02 Agosto 2009
Con sus cámaras revolucionaron La Bombilla
Un grupo de jóvenes cineastas incentivó al barrio a contar una historia, a escribir un guión y a armar personajes desde su realidad. Un chico pobre y una chica de clase media alta, son de los personajes del filme. "Queremos mostrar que este barrio no es joda".
¡LUZ, CAMARA, ACCION!. En plena filmación, los chicos del barrio Juan XXIII comienzan el rodaje de una historia que armaron entre todos. LA GACETA / FRANCO VERA
Una cámara montada en un trípode y un micrófono atado a una vara son las herramientas. El paisaje del barrio compone el escenario, y la tarea de los actores y de los directores se concentra en realizar un audiovisual con el guión que crearon colectivamente.
Mauricio Fernández, de 17 años, uno de los protagonistas del corto, cuenta la historia con sus propias palabras. "Se muestran las vidas de dos personas muy distintas: él, un chico pobre y, ella, de una clase más alta. El punto es que al final se devela algo que parece imposible: una chica tan bien parada (sic) con un flaco que vive en un barrio marginado, en el que se mete a la gente buena en la bolsa de los malos", describe.
Ficción y realidad
El relato transcurre en el barrio Juan XXIII, conocido como La Bombilla, y aunque se trata de una historia inventada por chicos de entre 14 y 19 años que viven allí, es posible que se transforme en un hecho de la realidad. Eso dicen ellos durante los cortes de la grabación del cortometraje.
En el marco del proyecto independiente "Pueblos para contar", dos egresados del Centro de Investigación y Experimentación en Cine y Video dictaron un taller sobre cine, y los chicos jugaron a ser guionistas, directores y actores por cuatro días.
"El personaje salió de espaldas a la cámara, vamos otra vez"; "Cortaron antes de que él saliera del cuadro, vamos otra vez". Las observaciones de Diego Briata (28) y Javier Lattuada (26), los cineastas que coordinan el taller, obligan a repetir dos y hasta tres veces las mismas escenas. Pero, de a poco, la práctica comienza a hacerse más ágil y los chicos (en el rol de actores, camarógrafo, microfonista y directores) se vuelven más detallistas. "Vamos de nuevo porque justo pasó una moto y el ruido del escape tapó el diálogo", afirma David Romero (18) que lleva puesto un par de auriculares.
Mientras Marta, que colabora en el comedor Don Bosco donde se dicta el taller, ceba y distribuye mates, Lourdes, Florencia y Belén, de 14 años, acompañan al equipo que trabaja. "Vinimos porque queríamos colaborar. Nos gusta que los chicos del barrio participen porque si no estuviesen aquí, tendríamos que estar pensando en qué andan... si no están robando o drogándose. Aquí no se discrimina a nadie y todos podemos hacer el corto", reflexionan las adolescentes.
Las veredas de tierra y las casas descascaradas contrastan con el pavimento recién hecho. Belén Valdés, de 18 años, aparece en escena. Viste un pantalón blanco, una campera negra con piel en la capucha y está maquillada. "Siempre soy así", afirma sobre su preparación. "Soy bailarina de danzas árabes, modelo y trabajo en un circo, en donde bailo y soy partenaire", comenta la muchacha.
"Queremos mostrar que este barrio no es joda, droga y robos todo el día, sino que algunos trabajamos y queremos ayudar", dice Romero.
Mezclada en el equipo, Esmeralda (9) espera su turno para actuar aunque no fue convocada al casting. "Vengo porque quiero aparecer en la tele haciendo cosas de miedo o también puedo cantar y bailar", dice la pequeña. Al lado de ella, dos hermanitos de dos y tres años estacionan el coche herrumbrado con el que circulan durante el rodaje.
Amistad
El protagonista de la historia es integrante de la murga del barrio. La luz roja de la cámara se enciende y el grupo empieza a tocar. "Me encanta la murga... cuando suenan los tambores se siente la alegría alrededor y la amistad. Me parece que aquí se pueden hacer nuevos compañeros", sostiene Emanuel (14), que juega a ser actor y director.
El sábado a la tarde, en el comedor donde se proyecta el cortometraje, 10 minutos de video y las sonrisas en los rostros de los 15 chicos que trabajaron, sintetizan los cuatro días de intensa labor.
Mauricio Fernández, de 17 años, uno de los protagonistas del corto, cuenta la historia con sus propias palabras. "Se muestran las vidas de dos personas muy distintas: él, un chico pobre y, ella, de una clase más alta. El punto es que al final se devela algo que parece imposible: una chica tan bien parada (sic) con un flaco que vive en un barrio marginado, en el que se mete a la gente buena en la bolsa de los malos", describe.
Ficción y realidad
El relato transcurre en el barrio Juan XXIII, conocido como La Bombilla, y aunque se trata de una historia inventada por chicos de entre 14 y 19 años que viven allí, es posible que se transforme en un hecho de la realidad. Eso dicen ellos durante los cortes de la grabación del cortometraje.
En el marco del proyecto independiente "Pueblos para contar", dos egresados del Centro de Investigación y Experimentación en Cine y Video dictaron un taller sobre cine, y los chicos jugaron a ser guionistas, directores y actores por cuatro días.
"El personaje salió de espaldas a la cámara, vamos otra vez"; "Cortaron antes de que él saliera del cuadro, vamos otra vez". Las observaciones de Diego Briata (28) y Javier Lattuada (26), los cineastas que coordinan el taller, obligan a repetir dos y hasta tres veces las mismas escenas. Pero, de a poco, la práctica comienza a hacerse más ágil y los chicos (en el rol de actores, camarógrafo, microfonista y directores) se vuelven más detallistas. "Vamos de nuevo porque justo pasó una moto y el ruido del escape tapó el diálogo", afirma David Romero (18) que lleva puesto un par de auriculares.
Mientras Marta, que colabora en el comedor Don Bosco donde se dicta el taller, ceba y distribuye mates, Lourdes, Florencia y Belén, de 14 años, acompañan al equipo que trabaja. "Vinimos porque queríamos colaborar. Nos gusta que los chicos del barrio participen porque si no estuviesen aquí, tendríamos que estar pensando en qué andan... si no están robando o drogándose. Aquí no se discrimina a nadie y todos podemos hacer el corto", reflexionan las adolescentes.
Las veredas de tierra y las casas descascaradas contrastan con el pavimento recién hecho. Belén Valdés, de 18 años, aparece en escena. Viste un pantalón blanco, una campera negra con piel en la capucha y está maquillada. "Siempre soy así", afirma sobre su preparación. "Soy bailarina de danzas árabes, modelo y trabajo en un circo, en donde bailo y soy partenaire", comenta la muchacha.
"Queremos mostrar que este barrio no es joda, droga y robos todo el día, sino que algunos trabajamos y queremos ayudar", dice Romero.
Mezclada en el equipo, Esmeralda (9) espera su turno para actuar aunque no fue convocada al casting. "Vengo porque quiero aparecer en la tele haciendo cosas de miedo o también puedo cantar y bailar", dice la pequeña. Al lado de ella, dos hermanitos de dos y tres años estacionan el coche herrumbrado con el que circulan durante el rodaje.
Amistad
El protagonista de la historia es integrante de la murga del barrio. La luz roja de la cámara se enciende y el grupo empieza a tocar. "Me encanta la murga... cuando suenan los tambores se siente la alegría alrededor y la amistad. Me parece que aquí se pueden hacer nuevos compañeros", sostiene Emanuel (14), que juega a ser actor y director.
El sábado a la tarde, en el comedor donde se proyecta el cortometraje, 10 minutos de video y las sonrisas en los rostros de los 15 chicos que trabajaron, sintetizan los cuatro días de intensa labor.
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