incertidumbre de su indecisión? Todo el arco político maneja encuestas, quienes no le llegaban ni a los tobillos han dado un paso al costado para retirarse decorosamente de la batalla y ella aún puede jugar con la especulación, la dilación temporal y la apelación emotiva hacia su situación personal. La pérdida de su compañero ha sido paradójicamente un golpe duro y, a la vez, un fortalecimiento hacia su imagen. Antes la identificación con Perón como figura mítica estaba presente en cada acto proselitista. Ahora Néstor Kirchner ha ocupado su lugar y ella busca encarnar a Evita. Una vez más los mitos cobran vida y bajo esta audacia que tornea una cintura política sublime, la oposición no ha logrado con éxito insertarse. Es que se requiere un poco más que buenas políticas y programas de gobierno; para aterrizar en el Ejecutivo la mística propia del peronismo resulta cada vez más inescindible del ser nacional. Ser peronista es ser argentino y, todo aquel que no lo sea, es un enemigo por naturaleza.
La clave es el giro de conciencia social. La ciudadanía y solo ella es la única responsable e indicada para gestar un cambio genuino en el ideario nacional. Los políticos y, en particular la oposición han dado muestras cabales de su incapacidad de lograrlo. Si no existe una alternativa a Cristina, no existe oposición. La tarea por excelencia de la misma es trazar los puentes necesarios para crear otro modelo. Es bochornoso el escenario que hoy presenciamos. Aquellos que antes se candidateaban para las nacionales y ahora lo hacen para la Ciudad denotan una inconsistencia acérrima a sus principios y motivaciones iniciales. Claro, la Ciudad no es una porción de torta despreciable, al contrario, muchos la consideran el trampolín para el Ejecutivo.
La misma oposición allanó el camino para el triunfo de la actual mandataria. El problema sería un escenario hipotético sin Cristina. El oficialismo no tiene un candidato tan sólido. Una vez más el kirchnerismo cae en sus propias redes. Ha tejido un liderazgo concentrado en poderes y decisiones en torno a la figura del matrimonio K. Bajo esta óptica la Presidenta no tiene otra alternativa que ser ella misma la candidata si es que no quiere presenciar el acta de defunción del mismo movimiento que le dio legitimidad. (Especial para LA GACETA)
Bajo este dilema del prisionero, no existe escapatoria alguna que haga frente a la actual mandataria. Incluso el hecho de "bajarse de la carrera presidencial" ha generado una lectura clara para la ciudadanía: ni la oposición puede organizarse. Fuera de Cristina se viene el diluvio y, el oficialismo no está exento de esta lógica.
¿Hasta dónde es veraz la incertidumbre de su indecisión? Todo el arco político maneja encuestas, quienes no le llegaban ni a los tobillos han dado un paso al costado para retirarse decorosamente de la batalla y ella aún puede jugar con la especulación, la dilación temporal y la apelación emotiva hacia su situación personal. La pérdida de su compañero ha sido paradójicamente un golpe duro y, a la vez, un fortalecimiento hacia su imagen. Antes la identificación con Perón como figura mítica estaba presente en cada acto proselitista. Ahora Néstor Kirchner ha ocupado su lugar y ella busca encarnar a Evita. Una vez más los mitos cobran vida y bajo esta audacia que tornea una cintura política sublime, la oposición no ha logrado con éxito insertarse. Es que se requiere un poco más que buenas políticas y programas de gobierno; para aterrizar en el Ejecutivo la mística propia del peronismo resulta cada vez más inescindible del ser nacional. Ser peronista es ser argentino y, todo aquel que no lo sea, es un enemigo por naturaleza.
La clave es el giro de conciencia social. La ciudadanía y solo ella es la única responsable e indicada para gestar un cambio genuino en el ideario nacional. Los políticos y, en particular la oposición han dado muestras cabales de su incapacidad de lograrlo. Si no existe una alternativa a Cristina, no existe oposición. La tarea por excelencia de la misma es trazar los puentes necesarios para crear otro modelo. Es bochornoso el escenario que hoy presenciamos. Aquellos que antes se candidateaban para las nacionales y ahora lo hacen para la Ciudad denotan una inconsistencia acérrima a sus principios y motivaciones iniciales. Claro, la Ciudad no es una porción de torta despreciable, al contrario, muchos la consideran el trampolín para el Ejecutivo.
La misma oposición allanó el camino para el triunfo de la actual mandataria. El problema sería un escenario hipotético sin Cristina. El oficialismo no tiene un candidato tan sólido. Una vez más el kirchnerismo cae en sus propias redes. Ha tejido un liderazgo concentrado en poderes y decisiones en torno a la figura del matrimonio K. Bajo esta óptica la Presidenta no tiene otra alternativa que ser ella misma la candidata si es que no quiere presenciar el acta de defunción del mismo movimiento que le dio legitimidad. (Especial para LA GACETA)
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