13 Junio 2010
Por Antonio Las Heras
Para LA GACETA - Buenos Aires
Leopoldo Lugones -llamado por Rubén Darío "la nota más vibrante de la poesía argentina"- nació un 13 de junio. Esa es la razón por la cual en tal fecha fue designada "Día del Escritor". El nacimiento del autor de La Guerra Gaucha fue en 1874 en Villa de María del Río Seco, Córdoba. Innecesario señalar cuántas cosas cambiaron en la Literatura en particular y en el universo intelectual desde entonces al presente. En este artículo nos queremos referir, estrictamente, al "trabajo de escritor." Porque escribir es un oficio, una labor que -como todas- tiene aficionados, hobbystas y profesionales. Donde hay profesión hay trabajo; y el trabajo siempre tiene que ser remunerado. Así lo entendieron aquellos autores que fundaron la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
El 8 de noviembre de 1928, durante una reunión convocada por la Primera Feria Nacional del Libro, celebrada en el Teatro Cervantes (Buenos Aires), quedó constituida la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Su primer presidente fue Leopoldo Lugones acompañándolo como vicepresidente Horacio Quiroga. En el resto de la nómina figuraban: Secretario: Samuel Glusberg; Tesorero: Manuel Gálvez, Vocales: Rafael Alberto Arrieta, Enrique Banchs, Jorge Luis Borges, Leónidas Barletta, Arturo Capdevila, Nicolás Coronado, Baldomero Fernández Moreno, Roberto Gache, Alberto Gerchunoff, Arturo Giménez Pastor, Roberto F. Giusti, Víctor Juan Guillot, Enrique Larreta, Roberto Ledesma, Carlos Alberto Leumann, Ezequiel Martínez Estrada, Alvaro Melián Lafinur, Félix Lima, Pedro Miguel Obligado y Ricardo Rojas; Administrador: Rómulo Zavala; Asesor Letrado: Dr. Augusto Rodriguez Larreta.
De inmediato redactaron el estatuto, donde se lee que entre los fines de la SADE se halla "la defensa gremial del escritor". No quedan dudas, entonces, que sus destacados fundadores entendían que escribir es trabajar y que, por ello, requiere una adecuada defensa gremial. Por la séptima década del siglo pasado, la C. D. de SADE emitía comunicados -que eran publicados en los suplementos culturales de diarios como La Nación y La Prensa- indicando los montos mínimos que un autor debía percibir por dar una conferencia, escribir un artículo. Participar en una mesa redonda o ser jurado.
Aunque hoy suene a relato fantástico, tres décadas atrás era usual -y lo viví personalmente- que cuando un escritor participaba en un programa de televisión cobraba -como mínimo- "el bolo", a través de ARGENTORES. Hoy hechos favorables hay. Aunque estemos muy lejos de aquellos tiempos. La legislatura porteña el año pasado -merced al impulso dado por la SEA (Sociedad de Escritores y Escritoras de la Argentina) y del diputado Elvio Vitale- sancionó una ley por la cual los escritores a partir de cierta edad -que no tengan protección jubilatoria- perciben una asignación mensual. Ya varios reciben este justo beneficio. Pero no alcanza. Porque lo único que alcanza es que la ciudadanía comprenda que los autores tienen el deber y la obligación de percibir dinero por su trabajo. Una remuneración justa y adecuada. Entender -por ejemplo- que cuando se nos pide dar una conferencia y se termina la frase con "después, a la salida, te invitamos a cenar" se nos está agrediendo y faltando el respeto.
© LA GACETA
Antonio Las Heras - Escritor, ex secretario general de la Sociedad Argentina de Escritores.
Para LA GACETA - Buenos Aires
Leopoldo Lugones -llamado por Rubén Darío "la nota más vibrante de la poesía argentina"- nació un 13 de junio. Esa es la razón por la cual en tal fecha fue designada "Día del Escritor". El nacimiento del autor de La Guerra Gaucha fue en 1874 en Villa de María del Río Seco, Córdoba. Innecesario señalar cuántas cosas cambiaron en la Literatura en particular y en el universo intelectual desde entonces al presente. En este artículo nos queremos referir, estrictamente, al "trabajo de escritor." Porque escribir es un oficio, una labor que -como todas- tiene aficionados, hobbystas y profesionales. Donde hay profesión hay trabajo; y el trabajo siempre tiene que ser remunerado. Así lo entendieron aquellos autores que fundaron la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
El 8 de noviembre de 1928, durante una reunión convocada por la Primera Feria Nacional del Libro, celebrada en el Teatro Cervantes (Buenos Aires), quedó constituida la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Su primer presidente fue Leopoldo Lugones acompañándolo como vicepresidente Horacio Quiroga. En el resto de la nómina figuraban: Secretario: Samuel Glusberg; Tesorero: Manuel Gálvez, Vocales: Rafael Alberto Arrieta, Enrique Banchs, Jorge Luis Borges, Leónidas Barletta, Arturo Capdevila, Nicolás Coronado, Baldomero Fernández Moreno, Roberto Gache, Alberto Gerchunoff, Arturo Giménez Pastor, Roberto F. Giusti, Víctor Juan Guillot, Enrique Larreta, Roberto Ledesma, Carlos Alberto Leumann, Ezequiel Martínez Estrada, Alvaro Melián Lafinur, Félix Lima, Pedro Miguel Obligado y Ricardo Rojas; Administrador: Rómulo Zavala; Asesor Letrado: Dr. Augusto Rodriguez Larreta.
De inmediato redactaron el estatuto, donde se lee que entre los fines de la SADE se halla "la defensa gremial del escritor". No quedan dudas, entonces, que sus destacados fundadores entendían que escribir es trabajar y que, por ello, requiere una adecuada defensa gremial. Por la séptima década del siglo pasado, la C. D. de SADE emitía comunicados -que eran publicados en los suplementos culturales de diarios como La Nación y La Prensa- indicando los montos mínimos que un autor debía percibir por dar una conferencia, escribir un artículo. Participar en una mesa redonda o ser jurado.
Aunque hoy suene a relato fantástico, tres décadas atrás era usual -y lo viví personalmente- que cuando un escritor participaba en un programa de televisión cobraba -como mínimo- "el bolo", a través de ARGENTORES. Hoy hechos favorables hay. Aunque estemos muy lejos de aquellos tiempos. La legislatura porteña el año pasado -merced al impulso dado por la SEA (Sociedad de Escritores y Escritoras de la Argentina) y del diputado Elvio Vitale- sancionó una ley por la cual los escritores a partir de cierta edad -que no tengan protección jubilatoria- perciben una asignación mensual. Ya varios reciben este justo beneficio. Pero no alcanza. Porque lo único que alcanza es que la ciudadanía comprenda que los autores tienen el deber y la obligación de percibir dinero por su trabajo. Una remuneración justa y adecuada. Entender -por ejemplo- que cuando se nos pide dar una conferencia y se termina la frase con "después, a la salida, te invitamos a cenar" se nos está agrediendo y faltando el respeto.
© LA GACETA
Antonio Las Heras - Escritor, ex secretario general de la Sociedad Argentina de Escritores.
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