18 Octubre 2009
============01 TIT 36(428637)============
============02 TEX L - Ficha 1(428641)============
============02 TEX(428646)============
En contra de una frase que no hace más que agasajar al lugar común, vale decir que el oficio más viejo del mundo no es ese que todos creemos, sino otro, ciertamente un poco menos arduo que aquel: el oficio más viejo del mundo es narrar.
Por eso, las manos en las cuevas de Altamira; por eso, la escritura cuneiforme, los jeroglíficos, la imprenta. De ahí la importancia del lenguaje como herramienta de proa para la comunicación de los hombres: sin lenguaje, no hay relato; sin relato, no hay historia; sin historia, no hay identidad.
En ese camino va Frutos extraños. Crónicas reunidas 2001-2008, el último libro de Leila Guerriero.
Guerriero había publicado, en 2005, un libro terrible y maravilloso, Los suicidas del fin del mundo, un relato descarnado, puntilloso sobre una ola de suicidios a fines de los 90 en Las Heras, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Cruz.
Ahora, Leila se despacha con Frutos extraños, otro homenaje en vida al oficio de contar.
Trabajo de campo
Entre crónicas y perfiles aparecen Alberto Samid, el Gigante González, una banda de rock de chicos down, Romina Tejerina, los duros 70, René Lavand, Facundo Cabral, un clon de Freddie Mercury, entre otros tantos.
- Son trabajos de inmersión - sintetiza Guerriero-, de mucho seguimiento y de esperar la ocasión. Yo siempre creí que el periodismo es la gran excusa para meterse en sitios a los que uno no podría meterse de otra forma, y que es, también, la gran excusa para transformarse, cada tanto, en especialista de alguna cosa: tanatopraxia, orquídeas, acromegalia, el negocio de la carne.
Según la autora, esta antología proviene de "un trabajo promiscuo en diversos medios: la promiscuidad periodística mía es un tanto proverbial".
Divididos en tres partes más una Coda, las crónicas, perfiles, discusiones y anotaciones sobre el oficio periodístico que componen el libro fueron publicados en El País y Lateral, de España; SoHo, de Colombia; Gatopardo, México-Colombia; La Prensa Gráfica, de El Salvador; Paula y El Mercurio, de Chile; y Latido, Revista La Nación y Lamujerdemivida, de La Argentina. O leídos en charlas organizadas por la revista El Malpensante: algo así como la re-construcción teórica del oficio de narrar.
- Cuando me pidieron esos textos encontré que había procesos comunes en el plano del trabajo de campo, la técnica para entrevistar, etcétera -cuenta ella-. Entonces tuve que ponerme a pensar y deconstruir una serie de operaciones mentales y no tanto que para mí eran intuitivas y, además, comunes a muchos de los textos que había escrito, aunque no hubiera hecho de ellas, jamás, una construcción racional. En uno de esos textos, si yo no recuerdo mal, también digo que después de todo lo dicho es imposible describir cómo uno hace lo que hace y que, en el fondo, prefiero no pensar demasiado en eso.
Decir, entonces, que ciertos pasajes de Frutos extraños conmueven, es decir poco: el lenguaje, preciso como dagas, entra en el cuerpo. Uno puede reír hasta descostillarse con el bizarro Doctor Queen o sufrir como quien pare con Romina Tejerina; preguntarse si en verdad es Yiya Murano una serial-killer o volver a creer en lo que sea con el Equipo Argentino de Antropología Forense.
La de Guerriero es una escritura que atraviesa la piel. Lo que está ahí, frente a uno, es un libro, pero dentro de él hay una historia y, detrás de ella, un narrador, quien hace uso y bien de la materia prima del oficio más viejo del mundo. Porque esos frutos no sólo son extraños; son, también, extraordinarios.
© LA GACETA
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En contra de una frase que no hace más que agasajar al lugar común, vale decir que el oficio más viejo del mundo no es ese que todos creemos, sino otro, ciertamente un poco menos arduo que aquel: el oficio más viejo del mundo es narrar.
Por eso, las manos en las cuevas de Altamira; por eso, la escritura cuneiforme, los jeroglíficos, la imprenta. De ahí la importancia del lenguaje como herramienta de proa para la comunicación de los hombres: sin lenguaje, no hay relato; sin relato, no hay historia; sin historia, no hay identidad.
En ese camino va Frutos extraños. Crónicas reunidas 2001-2008, el último libro de Leila Guerriero.
Guerriero había publicado, en 2005, un libro terrible y maravilloso, Los suicidas del fin del mundo, un relato descarnado, puntilloso sobre una ola de suicidios a fines de los 90 en Las Heras, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Cruz.
Ahora, Leila se despacha con Frutos extraños, otro homenaje en vida al oficio de contar.
Trabajo de campo
Entre crónicas y perfiles aparecen Alberto Samid, el Gigante González, una banda de rock de chicos down, Romina Tejerina, los duros 70, René Lavand, Facundo Cabral, un clon de Freddie Mercury, entre otros tantos.
- Son trabajos de inmersión - sintetiza Guerriero-, de mucho seguimiento y de esperar la ocasión. Yo siempre creí que el periodismo es la gran excusa para meterse en sitios a los que uno no podría meterse de otra forma, y que es, también, la gran excusa para transformarse, cada tanto, en especialista de alguna cosa: tanatopraxia, orquídeas, acromegalia, el negocio de la carne.
Según la autora, esta antología proviene de "un trabajo promiscuo en diversos medios: la promiscuidad periodística mía es un tanto proverbial".
Divididos en tres partes más una Coda, las crónicas, perfiles, discusiones y anotaciones sobre el oficio periodístico que componen el libro fueron publicados en El País y Lateral, de España; SoHo, de Colombia; Gatopardo, México-Colombia; La Prensa Gráfica, de El Salvador; Paula y El Mercurio, de Chile; y Latido, Revista La Nación y Lamujerdemivida, de La Argentina. O leídos en charlas organizadas por la revista El Malpensante: algo así como la re-construcción teórica del oficio de narrar.
- Cuando me pidieron esos textos encontré que había procesos comunes en el plano del trabajo de campo, la técnica para entrevistar, etcétera -cuenta ella-. Entonces tuve que ponerme a pensar y deconstruir una serie de operaciones mentales y no tanto que para mí eran intuitivas y, además, comunes a muchos de los textos que había escrito, aunque no hubiera hecho de ellas, jamás, una construcción racional. En uno de esos textos, si yo no recuerdo mal, también digo que después de todo lo dicho es imposible describir cómo uno hace lo que hace y que, en el fondo, prefiero no pensar demasiado en eso.
Decir, entonces, que ciertos pasajes de Frutos extraños conmueven, es decir poco: el lenguaje, preciso como dagas, entra en el cuerpo. Uno puede reír hasta descostillarse con el bizarro Doctor Queen o sufrir como quien pare con Romina Tejerina; preguntarse si en verdad es Yiya Murano una serial-killer o volver a creer en lo que sea con el Equipo Argentino de Antropología Forense.
La de Guerriero es una escritura que atraviesa la piel. Lo que está ahí, frente a uno, es un libro, pero dentro de él hay una historia y, detrás de ella, un narrador, quien hace uso y bien de la materia prima del oficio más viejo del mundo. Porque esos frutos no sólo son extraños; son, también, extraordinarios.
© LA GACETA