13 Marzo 2011
Novela
LA OTRA PLAYA
GUSTAVO NIELSEN
(Alfaguara/Clarín - Buenos Aires)
Uno de los temas centrales que se abordan en La otra playa es la relación que se plantea entre fotografía y realidad, una cuestión todavía no resuelta, al punto que la literatura y el cine han ofrecido numerosos ejemplos de cómo toda realidad tiene una pluralidad de matices cuya evidencia y riqueza se puede percibir recién a través de una imagen.
En efecto, la fotografía enfrenta al sujeto con el constante fluir del tiempo y al parecer incluso lo vence, ya que permanece en su soporte material mientras nosotros envejecemos y desaparecemos. Por eso es al mismo tiempo vida y sombra, capta un momento presente pero ese instante fugaz de inmediato se ha convertido en pasado y en recuerdo de la misma manera en que la vida se transforma en muerte.
Roland Barthes, en su libro La cámara lúcida, define a la fotografía como una nueva forma de alucinación, falsa a nivel de la percepción, pero verdadera a nivel del tiempo. Y en cuanto a la imagen fotográfica, considera que la fotografía sólo adquiere su valor pleno con la desaparición irreversible del referente, con la muerte del sujeto fotografiado, con el paso del tiempo.
El título del libro de Barthes no es caprichoso. Recordemos que una cámara lúcida era un dispositivo óptico usado como una herramienta para dibujar, patentado en 1806 por William Hyde Wollast, que permitía realizar una superposición óptica tanto del tema que se estaba viendo como de la superficie en la que el artista está dibujando; es decir que se pueden ver dos escenas superpuestas como si se tratara de una fotografía expuesta dos veces. Así, quien tiene la cámara, entra en la fascinación de sentirse un mágico y poderoso demiurgo porque puede organizar el caos del mundo y conformar una suerte de Aleph en el que incluye objetos intrascendentes, detalles de una calle, los ojos sorprendidos de una joven, el sol de una mañana de verano. Somos cuando alguien nos ve y por eso la fotografía, al fijar esa mirada, pasa a ser el vehículo de la eternidad. ¿Pero qué pasaría si en vez de tratarse de objetos se tratara de individuos que además sobreponen sus trayectorias al punto de que no sea fácil distinguir cuál es la imagen genuina y cuál la superpuesta?
Parte de las respuestas a estas cuestiones están en la novela de Gustavo Nielsen, organizada como una filigrana semiótica en la que la prosa minuciosa del autor se desplaza desde el plano de una inocente cotidianeidad hasta las dimensiones fantasmagóricas que nos llevan los recuerdos y los afectos, para concluir con un final sorprendente.
Comienza una tarde en que Antonio, el protagonista, un poco erráticamente sale a buscar diversos tipos de fotos por las calles de Buenos Aires, guiado por el iluso objetivo de congelar en el tiempo el gesto de un joven, el aleteo de unas manos e incluso la rápida sonrisa que le destina una desconocida, momentos que se delimitan y fijan definitivamente en el proceso del revelado de las imágenes. En este proceso, una desconocida capta su atención. Le saca fotos y también, a modo de auto retrato frente a un espejo se retrata con un semblante serio y circunspecto. Y aquí aparece la primera sorpresa ya que en el proceso de revelado su rostro aparece con una gran sonrisa.
A pesar de la muerte
La narración continúa con la morosidad de las playas tranquilas, hasta que sorpresivamente el ritmo narrativo cambia y se fractura permitiendo la aparición de otros planos que conducen a la sorpresa y al misterio, al encuentro con personajes de otra dimensión lo cual lleva a entender que en el texto, el tiempo y el espacio se intersectan al punto de confundir fantasmas con personajes y nada parecer ser lo que es, lo cual nos permite advertir que hay también un guiño al dispositivo que describe Adolfo Bioy Casares en su novela La invención de Morel.
Así Antonio reflexiona que "si la precognición existiera y los vaticinios se cumplieran querría decir que estamos viviendo en el pasado, en algo que ya ha sucedido. Un suceso que para nosotros puede ser nuevo para el tiempo es memoria". Y otro personaje señala que "la memoria es como un álbum de fotos: siempre es pasado" (pag. 79).
La narración se hace vertiginosa y lo que parecía una inocente muestra de fotografías de los años 70 de una pareja desconocida pasa a ser, a través del conocido juego de la copa, la vía para que hijos y padres se reencuentren a pesar de la muerte.
El mensaje final es de optimismo: el afecto es más poderoso incluso ante el eventual temor que puede suscitar una presencia fantasmal y toda vida se continúa, si bien de otra manera, incluso después de la muerte.
© LA GACETA
Elisa Cohen de Chervonagura
LA OTRA PLAYA
GUSTAVO NIELSEN
(Alfaguara/Clarín - Buenos Aires)
Uno de los temas centrales que se abordan en La otra playa es la relación que se plantea entre fotografía y realidad, una cuestión todavía no resuelta, al punto que la literatura y el cine han ofrecido numerosos ejemplos de cómo toda realidad tiene una pluralidad de matices cuya evidencia y riqueza se puede percibir recién a través de una imagen.
En efecto, la fotografía enfrenta al sujeto con el constante fluir del tiempo y al parecer incluso lo vence, ya que permanece en su soporte material mientras nosotros envejecemos y desaparecemos. Por eso es al mismo tiempo vida y sombra, capta un momento presente pero ese instante fugaz de inmediato se ha convertido en pasado y en recuerdo de la misma manera en que la vida se transforma en muerte.
Roland Barthes, en su libro La cámara lúcida, define a la fotografía como una nueva forma de alucinación, falsa a nivel de la percepción, pero verdadera a nivel del tiempo. Y en cuanto a la imagen fotográfica, considera que la fotografía sólo adquiere su valor pleno con la desaparición irreversible del referente, con la muerte del sujeto fotografiado, con el paso del tiempo.
El título del libro de Barthes no es caprichoso. Recordemos que una cámara lúcida era un dispositivo óptico usado como una herramienta para dibujar, patentado en 1806 por William Hyde Wollast, que permitía realizar una superposición óptica tanto del tema que se estaba viendo como de la superficie en la que el artista está dibujando; es decir que se pueden ver dos escenas superpuestas como si se tratara de una fotografía expuesta dos veces. Así, quien tiene la cámara, entra en la fascinación de sentirse un mágico y poderoso demiurgo porque puede organizar el caos del mundo y conformar una suerte de Aleph en el que incluye objetos intrascendentes, detalles de una calle, los ojos sorprendidos de una joven, el sol de una mañana de verano. Somos cuando alguien nos ve y por eso la fotografía, al fijar esa mirada, pasa a ser el vehículo de la eternidad. ¿Pero qué pasaría si en vez de tratarse de objetos se tratara de individuos que además sobreponen sus trayectorias al punto de que no sea fácil distinguir cuál es la imagen genuina y cuál la superpuesta?
Parte de las respuestas a estas cuestiones están en la novela de Gustavo Nielsen, organizada como una filigrana semiótica en la que la prosa minuciosa del autor se desplaza desde el plano de una inocente cotidianeidad hasta las dimensiones fantasmagóricas que nos llevan los recuerdos y los afectos, para concluir con un final sorprendente.
Comienza una tarde en que Antonio, el protagonista, un poco erráticamente sale a buscar diversos tipos de fotos por las calles de Buenos Aires, guiado por el iluso objetivo de congelar en el tiempo el gesto de un joven, el aleteo de unas manos e incluso la rápida sonrisa que le destina una desconocida, momentos que se delimitan y fijan definitivamente en el proceso del revelado de las imágenes. En este proceso, una desconocida capta su atención. Le saca fotos y también, a modo de auto retrato frente a un espejo se retrata con un semblante serio y circunspecto. Y aquí aparece la primera sorpresa ya que en el proceso de revelado su rostro aparece con una gran sonrisa.
A pesar de la muerte
La narración continúa con la morosidad de las playas tranquilas, hasta que sorpresivamente el ritmo narrativo cambia y se fractura permitiendo la aparición de otros planos que conducen a la sorpresa y al misterio, al encuentro con personajes de otra dimensión lo cual lleva a entender que en el texto, el tiempo y el espacio se intersectan al punto de confundir fantasmas con personajes y nada parecer ser lo que es, lo cual nos permite advertir que hay también un guiño al dispositivo que describe Adolfo Bioy Casares en su novela La invención de Morel.
Así Antonio reflexiona que "si la precognición existiera y los vaticinios se cumplieran querría decir que estamos viviendo en el pasado, en algo que ya ha sucedido. Un suceso que para nosotros puede ser nuevo para el tiempo es memoria". Y otro personaje señala que "la memoria es como un álbum de fotos: siempre es pasado" (pag. 79).
La narración se hace vertiginosa y lo que parecía una inocente muestra de fotografías de los años 70 de una pareja desconocida pasa a ser, a través del conocido juego de la copa, la vía para que hijos y padres se reencuentren a pesar de la muerte.
El mensaje final es de optimismo: el afecto es más poderoso incluso ante el eventual temor que puede suscitar una presencia fantasmal y toda vida se continúa, si bien de otra manera, incluso después de la muerte.
© LA GACETA
Elisa Cohen de Chervonagura
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