19 Diciembre 2010
ESCRUTADOR. En el epílogo de su última creación, el periodista y escritor deja más preguntas que respuestas.
Sólo basta leer los diarios para alarmarse. La década pasada está entre las más calurosas de los últimos siglos. Los climas se volvieron extremos. Las sequías son cada vez más prolongadas. En la calle, la gente repite aquella frase de ascensor quétiempoloco, ¿no? Y, como una suerte de castigo divino, cada tanto sobrevienen huracanes, terremotos y otros desastres similares.
Pero, ¿cuánto hay de cierto en esa amenaza, que aparece de forma constante y apocalíptica? ¿Qué papel -responsabilidad para ser más preciso- tienen los países desarrollados? ¿Qué hacen las organizaciones ecologistas para cambiar esa realidad? ¿El cambio climático es, per se, necesariamente malo; o sólo forma parte de un ciclo histórico de éste, nuestro castigado planeta?
Con algunas de esas preguntas como guía, Martín Caparrós realizó en Contra el cambio lo que él denomina "un hiperviaje al apocalipsis climático". El escritor y periodista recorrió Brasil, Nigeria, Marruecos, Mongolia, Australia, Filipinas y los Estados Unidos. La idea base, quizás el gran acierto del libro, es contar historias de personas afectadas hoy por el cambio climático, sin especulaciones ni tentaciones de futurismo.
Así, conoce un proyecto de agricultura rural en el Amazonas, la mayor reserva verde del planeta; habla sobre el agua en Níger, el país más pobre del mundo; y se impresiona con las huellas que aún hoy deja el Katrina en Nueva Orleans.
Caprichos e interrogantes
En todo el libro, Caparrós muestra sus cualidades de periodista curioso y gran cronista de viajes. Pero a la hora de contar elige un género híbrido, una suerte de mezcla entre la crónica más pura, los apuntes de viajes y el ensayo.
El resultado es un relato jugoso, que se enriquece con datos precisos de instituciones y publicaciones referentes en el tema. También es cierto que el recorrido es caprichoso -el libro surgió a través de un proyecto del Fondo de Población de la ONU- y que Caparrós no disimula su fastidio con algunos destinos que para él no tienen demasiada importancia. "Filipinas es, en el sentido más estricto, un país insignificante", escribe sobre Manila. Y se dedica a divagar sobre el insomnio que sufrió al llegar al lugar, sobre los mercados y sus millones de productos.
El relato es interesante pero quizás no tiene la fuerza de los anteriores.
En el epílogo, el escritor deja -acertadamente- más preguntas que respuestas.
"¿Cuánta gente van a matar el hambre -y la pobreza y las violencias inútiles y las enfermedades evitables- en los próximos 30, 40 años, antes de que el cambio climático empiece a tener -si los tiene- efectos fuertes?" se pregunta Caparrós, siempre afilado en sus inquisiciones. Y siempre provocador, plantando la duda de si el cambio es, siempre, una cosa mala y amenazante.
© LA GACETA
Pero, ¿cuánto hay de cierto en esa amenaza, que aparece de forma constante y apocalíptica? ¿Qué papel -responsabilidad para ser más preciso- tienen los países desarrollados? ¿Qué hacen las organizaciones ecologistas para cambiar esa realidad? ¿El cambio climático es, per se, necesariamente malo; o sólo forma parte de un ciclo histórico de éste, nuestro castigado planeta?
Con algunas de esas preguntas como guía, Martín Caparrós realizó en Contra el cambio lo que él denomina "un hiperviaje al apocalipsis climático". El escritor y periodista recorrió Brasil, Nigeria, Marruecos, Mongolia, Australia, Filipinas y los Estados Unidos. La idea base, quizás el gran acierto del libro, es contar historias de personas afectadas hoy por el cambio climático, sin especulaciones ni tentaciones de futurismo.
Así, conoce un proyecto de agricultura rural en el Amazonas, la mayor reserva verde del planeta; habla sobre el agua en Níger, el país más pobre del mundo; y se impresiona con las huellas que aún hoy deja el Katrina en Nueva Orleans.
Caprichos e interrogantes
En todo el libro, Caparrós muestra sus cualidades de periodista curioso y gran cronista de viajes. Pero a la hora de contar elige un género híbrido, una suerte de mezcla entre la crónica más pura, los apuntes de viajes y el ensayo.
El resultado es un relato jugoso, que se enriquece con datos precisos de instituciones y publicaciones referentes en el tema. También es cierto que el recorrido es caprichoso -el libro surgió a través de un proyecto del Fondo de Población de la ONU- y que Caparrós no disimula su fastidio con algunos destinos que para él no tienen demasiada importancia. "Filipinas es, en el sentido más estricto, un país insignificante", escribe sobre Manila. Y se dedica a divagar sobre el insomnio que sufrió al llegar al lugar, sobre los mercados y sus millones de productos.
El relato es interesante pero quizás no tiene la fuerza de los anteriores.
En el epílogo, el escritor deja -acertadamente- más preguntas que respuestas.
"¿Cuánta gente van a matar el hambre -y la pobreza y las violencias inútiles y las enfermedades evitables- en los próximos 30, 40 años, antes de que el cambio climático empiece a tener -si los tiene- efectos fuertes?" se pregunta Caparrós, siempre afilado en sus inquisiciones. Y siempre provocador, plantando la duda de si el cambio es, siempre, una cosa mala y amenazante.
© LA GACETA