02 Mayo 2011
Por Alba Omil
Para LA GACETA - Tucumán
- ¿Por qué recurren en tu obra los fantasmas? ¿Qué significan en tu vida?
- No lo sé. Lo más importante de mi obra de ficción está provocado por mi intuición y hasta por mi instinto. Porque estudié matemáticas, lo más intelectual y lúcido de las creaciones humanas, puede haber gente que piense que esas ficciones hayan sido producto de la razón pura, del pensamiento intelectual -y digo así porque al lado de él existe lo que puede llamarse el pensamiento poético, que proviene del alma, no del espíritu puro-.
- ¿Crees que el poder de la mente es capaz de educir objetos?
- Si se le da a la palabra "mente" el mismo sentido que tiene la palabra "intelecto", sí, puede producir objetos, en rigor los llamados "objetos ideales", como es la idea de un triángulo o de un centauro. Pero no los objetos del arte y la poesía, que esencialmente provienen del inconsciente.
- ¿Qué significa para vos Buenos Aires?
- Tiene las desventajas de esos monstruos producidos por los Tiempos Modernos, cada vez más abstractos y despersonalizados. Odio esos productos y soy partidario de las pequeñas ciudades, a la escala del hombre, del hombre verdadero, el de carne y hueso. Y en el caso de Buenos Aires, sólo se salvan de esa alienación los barrios. Por este motivo, a la vez psicológico y filosófico, hace medio siglo que dejé Buenos Aires y me vine a vivir a Santos Lugares, en los restos de una antigua quinta, con cipreses, plátanos, plantas, una araucaria y una magnolia de más de cien años. Como ves, a los ojos de los "modernistas", soy un reaccionario?
- Por último, ¿qué piensas del Barroco?
- Casi nada me preguntás. Sabés, mejor que yo, todo lo que se ha escrito y discutido sobre ese movimiento, complejo, a veces contradictorio. De él se podría decir, un poco en broma, lo que un grande dijo del tiempo -no el meteorológico, claro-, "si se me lo pregunta, no lo sé; si no se me lo pregunta, lo sé". Y mucho más se complica el problema si se comparan la música, la arquitectura, las letras, la pintura. Muchos opinan que es un movimiento que, al menos en Europa, se desarrolló en el siglo XVII y hasta promediar el XVIII. Y se vincula ese hecho a una época de desaliento o de crisis que sigue al esplendor y claridad del Renacimiento. Pero todo eso es discutible. Porque, si no, ¿cómo explicar en pleno Renacimiento un barroco tan audaz y expresionista como las esculturas en color de Donatello, de lo más grande que se ha producido en todos los tiempos? Bastaría mencionar la María Magdalena y alguno de los apóstoles. En general no creo en esas divisiones mecánicas y casi matemáticas de la historia. Cualquier movimiento importante nace junto al contra-movimiento: y así lo clásico y lo barroco, lo apolíneo y lo dionisíaco. En el momento en que Europa empieza a ser dominado por el racionalismo, con Descartes a la cabeza, surge el romanticismo: a las razones de la cabeza se oponen aquello que Pascal llamó les raisons du coeur (las razones del corazón). Cómo dijo Heráclito el Oscuro, en el mundo del espíritu, todo marcha hacia lo contrario. No ya en los movimientos colectivos, sino en un solo artista: considerá el caso de Cézanne, que comenzó pintando paisajes furiosamente románticos para pasar a ser después uno de los precursores del cubismo. Pero, aun más: hay artistas que pasan de un momento a otro, exigidos por motivos inconscientes o seminconscientes, de lo clásico a lo romántico, como Miguel Angel y tantos otros.
Uno se cansa de pronto de lo medido y se termina en lo desmedido, hasta que se vuelve atrás. Esta dialéctica existencial rige y ha regido siempre? Se suele decir que el barroco tiene tendencia a florecer en épocas de pesimismo y que a la vitalidad renacentista sucede una tendencia melancólica de la existencia, y, así, a la decadencia del imperio español sucede un pesimismo y cierta preocupación religiosa, un desencanto. Más claro, en mi opinión, sería el caso del fin de los Tiempos Modernos, que estamos viviendo, en que aparece el expresionismo, íntimamente vinculado a eso tan genérico que es el barroco, tanto por su aspecto como por su vuelta al yo más profundo, más vinculado con el inconsciente colectivo. En la pintura, esto es evidente, y también en la literatura, que ha dado obras como el Ulises, autores como Hermann Broch, el Thomas Mann de la montaña mágica y otras novelas, tal vez el propio Proust, Céline y otros. El artista se vuelve del mundo exterior, tan horrible, a su mundo interior más profundo. Pero todo esto es discutible, porque en rigor el movimiento barroco -excepto en casos extremos y casi escolares: una iglesia, por ejemplo- es muy difícil de clasificar en relación a esa clase de acontecimientos históricos, al Zeitgeist o espíritu del tiempo. Si estuviera vinculado de manera tan inequívoca a un tiempo de profundidad o de vuelta a los problemas existenciales no se explicaría por qué tan a menudo se ha transformado en un arte de salón y hasta de pasatiempo como es el rococó. Creo más adecuado hablar de expresionismo, movimiento muy vasto y profundo que a veces linda con el barroco, pero que siempre está vinculado a un repudio del arte naturalista o mimético: es un ahondamiento en el yo profundo, que siempre es dramático, pues se enfrenta con los problemas últimos de la condición humana. Desde ese punto de vista no es únicamente el expresionismo alemán, sino una constante del espíritu humano, que se ha dado en todos los tiempos: desde este punto de vista son expresionistas: Tintoretto, Donatello, Caravaggio, Rembrandt, los "tenebrosi" italianos, Grünewald, Jerónimo Bosch, Breuguel, el Goya de los monstruos y, ya en nuestro tiempo Munch, Roualt, Van Gogh, Gauguin y muchos otros. La lista es interminable, y eso para mencionar únicamente las artes plásticas. Como se comprende, es la esencia misma del gran romanticismo: la exaltación del yo y sus problemas, el pathos sobre el logos, el mundo interior en lugar del mundo exterior. Todo lo contrario de un arte "objetivo". En general, un movimiento que es todo lo contrario del célebre "arte por el arte". (Me olvidaba de Modigliani, Soutine, Kokoschka, Schiele, Francis Bacon, para referirme únicamente a las artes plásticas). En literatura, desde las tragedias griegas hasta Dostoievsky y Beckett, ¿qué hay de real importancia que no sea expresionista? Ya que todo gran arte es expresión del yo, es esencialmente subjetivo y no expresión del mundo exterior. Es el arte trágico por excelencia, y recordemos que con razón Kierkegaard ponía a la categoría metafísica por encima de la categoría meramente estética. Tal vez sería bueno recordar una frase del pobre Van Gogh a su hermano: "Quisiera hacer retratos que dentro de un siglo, a la gente futura, puedan resultarles como apariciones. Por lo tanto, no busco obtenerlo por el parecido fotográfico, sino a través de nuestras expresiones apasionadas, utilizando el color como medio de expresión y de exaltación del carácter."
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Alba Omil - Escritora, licenciada en Letras, profesora
de la UNT. Autora de Sabato. Pensamiento y creación.
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