01 Febrero 2010
- Tucumán estuvo presente en toda tu obra. Allí comenzó, concretamente en LA GACETA, tu carrera periodística y ahí también se afianzó tu carrera literaria.
- Me recibiste, cuando tenía 16 o 17 años, en una oficina que luego sería la de Joaquín Morales Solá (padre). Empecé a colaborar en la Página Literaria. En el diario, primero me propusiste que hiciera las pizarras con letras movibles. Luego pasé a Corrección de Pruebas, que creo que fue mi verdadera escuela de periodismo. Había una comunidad intelectual riquísima en esa sección, dirigida por Luis Véliz Toscano, en la que estaban Roger Labrousse, María Elena Vela, Celma Agüero, Raúl Dorronzoro. Hablábamos de Platón, de (Jean-Paul) Sartre, de (Franz) Kafka. Yo les mostraba, osadamente, mis ejercicios de literatura. Eran amigos que nunca me desalentaban, nunca se burlaban de mí, a pesar de que eran ejercicios horribles. Luego me trasladaste a hacer los títulos de las páginas Nacional e Internacional, que armaba luego en el taller. Finalmente fui cronista de temas universitarios y, ocasionalmente, de temas políticos. La primera -e inolvidable- nota política que hice fue durante la convención radical de 1957, que proclamó candidato a presidente a (Arturo) Frondizi. Por azar, me tocó entrevistar a quien sería candidato a vicepresidente, vicepresidente fallido, Alejandro Gómez. También escribí críticas de cine, como segundo de Julio Ardiles Gray, que era el crítico titular de LA GACETA. Una de esas notas le gustó a Juan Valmaggia, entonces subdirector del diario La Nación, que pasaba por Tucumán. El diario se había quedado sin críticos de cine y yo entré a ocupar ese espacio… Allí conocí a (Eduardo) Mallea, a Manucho Mujica Láinez, a (Octavio) Hornos Paz. La literatura entraba por todos los poros. Seguí unido a Tucumán, a través de mis colaboraciones en LA GACETA Literaria, que nunca se interrumpieron.
- A través de seis décadas...
- El texto que recuperaron hace poco en LA GACETA Literaria (Noticia de Vicente Barbieri) fue completamente inesperado. Me sorprendió constatar que yo lo había escrito en 1952, con 18 años.
- Lo notable es que en Purgatorio, tu última novela, hay fuertes reminiscencias de ese texto.
- Lo que ocurre es que uno es siempre el mismo. El ser es idéntico; lo que cambian son los aprendizajes, las impregnaciones que el mundo te deja. Si tenés una sola entidad, un solo ser, sos fiel a vos mismo. Y sos el mismo escritor, mejor o peor, siempre.
- ¿Cuánto te aportó el periodismo a tu obra literaria?
- El aprendizaje del periodismo fue muy útil en mi vida. Me permitió ser un mejor escritor. Desarrolló mi curiosidad, aprendí a investigar, a apasionarme con la investigación, a desentrañar todos los datos de un personaje. Sin eso no hubiera podido escribir La novela de Perón, Santa Evita y los libros de investigación. Y me lo dio en gran medida LA GACETA, que fue una escuela entrañable. Había gente de primer nivel y todavía la hay. Pero en ese entonces lo notable era su generosidad intelectual. Con María Eugenia Valentié, Labrousse y Dorronzoro compartíamos las lecturas de los presocráticos, de (Edmund) Husserl… LA GACETA Literaria me permitió tener mis primeros amigos literatos en Buenos Aires, como Augusto Roa Bastos y una de las más grandes poetas argentinas, la injustamente olvidada Amelia Biaggioni, una poeta, para mi gusto, mejor que Alejandra Pizarnik. También me permitió pelearme, a través de las polémicas literarias que estimulaba y que oxigenaban el clima cultural. Lo que Tucumán dio y da a la literatura argentina lo hizo a través del caldo de cultivo que LA GACETA Literaria fue siempre. Allí surgieron figuras de relieve, escritores de enorme talento como Juan José Hernández y Víctor Massuh, que lograron reconocimiento a nivel nacional.
© LA GACETA
- Me recibiste, cuando tenía 16 o 17 años, en una oficina que luego sería la de Joaquín Morales Solá (padre). Empecé a colaborar en la Página Literaria. En el diario, primero me propusiste que hiciera las pizarras con letras movibles. Luego pasé a Corrección de Pruebas, que creo que fue mi verdadera escuela de periodismo. Había una comunidad intelectual riquísima en esa sección, dirigida por Luis Véliz Toscano, en la que estaban Roger Labrousse, María Elena Vela, Celma Agüero, Raúl Dorronzoro. Hablábamos de Platón, de (Jean-Paul) Sartre, de (Franz) Kafka. Yo les mostraba, osadamente, mis ejercicios de literatura. Eran amigos que nunca me desalentaban, nunca se burlaban de mí, a pesar de que eran ejercicios horribles. Luego me trasladaste a hacer los títulos de las páginas Nacional e Internacional, que armaba luego en el taller. Finalmente fui cronista de temas universitarios y, ocasionalmente, de temas políticos. La primera -e inolvidable- nota política que hice fue durante la convención radical de 1957, que proclamó candidato a presidente a (Arturo) Frondizi. Por azar, me tocó entrevistar a quien sería candidato a vicepresidente, vicepresidente fallido, Alejandro Gómez. También escribí críticas de cine, como segundo de Julio Ardiles Gray, que era el crítico titular de LA GACETA. Una de esas notas le gustó a Juan Valmaggia, entonces subdirector del diario La Nación, que pasaba por Tucumán. El diario se había quedado sin críticos de cine y yo entré a ocupar ese espacio… Allí conocí a (Eduardo) Mallea, a Manucho Mujica Láinez, a (Octavio) Hornos Paz. La literatura entraba por todos los poros. Seguí unido a Tucumán, a través de mis colaboraciones en LA GACETA Literaria, que nunca se interrumpieron.
- A través de seis décadas...
- El texto que recuperaron hace poco en LA GACETA Literaria (Noticia de Vicente Barbieri) fue completamente inesperado. Me sorprendió constatar que yo lo había escrito en 1952, con 18 años.
- Lo notable es que en Purgatorio, tu última novela, hay fuertes reminiscencias de ese texto.
- Lo que ocurre es que uno es siempre el mismo. El ser es idéntico; lo que cambian son los aprendizajes, las impregnaciones que el mundo te deja. Si tenés una sola entidad, un solo ser, sos fiel a vos mismo. Y sos el mismo escritor, mejor o peor, siempre.
- ¿Cuánto te aportó el periodismo a tu obra literaria?
- El aprendizaje del periodismo fue muy útil en mi vida. Me permitió ser un mejor escritor. Desarrolló mi curiosidad, aprendí a investigar, a apasionarme con la investigación, a desentrañar todos los datos de un personaje. Sin eso no hubiera podido escribir La novela de Perón, Santa Evita y los libros de investigación. Y me lo dio en gran medida LA GACETA, que fue una escuela entrañable. Había gente de primer nivel y todavía la hay. Pero en ese entonces lo notable era su generosidad intelectual. Con María Eugenia Valentié, Labrousse y Dorronzoro compartíamos las lecturas de los presocráticos, de (Edmund) Husserl… LA GACETA Literaria me permitió tener mis primeros amigos literatos en Buenos Aires, como Augusto Roa Bastos y una de las más grandes poetas argentinas, la injustamente olvidada Amelia Biaggioni, una poeta, para mi gusto, mejor que Alejandra Pizarnik. También me permitió pelearme, a través de las polémicas literarias que estimulaba y que oxigenaban el clima cultural. Lo que Tucumán dio y da a la literatura argentina lo hizo a través del caldo de cultivo que LA GACETA Literaria fue siempre. Allí surgieron figuras de relieve, escritores de enorme talento como Juan José Hernández y Víctor Massuh, que lograron reconocimiento a nivel nacional.
© LA GACETA
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