¿El final de Wallander?

¿El final de Wallander?

El sueco Henning Mankell vuelve a escribir sobre el popular inspector que protagoniza la exitosa zaga policial que vendió más de 25 millones de ejemplares en todo el mundo. Hernán Carbonel - Periodista y escritor.

10 Enero 2010

 

Al momento de su muerte, en 1959, Raymond Chandler -ya viudo, alcohólico y con un par de intentos de suicidio encima- estaba dedicado a la que sería su siguiente novela, Poodle Springs, donde Philip Marlowe al fin dejaba de ser un solitario empedernido para contraer matrimonio con una atractiva millonaria de la cual se enamorara un par de novelas antes. La obra fue concluida por Robert Parker, un escritor devoto y fanático del autor de El largo adiós. Así, dejaban de existir uno de los más grandes representantes del policial negro, y uno de los personajes más emblemáticos de ese género nacido en Norteamérica.

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Henning Mankell, sin ninguna de aquellas tragedias personales encima, y desafiando al tiempo y lo que a Wallander -su propio Marlowe- pudiera sucederle, se adelantó al último mojón de la vida humana y prefirió elegir el final antes de que el final eligiese por él. Decidió, entonces, terminar con la historia de su más grande personaje, ya que El hombre inquieto es la última entrega de la serie de novelas protagonizadas por el inefable inspector.

Lo cierto es que no son tiempos fáciles para Kurt Wallander: tiene 60 años, problemas con la diabetes y miedo a envejecer; lleva una relación distante y compleja con su hermana Kristina (evítense aquí comparaciones fáciles con el contexto político nacional), está sin pareja, sufre profundas lagunas en su memoria y le cuesta encontrar un modo de disfrutar de su tiempo libre; se quiebra una mano y lo golpean para robarle; su ex esposa es adicta al alcohol, mientras él recibe la visita de una ex amante, su otrora gran amor, que adolece de una enfermedad terminal.

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Así y todo, no le faltan alegrías: ha logrado el sueño de su vida, una casa de campo a orillas del mar; tiene un perro, al que ha bautizado Jussi; y su única hija, Linda, lo ha hecho abuelo de una niña, Klara.

Pero lo que mueve el argumento de El hombre inquieto, y pone en acción al ya legendario detective de Ystad, es la desaparición de sus consuegros, Häkan y Louise von Enke, padres de Hans, el marido de Linda; él, ex marino de la armada sueca y capitán de submarinos; ella, profesora de idiomas.

Y es entonces cuando comienzan a darse los cruces, se mezclan y entremezclan Olof Palme (el Primer Ministro sueco asesinado en 1986) y la Guerra Fría, la ex Unión Soviética y los Estados Unidos, la OTAN y la CIA, la República Democrática Alemana y la condición de país neutral de Suecia ante ese contexto político.

Cruces de historias

El drama familiar de los von Henke -que incluye una hija minusválida, recluida e ignorada, y algún que otro secreto de alcoba- queda atrás y se traslada a las sombras de un hecho de principios de la década del ’80: submarinos extranjeros (¿rusos o norteamericanos?) que violan aguas territoriales suecas. En definitiva: ni más ni menos que el espionaje internacional, el motor de las preocupaciones de las potencias mundiales de aquellos años, algo que, aunque suene a rancio, aún continúa sucediendo, puesto que "los servicios secretos no dejan de existir nunca. Cambian de nombre, pero siguen ahí".

Pero más allá de ese enjambre de políticas internacionales y traiciones, surgen otras temáticas habituales de las novelas de Mankell, como lo son el peso de los medios de comunicación, la influencia de un clima tan hostil como el escandinavo, la fuerte tendencia al alcoholismo de los nórdicos, y la impactante marca social de los inmigrantes -legales e ilegales- en el país. Suecia como una sociedad que hacia fuera es perfeccionismo y hacia dentro esconde -como cualquier trama social- brutalidad y violencia.

Los argumentos complejos (al estilo de su novela anterior, El chino, donde se cruzan la China de ayer y la de hoy, Suecia y la construcción del ferrocarril en Estados Unidos) y los oscuros entramados le caen muy bien a Mankell. Estos cruces se dan en El hombre inquieto no sólo en el trazado bélico y político y en las relaciones interpersonales, sino incluso en los rastros de aquella primera novela protagonizada por Kurt Wallander (Asesinos sin rostro): el exceso de trabajo, la soledad, las incertidumbres personales del protagonista; la cita a aquel doble asesinato de un matrimonio de granjeros en Lenarp. Una especie de raconto; volver al inicio para poder hallar el desenlace.

Es, si se quiere, por momentos, austeriano: a la par de una trama que atrapa al lector durante 450 páginas (la fuga y desaparición "sin dejar rastro" del matrimonio von Enke: "para crear más tensión, el protagonista no debe estar siempre en escena") fluctúan en un segundo plano otros acontecimientos. Y es así como surgen, y en ajustadas dosis, historias paralelas, secundarias, que contribuyen a la tensión del relato sin restarle sentido al argumento principal. Citas a la actualidad (el libro cierra en marzo de 2009), a nazis que han vivido en Argentina y a la crisis financiera de 2008, y tocan el papel de Estados Unidos y el de Europa en la guerra de Afganistán.

Final con sabor amargo

Lo cierto es que, hacia las últimas líneas de la novela, uno se entera de que Mankell -el autor- hace que su personaje -el inspector-, se convierta en su colega: durante casi un año, Wallander se dedicará a redactar -en doscientas doce páginas- los sucesos acontecidos en el caso von Henke; recopila ideas, reconstruye sistemas de información, revisa apuntes: escribe. Da forma a "una especie de testamento de su existencia".

Y como en las mejores novelas del policial negro, al final sólo queda un sabor amargo: no sólo que el crimen no paga; esta vez, eso se da ante la conciencia de que lo que uno acaba de leer no es el fin de una vida, pero sí la última entrega de una docena de novelas protagonizadas por el inefable inspector Wallander. Porque "el relato de Kurt Wallander termina ahí, irrevocablemente. Los años que le queden por vivir, diez o quizás algunos más, le pertenecen a él, a él y a Linda, a él y a Klara. Y a nadie más".

© LA GACETA 

 

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