04 Julio 2010
PELIGRO. Un chico que anda en la calle se hace hombre y logra su independencia con mayor rapidez que estando en su hogar, según un asistente social. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL
"Después de unos años, generalmente cuando tienen 24 o más de edad, los volvemos a ver. Estuvieron por el juzgado cuando fueron menores de 18 años y cometieron un delito. Y nos da alegría el saber que, a pesar de que su situación económica sigue siendo precaria, ya formaron un hogar y abandonaron la actividad delictiva. La mayoría hace changas, se hicieron verduleros, trabajan en la construcción, en las cosechas de caña, de frutilla o de limones, todos trabajos informales, pero el delito ya es el pasado en sus vidas". Con este relato, Domingo González nos introduce en el mundo de la delincuencia adolescente, uno de los puntos más críticos que deben abordar los trabajadores sociales.
Domingo trabaja en el área del Juzgado Penal de Menores Número 2. La función primordial en el aspecto social es ver cómo se recupera y se resociabiliza a estos chicos para que no vuelvan a cometer delitos. Según estadísticas, casi un 30% de estos adolescentes son reincidentes (o sea, vuelven a cometer otro u otros delitos después del primero). "Un chico que llega a la delincuencia tiene detrás condicionantes sociales que lo llevan a infringir la ley. Se hace hombre más rápido y más independiente y empieza a buscar por sí mismo recursos que la familia no le puede ofrecer. Al andar en la calle y tener poco control de los padres va adquiriendo costumbres extrañas: en la familia nadie le dirá que consuma drogas. Pero hay padres que son bebedores o fumadores, o incluso drogadictos, y les dan malos ejemplos. Además, no les ponen límites. Y los amigos de esos chicos son muchas veces peores que ellos. También se da el caso de que tienen padres o hermanos que estuvieron o están en la cárcel", analiza González
El trabajador social agrega que llegan a los juzgados con una gran carga de angustia. "A los 7 u 8 años -continúa- comienzan a ser transgresores: reticentes para ir a la escuela, luego repiten grado y finalmente la abandonan. El chico, a través de esta actitud, dice que esta disconforme con algo", manifiesta.
González trabaja desde hace 13 años con menores. "Nosotros -dice, conmovido- elegimos esta tarea porque queremos amparar a las personas. Y vivimos de frustración en frustración. Pero tenemos algunas gratificaciones. Hace poco, una chica de 15 años que delinquió llegó con su bebé. Por él dejó de drogarse. Otros vienen con un diploma porque hicieron un curso de computación, o terminaron el primario, o se capacitaron en un taller, y realmente nos emocionan. Algunos van a la Escuela de Oficios General Belgrano, al Centro de Formación Número 1, a la Obra de Don Bosco o a la Fundación Crecer". Y agrega: "soy optimista y quizás sea un iluso al decirlo porque los chicos que requieren ayuda son muchos. Es imperioso que la sociedad toda y los padres se involucren más".
Por su parte, Marta Acuña, con una dilatada trayectoria en el Gabinete Psicosocial del Poder Judicial de Tucumán, señala que la carrera de trabajador social da sinsabores y satisfacciones. Menciona al tratamiento de un alcohólico como "un trabajo interesante cuando uno ve que la modificación de la estructura familiar permite que la persona salga de ese estado. Eso es una gran satisfacción para uno, a pesar de que la adicción esté siempre latente, ya que sólo es una rehabilitación; la enfermedad no desaparece", señala.
Indica que en esa dependencia se trabaja en apoyo de la víctima, en lo relativo a daños y perjuicios, abarcando las áreas de Familia, Penal, Civil y Comercial
"Nuestras intervenciones hacen un aporte a un juez, a un fiscal, o al defensor de menores. Actuamos en un momento de crisis y tratamos que en la familia se encauce cierta situación. Por ejemplo, en un divorcio, le damos al juez nuestra visión de cómo está la familia en ese momento. Los chicos casi siempre piden que el papá y la mamá sigan juntos, pero a veces eso es más destructivo porque la pareja ya no puede manejarse como tal. Cada uno por su lado pueden ser excelentes padres. Si hay divorcio realizamos un seguimiento y se establece un régimen de visitas donde hay asistencia de un trabajador social", detalla.
Explica que se trabaja con víctimas de casos penales. "Cuando hay una violación -acota- hacemos un estudio del ámbito en que vive la víctima, de sus relaciones familiares, de si estudia o trabaja, sobre con qué entorno se maneja, de cuáles son sus proyectos, y eso es enviado al juzgado o cámara que lo solicita".
Cuando ocurre un accidente laboral, el juez recurre a un trabajador social. "La intervención en este caso es hacerles estudios sociales a las víctimas y al grupo familiar del propietario", dice Acuña.
Domingo trabaja en el área del Juzgado Penal de Menores Número 2. La función primordial en el aspecto social es ver cómo se recupera y se resociabiliza a estos chicos para que no vuelvan a cometer delitos. Según estadísticas, casi un 30% de estos adolescentes son reincidentes (o sea, vuelven a cometer otro u otros delitos después del primero). "Un chico que llega a la delincuencia tiene detrás condicionantes sociales que lo llevan a infringir la ley. Se hace hombre más rápido y más independiente y empieza a buscar por sí mismo recursos que la familia no le puede ofrecer. Al andar en la calle y tener poco control de los padres va adquiriendo costumbres extrañas: en la familia nadie le dirá que consuma drogas. Pero hay padres que son bebedores o fumadores, o incluso drogadictos, y les dan malos ejemplos. Además, no les ponen límites. Y los amigos de esos chicos son muchas veces peores que ellos. También se da el caso de que tienen padres o hermanos que estuvieron o están en la cárcel", analiza González
El trabajador social agrega que llegan a los juzgados con una gran carga de angustia. "A los 7 u 8 años -continúa- comienzan a ser transgresores: reticentes para ir a la escuela, luego repiten grado y finalmente la abandonan. El chico, a través de esta actitud, dice que esta disconforme con algo", manifiesta.
González trabaja desde hace 13 años con menores. "Nosotros -dice, conmovido- elegimos esta tarea porque queremos amparar a las personas. Y vivimos de frustración en frustración. Pero tenemos algunas gratificaciones. Hace poco, una chica de 15 años que delinquió llegó con su bebé. Por él dejó de drogarse. Otros vienen con un diploma porque hicieron un curso de computación, o terminaron el primario, o se capacitaron en un taller, y realmente nos emocionan. Algunos van a la Escuela de Oficios General Belgrano, al Centro de Formación Número 1, a la Obra de Don Bosco o a la Fundación Crecer". Y agrega: "soy optimista y quizás sea un iluso al decirlo porque los chicos que requieren ayuda son muchos. Es imperioso que la sociedad toda y los padres se involucren más".
Por su parte, Marta Acuña, con una dilatada trayectoria en el Gabinete Psicosocial del Poder Judicial de Tucumán, señala que la carrera de trabajador social da sinsabores y satisfacciones. Menciona al tratamiento de un alcohólico como "un trabajo interesante cuando uno ve que la modificación de la estructura familiar permite que la persona salga de ese estado. Eso es una gran satisfacción para uno, a pesar de que la adicción esté siempre latente, ya que sólo es una rehabilitación; la enfermedad no desaparece", señala.
Indica que en esa dependencia se trabaja en apoyo de la víctima, en lo relativo a daños y perjuicios, abarcando las áreas de Familia, Penal, Civil y Comercial
"Nuestras intervenciones hacen un aporte a un juez, a un fiscal, o al defensor de menores. Actuamos en un momento de crisis y tratamos que en la familia se encauce cierta situación. Por ejemplo, en un divorcio, le damos al juez nuestra visión de cómo está la familia en ese momento. Los chicos casi siempre piden que el papá y la mamá sigan juntos, pero a veces eso es más destructivo porque la pareja ya no puede manejarse como tal. Cada uno por su lado pueden ser excelentes padres. Si hay divorcio realizamos un seguimiento y se establece un régimen de visitas donde hay asistencia de un trabajador social", detalla.
Explica que se trabaja con víctimas de casos penales. "Cuando hay una violación -acota- hacemos un estudio del ámbito en que vive la víctima, de sus relaciones familiares, de si estudia o trabaja, sobre con qué entorno se maneja, de cuáles son sus proyectos, y eso es enviado al juzgado o cámara que lo solicita".
Cuando ocurre un accidente laboral, el juez recurre a un trabajador social. "La intervención en este caso es hacerles estudios sociales a las víctimas y al grupo familiar del propietario", dice Acuña.
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