14 Noviembre 2010
Dejaron el barrio, cruzaron el cielo y Buenos Aires los mimó
Alumnos de la Escuela Ramón Araujo visitaron la Capital por primera vez, invitados por LAN, en el marco de un acuerdo con el Gobierno. A los 12 viajeros de Villa 9 de Julio no les alcanzaron los sentidos para disfrutar de su encuentro con la Casa Rosada y la Bombonera. Videos.
GRABADO EN LA MEMORIA. Todos los viajeros llevaron sus cámaras de foto, y no dejaron escena por registrar. Durante el vuelo, los aplaudieron. LA GACETA / JOSE INESTA
Noelia comía maíz inflado, tal como lo hace todos los días en la escuela, y miraba por la ventanilla del pequeño colectivo que recorría la avenida 9 de Julio. Alguien le dijo: "mirá, allá está el obelisco". Ella abrió grande sus ojitos de mirada medio tristona y preguntó: "¿el obelipo? ¿qué es?". "Es donde van a festejar los hinchas de Boca cuando salen campeones", le respondieron. Entonces sí, su mirada tristona se volvió pura emoción y buscó apurada en el bolsillo de su delantal blanco la cámara amarilla de fotos descartable que le había comprado su papá. Se puso junto al vidrio y trató de hacer entrar los 67 metros del monumento en la lente del aparato de plástico. Pero de golpe se angustió: había advertido que de las 27 fotos del rollo apenas le quedan seis y no hacía más de una hora que estaba en Buenos Aires. Es que la emoción la llevaba a turucuto por las calles de la gran metrópolis. Lógico: esta nena de 11 años amaneció en el barrio San Ramón, en Tucumán, surcó el cielo por primera vez en su vida y aterrizó en una ciudad que para ella existía sólo en otra realidad, la de la televisión.
Noelia y 11 de sus compañeros de sexto grado de la escuela Ramón Adrián Araujo dejaron la marginalidad de Villa 9 de Julio y pasaron un día al mejor estilo ejecutivo: por medio del proyecto "Todos podemos volar", LAN los invitó a conocer Buenos Aires. Viajaron en el primer vuelo de la mañana, recorrieron algunos de los puntos más representativos de Capital Federal y regresaron por la tarde, también en avión.
En el Airbus 320, el silencio abrochó el cinturón de seguridad alrededor del cuerpo chiquito de Noelia. El sonido de los motores, las sonrisas eternas de las azafatas y la catarata de pasajeros que nunca terminaba de acomodarse la cohibió; era un paisaje nuevo, muy distinto al de Villa 9 de Julio. "Sentí cosquilla en la panza; me puse nerviosa, pero no tuve miedo", aclaró a 10,5 kilómetros de altura. Ningún chico admitió el temor durante el despegue. Algo difícil de creer, porque cuando la nave aceleró y se separó del suelo, en sus rostros aparecieron las sonrisas nerviosas y delatoras.
La desmesura de la ciudad la aturdió: el infinito río de la Plata, las avenidas tan anchas como canchas de fútbol, los parques de Palermo, los edificios de Recoleta... Noelía vive con su papá, el taxista Gerardo Iglesias, su mamá Mabel y sus dos hermanos menores, Gerardo y Joaquín. Al igual que el resto de sus compañeros, su universo se reduce a las pocas cuadras que separan sus casas de la escuela. Entonces, es entendible que la inmensidad brutal la haya aturdido y que no le haya dado tiempo para pensar en economizar algunas fotos para más tarde.
Con voz suave, Noelia contó que a ella le costaba mucho estudiar. "Casi me quedo de grado. Yo leía pero no sabía nada. Pero ahora me puse las pilas ¿no seño?", les preguntó indistintamente a Alba Miranda de Liendo y a Fabiola Mazzone de López. A pesar de esta confesión, sabía muy bien qué había pasado en el Cabildo hace 200 años y miraba como embobada las paredes blancas llenas de grafittis oficialistas. Pero al dar vuelta la cabeza advirtió que del otro lado de la Plaza de Mayo se levantaba un edificio que ella nunca había creído que iba a conocer en persona. Desde el 27 de octubre, la televisión la bombardeó con imágenes del velorio de Néstor Kirchner. Y la Casa Rosada se convirtió casi en una obsesión para ella.
"Yo soy hincha de Boca y de Kirchner. Es muy lindo estar acá, porque siempre veo la Casa Rosada por la tele y nunca me imaginé que la iba de verdad", explicó luego de sacarse una de las últimas fotos con su cámara.
Fortuna
¿Cómo lo hicieron? Imposible descifrarlo. Pero todos los chicos se las ingeniaron para comprarles en el carísimo Caminito algún regalito a sus papás con los pocos pesos que habían llevado (Noelia mostraba como si fuera una fortuna el arrugado billete de $ 50 con el que logró adquirir cuadritos con motivos arrabaleros tan pequeños que le cabían en los bolsillos).
De regreso a aeroparque, el cansancio les había borrado los nervios de la mañana. Todos le pedían a María José el celular para mandarles mensajes a sus padres (era la única que tenía crédito) y los varones hacían sonar reggaetones en sus teléfonos que otros tarareaban con la miraba perdida en la Costanera. El avión despegó y Noelia, con la cabeza apoyada en la noche de la ventanilla, miró por última vez su cámara: ya no quedaban más fotos; la ciudad desmesurada había quedado grabada dentro del pequeño aparato de plástico amarillo y en sus ojitos de mirada tristona.
Noelia y 11 de sus compañeros de sexto grado de la escuela Ramón Adrián Araujo dejaron la marginalidad de Villa 9 de Julio y pasaron un día al mejor estilo ejecutivo: por medio del proyecto "Todos podemos volar", LAN los invitó a conocer Buenos Aires. Viajaron en el primer vuelo de la mañana, recorrieron algunos de los puntos más representativos de Capital Federal y regresaron por la tarde, también en avión.
En el Airbus 320, el silencio abrochó el cinturón de seguridad alrededor del cuerpo chiquito de Noelia. El sonido de los motores, las sonrisas eternas de las azafatas y la catarata de pasajeros que nunca terminaba de acomodarse la cohibió; era un paisaje nuevo, muy distinto al de Villa 9 de Julio. "Sentí cosquilla en la panza; me puse nerviosa, pero no tuve miedo", aclaró a 10,5 kilómetros de altura. Ningún chico admitió el temor durante el despegue. Algo difícil de creer, porque cuando la nave aceleró y se separó del suelo, en sus rostros aparecieron las sonrisas nerviosas y delatoras.
La desmesura de la ciudad la aturdió: el infinito río de la Plata, las avenidas tan anchas como canchas de fútbol, los parques de Palermo, los edificios de Recoleta... Noelía vive con su papá, el taxista Gerardo Iglesias, su mamá Mabel y sus dos hermanos menores, Gerardo y Joaquín. Al igual que el resto de sus compañeros, su universo se reduce a las pocas cuadras que separan sus casas de la escuela. Entonces, es entendible que la inmensidad brutal la haya aturdido y que no le haya dado tiempo para pensar en economizar algunas fotos para más tarde.
Con voz suave, Noelia contó que a ella le costaba mucho estudiar. "Casi me quedo de grado. Yo leía pero no sabía nada. Pero ahora me puse las pilas ¿no seño?", les preguntó indistintamente a Alba Miranda de Liendo y a Fabiola Mazzone de López. A pesar de esta confesión, sabía muy bien qué había pasado en el Cabildo hace 200 años y miraba como embobada las paredes blancas llenas de grafittis oficialistas. Pero al dar vuelta la cabeza advirtió que del otro lado de la Plaza de Mayo se levantaba un edificio que ella nunca había creído que iba a conocer en persona. Desde el 27 de octubre, la televisión la bombardeó con imágenes del velorio de Néstor Kirchner. Y la Casa Rosada se convirtió casi en una obsesión para ella.
"Yo soy hincha de Boca y de Kirchner. Es muy lindo estar acá, porque siempre veo la Casa Rosada por la tele y nunca me imaginé que la iba de verdad", explicó luego de sacarse una de las últimas fotos con su cámara.
Fortuna
¿Cómo lo hicieron? Imposible descifrarlo. Pero todos los chicos se las ingeniaron para comprarles en el carísimo Caminito algún regalito a sus papás con los pocos pesos que habían llevado (Noelia mostraba como si fuera una fortuna el arrugado billete de $ 50 con el que logró adquirir cuadritos con motivos arrabaleros tan pequeños que le cabían en los bolsillos).
De regreso a aeroparque, el cansancio les había borrado los nervios de la mañana. Todos le pedían a María José el celular para mandarles mensajes a sus padres (era la única que tenía crédito) y los varones hacían sonar reggaetones en sus teléfonos que otros tarareaban con la miraba perdida en la Costanera. El avión despegó y Noelia, con la cabeza apoyada en la noche de la ventanilla, miró por última vez su cámara: ya no quedaban más fotos; la ciudad desmesurada había quedado grabada dentro del pequeño aparato de plástico amarillo y en sus ojitos de mirada tristona.
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