Por Patricia Vega
12 Diciembre 2010
BUENOS AIRES.- Algunas de las miserias más bochornosas de la clase política han quedado bien expuestas a la intemperie en el enfrentamiento de pobres contra pobres que se está dando con la ocupación de un parque público en el barrio porteño de Villa Soldati, debido fundamentalmente a la especulación de los gobernantes, que no se hacen cargo, brincan la pelota de un lado al otro del campo y se pasan facturas sin resolver nada. En este cuadro de cinismo que agobia a los ciudadanos y que le está dando marco a la muerte, no hay quien pueda salvarse por estas horas del aluvión de imagen negativa que le empezó a caer a baldazos a dirigentes, jueces y gobernantes, una vez que la opinión pública se ha dado cuenta de que casi todos ellos perdieron la brújula mirando su propio ombligo.
En la percepción colectiva ha quedado fijado que quienes tuvieron la misión de pilotar la crisis se han ocupado de sus propias mezquindades, mientras los muertos se iban sumando: los cinco jueces que atienden las diferentes causas, balbuceando soluciones para no malquistarse con el poder político; las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires, presentándose como víctimas antes que como protagonistas y el Gobierno nacional, tratando de resguardar el célebre récord de no criminalizar las protestas, en nombre de difusos derechos humanos.
Lo paradójico de la situación es que mientras Cristina Fernández celebraba el viernes en la Casa Rosada el Día Universal de los DD.HH. en un microclima muy particular de acendrado autismo, a 20 minutos de allí los vecinos de Soldati, de modo primitivo, entraban al Parque Indoamericano a hacer justicia por su propia mano. Nunca como en ese instante se pudo percibir cómo se podría llegar a afectar la libertad de prensa si se aplicara a pleno la Ley de Medios, ya que nada de lo ocurrido en una punta de la Ciudad se pudo ver en directo por la televisión, debido a que las imágenes en ese mismo instante estaban afectadas de modo obligatorio a la cadena nacional, tal como lo hacían los gobiernos militares o como se podría regimentar hacia el futuro para silenciar voces, sólo porque la Presidenta quería que todos los argentinos compartieran un acto que no parecía ni demasiado interesante ni demasiado original, ya que los cánticos de alabanza eran sólo de militantes, las lágrimas eran las de las actrices de siempre y las protagonistas, madres y abuelas, han sido multipremiadas.
Cristina usó su discurso para marcar su vocación por las leyes y para que no se confunda que, como ella defiende los derechos humanos, descree de la seguridad ciudadana, la principal demanda que las encuestas le hacen al Gobierno. Por eso, decidió darle rango de ministerio al área de Seguridad y nombrar allí a Nilda Garré, extendiendo, de paso, dos facturas enormes dentro del Gabinete Nacional: al ministro hasta ahora encargado en los papeles del tema, Julio Alak y al verdadero jefe de la Policía Federal, la Gendarmería y la Prefectura, Aníbal Fernández. Si bien nadie aún pudo definirlo, quizás este cambio que encaró la Presidenta estaba inscripto en la línea de nueva sintonía fina que ella misma empezó a ejercer para salir de la crispación que le aportaba al Gobierno su esposo, el todavía omnipresente, aunque sólo en el recuerdo, Néstor Kirchner. Pero la realidad, una vez más, superó a las estrategias.
Varias muestras
En esa línea de mejores formas, durante el último mes pueden contabilizarse los acercamientos al FMI (arreglo del Indec) y el Club de París (cancelación de la deuda), los silencios ante los cables de Wikileaks y la no condena de los Estados Unidos en la Cumbre Iberoamericana, el empuje a un Pacto Social que aún no logra arrancar y hasta la invitación a la Casa de Gobierno de dirigentes de la oposición, Mauricio Macri incluido, el día en que se anunció el potencial del yacimiento gasífero en Neuquén, lo que derivó en un cruce amable de palabras entre ambos.
Justamente, esa misma tarde-noche del chichoneo con Macri, las dos policías (Federal y Metropolitana) participaron casi del brazo, sin armas letales y por orden de una jueza, en el primer intento de desalojo del parque, hasta que, tras la intervención a pura bala de goma de los infantes federales, fallecieron las dos primeras personas y se aceleraron las divisiones. A partir de ese instante, la Federal -castigada en sus jefes de Comisarías por haberse defendido de las agresiones- nunca más volvió, dejó la zona desprotegida y a merced de las bataholas de invadidos e invasores, mientras que las fuerzas porteñas se declararon inhábiles y sin efectivos para insistir en el cometido.
Entonces, el macrismo comenzó a pasar facturas, el Jefe de Gabinete, a su estilo, retrucó fuerte, el Jefe de Gobierno dijo que Cristina no le atendía el teléfono y hasta le mandó una carta de pedido de audiencia que difundió presuroso por los medios y, por último, la Presidenta se descolgó con la visión lastimera del asunto, cuando en el acto de los derechos humanos dijo que cuando observa "determinadas cuestiones, en fechas tan clave como este tercer aniversario del inicio de mi gestión, yo no soy tan ingenua como para pensar que las cosas suceden por casualidad, en absoluto".
Y luego llegó la reunión de la madrugada del sábado, convocada por el Gobierno nacional, en la que éste se sentó a dialogar sólo como "garante" y dejó en un pie de igualdad a los ocupantes y al Jefe de Gobierno, para que éste capitule. En el mediodía del sábado las cosas siguieron más o menos igual, hasta que Macri se levantó de la reunión y todo volvió casi a fojas cero, con el parque que no se desaloja, aunque con un oportuno cerco perimetral que armaron las fuerzas de seguridad federales para evitar nuevos enfrentamientos. En medio de tanta desgracia, los políticos armaron un minué tan patético que es evidente que tiene como trasfondo las elecciones de octubre de 2011 y con esa música danzaron todos quienes tenían que haber encarado una solución rápida del tema. Además, las referencias gubernamentales hacia Macri se mezclaron inevitablemente con la xenofobia ambiente, algo que si bien se le endilgó al Jefe de Gobierno por haber dicho que "la Ciudad no está para resolverle los problemas de vivienda a todo el Mercosur", se encuentra arraigado en miles de vecinos que temen por la invasión de sus propiedades por parte de los inmigrantes ilegales. Pero además, y como centro de la cuestión, están los costados más ideológicos del problema, que son parte indisoluble del actual modelo. Tal como la Convertibilidad menemista no fue únicamente el "uno a uno", sino que estaba complementada por la apertura y la desregulación, junto a una concepción más libre-mercadista (o menos estatista) de la vida, que puso en aprietos a muchas empresas y esencialmente al empleo en los años '90, mientras el endeudamiento funcionaba como placebo, el modelo kirchnerista que hoy rige la vida y las haciendas de los argentinos también tiene sus deslices filosóficos, en la vereda de enfrente de aquellos otros, que dejaban que el mercado asigne los recursos, para que sólo subsistan los más eficientes. La gran crítica hacia aquellos años fue que el Estado, que en todo ese tipo de modelos es el garante y control final de la competencia, había abandonado su rol. Pero ocurre que ahora el péndulo argentino ha llevado la cosa a una versión cerril del estatismo, con subsidios y prebendas como motores, que se han mezclado para mal con la raigambre corporativa del primer peronismo, un modelo que, mientras dice apuntalar a ultranza la acción del Estado, lo degrada en muchas de sus potestades, como la defensa del valor de la moneda (inflación) o el monopolio del uso de la fuerza (seguridad) o el sostenimiento de una educación o salud de calidad, ya que prefiere la llamada asistencia clientelar a la construcción institucional. Lo que pasa es que este seudoprogresismo de raigambre populista, tal como pasó con aquel seudoliberalismo de la década anterior con todos sus desvíos, tiene en sus genes estos defectos que son inherentes al modelo y que encuentran su techo rápidamente. Pese a que las plumas K sostienen con orgullo que "a tres años de la asunción de Cristina se puede decir que la columna vertebral del neoliberalismo fue quebrada y que los intentos de restauración que puedan intentarse en el futuro seguramente encontrarán una fuerte resistencia", con un grado mayor de observación imparcial podría decirse que el Estado está tan ausente como en los tan resistidos años '90.
Este nuevo dejar hacer, que se manifiesta a diario en cortes de rutas o calles, no ha sido por supuesto gratis en materia de imagen internacional y de mostrar hacia fuera un país deseoso de atraer inversiones. Si no hay respeto por la seguridad jurídica o por el derecho de propiedad, si se deja el campo libre y sin actuación policial para que bandas armadas se crucen con impunidad, será muy difícil pensar en empresarios extranjeros deseosos de radicarse con todas las de la Ley en la Argentina.
La política del Gobierno central no sólo ha provocado el relajamiento natural de la autoridad, sino que probablemente también haya fogoneado los deseos de millones de personas por sentirse incluidas, aún a costa de reclamar a tambor batiente, casi como de regalo, una vivienda digna, algo que no pueden lograr otros tantos millones de trabajadores argentinos y extranjeros, cuyo sueldo no les alcanza siquiera para calificar a un crédito.
Sin una política clara de migraciones, aun de las internas, ni de un modelo que piense en serio más en la inclusión que en los votos cautivos, y más allá de los fuegos artificiales de los necesarios planes sociales que salvan la coyuntura, pero que no solucionan la pobreza estructural que parece cristalizada y a merced de la inflación, o aún pasándole el plumero a las estadísticas del déficit habitacional de la Argentina, al kirchnerismo le faltan rendir varias materias centrales para justificar una buena performance, tras siete años y medio de gobierno. El gobierno porteño tenía todo para hacerse fuerte en estos argumentos, frente a estas graves defecciones del gobierno nacional, pero no se hizo escuchar al respecto. Aunque deberá explicar por qué sus planes de vivienda están casi congelados o por qué había dejado casi abandonado, como bocado para los okupas, el parque de Villa Soldati, Macri volvió a vacilar, como otras tantas veces en su gestión, por el temor de que se lo acuse de "derechoso", antes de jugar la ficha de los vecinos en defensa del espacio público, quienes, en definitiva, no van a tolerar que nadie les lotee una plaza en la esquina de su casa.
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