Por Patricia Vega
28 Noviembre 2010
BUENOS AIRES.- Tristezas de la vida, Cristina Fernández de Kirchner se ha consolidado como mejor Presidenta desde que el kirchnerismo recibió su golpe más duro, hace ya un mes. Obvio es decirlo, la desaparición física de Néstor la dejó a ella sola, como segundo eslabón de la cadena, con la misión personal de tomar el mando, aunque la procesión fuese por dentro, lo que probó su temple personal y político para no permitir que se le desbande la tropa y para intentar mantener a su lado, a fuerza de moderación, a las nuevas voluntades que se le sumaron, genuinamente dolidas por su situación, mientras busca descargar de su mochila las tres "I" de las cuáles no se habla en el Gobierno y que tanto daño pueden hacerle hasta el final de su mandato, como son la Inflación, la Inseguridad y la Inmoralidad.
Con esos pesados lastres sobre su ánimo (y sus espaldas), pero con el aire nuevo que le ha insuflado la desgracia, para abordar el perfil de la nueva Cristina hay por estos días para todos los gustos, a partir de ratificaciones explícitas del modelo, aunque con cierta apertura que se nota en relación con el mundo (Club de París, FMI) y con algunos actores de la realidad local (CGT y UIA, hasta ahora únicos convocados a un todavía difuso Acuerdo Social) y hasta en un cambio de modos, cuestión que a las clases medias urbanas, mientras tengan un peso en el bolsillo, le importa quizás como una fachada, tanto o más que las otras calamidades En esa línea, están quienes caracterizan el actual rumbo del Gobierno como un sensato viraje hacia el centro (que para alguien que se ha sentido ubicado en la izquierda es siempre un viraje hacia la derecha); hay otros que se muestran enfervorizados en la calle con la actitud presidencial de permanente actividad, mientras que un tercer grupo sugiere que la moderación en el discurso es sólo la piel de un cordero que se ha puesto el lobo para engañar.
En tren de síntesis de estas posturas, lo menos prejuicioso que se podría decir para describir la situación actual de la Presidenta desde la libertad del intelecto y desde el paraguas que le brinda la Constitución al analista como ciudadano opinante, pero también sin la mordaza que le impondría el sectarismo a quien redacta estas líneas si fuese militante y no periodista, es que, al menos de la boca para afuera, en este mes de luto, ella ha vuelto a las fuentes de tres años atrás, cuando llegó a la Casa Rosada para hacer mejor aquello que estaba mal y que se quedó en el intento.
Para un militante de cualquier causa, quien por definición y etimología sólo se cuadra ante sus superiores y no puede tener opinión propia, ya que les debe obediencia vertical, sería imposible preguntarse si, en su interior, Cristina le ha echado la culpa de todas las tribulaciones que han ensombrecido las tres cuartas partes de su mandato a las posturas extremas de su marido, a su propia flojera por haberlas permitido o aún a las debilidades del modelo, tras haberse enroscado con la valija de Antonini, el conflicto con el campo y la intervención del Indec y de haber permitido con ello la exacerbación inflacionaria, más allá de haber barrido debajo de la alfombra la inseguridad creciente.
La semana que pasó ha sido notable en cuanto a la presencia de las tres preocupantes "I" en la vida diaria, con señales hacia el Fondo Monetario Internacional y algunos avances en el Acuerdo Social por parte del Gobierno para atacar la inflación a su modo; con el sangriento asalto al camión blindado del Banco Provincia en la Ruta Panamericana, como paradigma de una inseguridad que se mete en las casas de todos y con la inmoralidad de la corrupción a flor de piel, con miles de mail en danza con balas que apuntan hacia el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, pero que cada día pican más cerca de la Casa Rosada.
Sin atreverse a modificar lo que los funcionarios consideran uno de los pilares del modelo, como es la exacerbación del consumo a partir de un mayor gasto, la estrategia para moderar algo la inflación pasa por la vuelta a los pactos corporativos entre empresarios y sindicalistas donde los sectores piden y aflojan, hacen concesiones a favor de mantener cada uno apreciables cotos de caza y el Gobierno lauda. Más allá de que esta modalidad tripartita ya ha fracasado más de una vez en la Argentina, lo interesante que tiene en teoría la propuesta gubernamental es que estaría abriendo la puerta para que los sectores empiecen a cambiar opiniones con las autoridades, aunque por el momento los empresarios están representado sólo por los industriales, falta la oposición política como interlocutor y no hay señales de que se sumen organizaciones sociales. En lo que se ha descripto como un acercamiento de la Presidenta hacia los sectores empresarios o quizás una demostración a la CGT de Hugo Moyano de cierto juego en el fiel de la balanza, más allá de la acción de la Justicia que lo tiene muy nervioso al camionero por el caso de los medicamentos, el pedido de Cristina para terminar con la industria del juicio a partir de que los trabajadores que tengan un accidente sean resarcidos de modo justo y que las empresas puedan cubrirse con el seguro único de la ART que luego no permita una segunda vía judicial que destruya las demás fuentes de trabajo, ha sido por ahora un simple pedido de sumar el tema, cuando se instrumenten las cosas, a la mesa de negociaciones.
Quizás el punto menos conflictivo para cerrar en ese ámbito sea el ajuste paritario, que se podría determinar en 20% para todo 2011. Con todo, nada garantizará que si, como se espera, hay ajustes tarifarios en materia de gas y luz y las condiciones macroeconómicas incentivan el arrastre de los precios no haya cláusulas-gatillo que se puedan disparar antes de las elecciones, si la inflación se instala por arriba de 30%, con lo cual sería una vuelta a empezar, con sufrimiento muy claro para los ingresos de los más pobres, un nuevo freno a las decisiones de inversión y alteraciones en los contratos (alquileres, créditos, etcétera). En paralelo, la novedad de la semana, que también abrió expectativas en cuanto al giro de la Presidenta, fue el anuncio de que llegará una misión del Fondo Monetario Internacional para trabajar únicamente en la elaboración de un Índice de Precios Nacional, lo que vuelve a indicar una pasión desmedida por reparar el termómetro antes que por bajar la temperatura. En todo caso, si los técnicos del Fondo vienen a eso, lo que harán es arreglar lo desarreglado por las actuales autoridades, ya que ellos se basan en estándares mundiales que van a contramano de lo que se ha hecho en el Indec. En este sentido, el informe que se conoció de la UBA es lapidario en cuanto a las críticas a las mediciones actuales.
Tal como está planteada, casi como una auditoría e intervención, la misión del odiado FMI resulta tan extemporánea que ha dejado correr la imaginación de quienes piensan que su verdadera llegada tiene que ver con hacer, de paso, una revisión del Artículo IV, tal como lo piden los Estatutos del Fondo y ahora el Grupo de los 20, para todos los países que quieran seguir sentados allí. Esa revisión podría habilitar luego, si los plazos se extienden a más de un año, un Programa del FMI que abra el camino a la refinanciación con el Club de París, con lo cual la referencia de la Presidenta a la ausencia del Fondo en el proceso habría quedado en la nada. En tanto, el tema de la inseguridad, que golpea a los ciudadanos de todo el país, ha tomado un sesgo dramático por el desmadre que ocurrió en el frustrado robo del camión de caudales en jurisdicción bonaerense, con dos policías muertos. El caso merece dos observaciones: en primer término, que fue ostensible el silencio del Gobierno nacional sobre la cuestión y segundo, que también resultó notoria la pasión de las autoridades bonaerenses por diferenciarse y mostrar, a la inversa, mucha acción, aunque no sólo por la difusión de imágenes con operativos en busca de armas de guerra como las que llevaban los delincuentes, sino porque se cazaron perejiles al por mayor. Igualmente, esos allanamientos siempre aportan en las indagatorias nuevas pistas sobre contactos, traficantes y aguantaderos, lo que no significa que hacer tamaño marketing político sobre una situación tan terrible resulte decoroso. La última de las "I", la que alude a la indecencia de la corrupción, es una carga muy pesada para el Gobierno ya que si bien está circunscripta a Jaime, la aparición de más de 20 mil mail de la computadora de un asesor y dueño de una consultora que conseguía clientes debido al tráfico de influencias, Manuel Vázquez, le ha dado al tema el seguimiento periodístico propio de un novelón de nunca acabar.
La cuestión de la inmoralidad de las comisiones cobradas por intermediación por parte de Vázquez en la compra de trenes a España que hoy se oxidan como chatarra de lujo en los talleres ferroviarios de Remedios de Escalada, parece un juego de niños al lado de las coimas pedidas a empresarios españoles para financiar la campaña de Cristina Fernández en 2007. En este tema, según se ha dicho, la operación no avanzó porque desde la Argentina nunca se formalizó el pedido, debido a que los españoles querían hacer el pago a la usanza europea, con recibo respaldatorio,
Otro escándalo con derivaciones en el Gobierno se ha verificado a partir de los correos donde se alude a la acción de la esposa del ministro Julio de Vido, Alessandra Minnicelli en sus tiempos de funcionaria de la Sindicatura General de la Nación, ya que ella misma aparece como revisora de los contratos de Vázquez, aunque tenía prohibido hacerlo por su cercanía con el ministro. En defensa de Jaime, sus abogados señalan que la cadena de seguridad de los mail ha sido vulnerada y que se han podido incluir en ellos elementos no originales y apuntan a justificarse con que los mismos no pertenecen a su PC. Entre sus detractores, el senador Luis Juez acaba de decir del ex secretario que, cuando llegó a Córdoba, "comía sanguches de mortadela salteado y ahora es rico". Pero más allá de lo personal, la carga política de toda esta cuestión es que Jaime era un soldado disciplinado de Néstor Kirchner, de lo que se jactaba a cada rato. Ahora, da la impresión que, en su nuevo look, el Gobierno parece que la ha soltado la mano.
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