Calores, amores y un cadáver

Calores, amores y un cadáver

Ultima entrega de la saga que lleva vendidos 10 millones de ejemplares.

UN HOMBRE QUE RINDE HOMENAJES. El nombre del sabueso favorito de Camilleri evoca a un célebre escrito español que también cultivó el género policial. UN HOMBRE QUE RINDE HOMENAJES. El nombre del "sabueso" favorito de Camilleri evoca a un célebre escrito español que también cultivó el género policial.
14 Marzo 2010
Policial
ARDORES DE AGOSTO
ANDREA CAMILLERI
(Salamandra - Barcelona)

Si la hoguera terrenal que ha azotado a nuestro país durante enero y febrero pasados ha sido agobiante, hace falta leer Ardores de agosto, de Andrea Camilleri, para saber realmente de qué se trata una ola de calor. Un calor que convierte al cerebro "en una mermelada" y tiene "el mismo efecto que tres pastillas de somnífero". En ese aturdimiento, "hasta los asesinos esperan a que llegue el otoño".
Y es al ya mítico personaje Salvo Montalbano a quien le toca vivir esas tórridas circunstancias. Montalbano: un hombre que gusta de bañarse desnudo en el mar y comer en la trattoria de Enzo, que lee tanto tragedias griegas como al Dante o novelas policiales  ("de dos autores suecos que eran marido y mujer, y en la cual no había ni una sola página que no contuviera un despiadado ataque a la social-democracia y el gobierno. Montalbano  lo dedicó a todos aquellos que no se dignaban leer novelas policíacas por considerarlas un mero pasatiempo repleto de enigmas").
Eternamente de novio con la difícil Livia, Montalbano tiene 55 años y siente pronta su vejez, discute con sus colegas y superiores, y se escribe cartas a sí mismo en vez de tomar apuntes o repasar mentalmente el caso que tiene entre manos. Le disgustan la suciedad y la contaminación ambiental, y es dueño de una verborragia y una retórica admirables, una moral que no duda en ocultar o falsear información con el fin de dar con la verdad, y un humor ácido, cínico, por momentos chandleriano.
Salvo Montalbano es a Andrea Camilleri lo que Kurt Wallander a Henning Mankell: su sabueso preferido. Además de que el nombre de este policía detective es un homenaje al escritor español Manuel Vázquez Montalbán, también cultivador del género policial y creador del también mítico Pepe Carvalho.
Surgido en la novela La forma del agua (1994 en ediciones españolas), los libros que lo tienen como protagonista sobrepasan la decena y lo han convertido en un héroe italiano, incluso protagonista de una serie de televisión.

Un cadáver en el baúl
Ardores de agosto comienza cuando una pareja de amigos de la novia de Montalbano alquila una casa (¿maldita, embrujada?) que sufre invasiones de todo tipo de alimañas: escarabajos, ratones, arañas. El accidente del hijo de esta familia es el que permite el hallazgo, azaroso, de una propiedad oculta, ilegal, primero; y el cadáver de una mujer después, en un baúl, muerta seis años atrás.
Y allí se dispara la historia. Surge la depravación sexual de algunos personajes (un fiscal, un arquitecto, un loco alemán); los risueños ayudantes de Montalbano (dueños de una oralidad hilarante); la ilegalidad reinante en una "Italia actual", donde abunda "la aprobación de leyes cada vez más permisivas a favor del culpable"; donde "las cosas siempre acaban entre parentescos peligrosos, relaciones entre mafia y política, entre mafia y empresariado, entre política y bancos de blanqueo y usura". Lo que queda es -como en el mejor de los policiales negros- una idea derrotada de la justicia.
Sobre el final, se develará -detrás de un amor pasajero, una pasión carnal- la venganza que ha permanecido oculta durante un largo lustro, y que no hará más que aumentar los ardores de agosto.
© LA GACETA

Hernán Carbonel

Fragmento de Ardores de agosto

Estaba durmiendo de tal forma que ni siquiera un cañonazo lo habría despertado. O mejor: un cañonazo no, pero el timbre del teléfono sí.
Un hombre que en los tiempos que corren vive en un país civilizado como el nuestro (es un decir), si oye en pleno sueño unos cañonazos, está claro que los confunde con los truenos de un temporal, las tracas de las fiestas del santo patrón o el desplazamiento de unos muebles por parte de esos cabrones del piso de arriba, y sigue durmiendo como tal cosa. En cambio, el sonido del teléfono, la melodía del móvil, el timbre de la puerta, eso no, ésos no son ruidos de llamadas ante las cuales el hombre civilizado (es un decir) no tiene más remedio que emerger de las profundidades del sueño y contestar.
Por consiguiente, Montalbano se levantó de la cama, consultó el reloj, miró hacia la ventana, comprendió que hacía mucho calor y se dirigió al comedor, donde el teléfono sonaba como un desesperado.
- Salvo, pero ¿dónde estabas? ¡Llevo media hora llamando!
- Perdona, Livia, estaba en la ducha, no oía nada.
Primera mentira de la jornada.

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