16 Septiembre 2009
El techo en las casas coloniales
Teja, cañizo, una capa de barro y después el "tumbadillo". Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.
VIVIENDA COLONIAL. En 1901 se tomó esta fotografía de la esquina noreste de Congreso y San Lorenzo, donde perduraba la antigua casa de los Valderrama.
En la quinta de sus "Tradiciones históricas" (1929), el historiador salteño Bernardo Frías hace detalladas observaciones sobre la arquitectura de esta región del país en la época de la colonia. Apunta que los techos argentinos "no eran como en Lima, planos, horizontales, sin declive y de torta", apropiados para zonas donde nunca llovía. Los nuestros eran "inclinados hacia uno o hacia los dos costados, llamándose de a media agua cuando no tenían más que un declive, que se usaba en las piezas más angostas; y a dos aguas cuando, formando un lomo central que en su cabecera se llamaba mojinete, echaba las aguas por derecha y por izquierda".
Sobre los tirantes, bien cortados, iba el cañizo, o sea una capa de "caña brava", como se denominaba para distinguirla de la dulce. "El cañizo era lo más barato", comenta Frías, "porque tal caña brotaba a la Dios es grande, con abundancia y sin gasto, casi como maleza; se la tejía de trecho en trecho, como los indios del Perú hacían sus puentes, o a su semejanza". Sobre el cañizo se acomodaba "una gruesa capa de barro, y sobre la capa de barro la teja española, de largos y amplios canales, cocida no al sol como los adobes babilónicos, sino al fuego como los ladrillos, las baldosas y las tejuelas".
Las viviendas indígenas tenían techo de barro, y las de los españoles de teja. Era, dice Frías, como si ese revestimiento fuese una firma que decía "Yo español". En cuanto a los cielorrasos, no se conocieron sino mucho después. En tiempos de la colonia, ocupaba su lugar el llamado "tumbadillo", que era "un revoque de barro amasado con pelo para que agarrara mejor, que cubría el cañizo dándole al techo una cara decente, si no lujosa". Por eso, aseguró, se lo usaba en la sala y salones principales.
Desde ya que no había vidrios. En las viviendas de gente afortunada, las puertas tenían "dos tragaluces, como anteojos, en la parte superior, por donde entraba la luz en los días de invierno".
Sobre los tirantes, bien cortados, iba el cañizo, o sea una capa de "caña brava", como se denominaba para distinguirla de la dulce. "El cañizo era lo más barato", comenta Frías, "porque tal caña brotaba a la Dios es grande, con abundancia y sin gasto, casi como maleza; se la tejía de trecho en trecho, como los indios del Perú hacían sus puentes, o a su semejanza". Sobre el cañizo se acomodaba "una gruesa capa de barro, y sobre la capa de barro la teja española, de largos y amplios canales, cocida no al sol como los adobes babilónicos, sino al fuego como los ladrillos, las baldosas y las tejuelas".
Las viviendas indígenas tenían techo de barro, y las de los españoles de teja. Era, dice Frías, como si ese revestimiento fuese una firma que decía "Yo español". En cuanto a los cielorrasos, no se conocieron sino mucho después. En tiempos de la colonia, ocupaba su lugar el llamado "tumbadillo", que era "un revoque de barro amasado con pelo para que agarrara mejor, que cubría el cañizo dándole al techo una cara decente, si no lujosa". Por eso, aseguró, se lo usaba en la sala y salones principales.
Desde ya que no había vidrios. En las viviendas de gente afortunada, las puertas tenían "dos tragaluces, como anteojos, en la parte superior, por donde entraba la luz en los días de invierno".
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