02 Agosto 2009
UNA HISTORIA DE RAZA Y DE HERENCIA. Antes de llegar a ser el primer mandatario de EE.UU., Barack estaba lejos del sueño americano.
Semanas atrás, medio mundo se escandalizó por una fotografía en la que Barack Obama parecía seguir con una mirada procaz la figura de una joven brasilera de tan sólo 17 años. Aunque muchos criticaron la actitud del presidente de Estados Unidos, otros -con ironía- alegaron que sólo se trata de un ser humano como cualquiera.
De hecho, en esta obra autobiográfica -escrita y publicada muchos antes de haber llegado a ocupar un cargo público-, Barack -como le gusta que lo llamen- describe su lado más humano, con una adolescencia complicada, porque a principios de los 70, en la mitad de la geografía norteamericana, ser negro era una condena de por vida, pero ser mestizo era el mayor pecado del mundo. Barack cumplía esa amarga condición por ser hijo de madre blanca (estadounidense) y de padre negro (africano).
En aquellos tiempos, hubo momentos en que su vida estaba muy lejos del "sueño americano". Vivía una realidad hostil en la que muchos jóvenes "de color" se convertían en seres invisibles.
Barack llegó a codearse con la marihuana, con el alcohol "y también una rayita de coca -admite-, cuando podías permitírtela". La temprana ausencia de su padre (se marchó cuando Barack tenía tan sólo dos años) obligó a su madre, Stanley Ann, a forjar las riendas del carácter de su hijo, sin imaginar que a los 47 años llegaría a la presidencia de los Estados Unidos.
Ella logró rescatarlo de ese proceso autodestructivo, pero Barack necesitaba encontrar su identidad. Deseaba indagar en sus orígenes. Descubrió que su padre había sido universitario con ayuda de una beca y que junto a su madre se instaló en Hawai, donde la familia materna había buscado una prosperidad que nunca llegó del todo. Poco después se separaron. El padre volvió a Kenia y la madre partió con su hijo a Indonesia, el país de su segundo marido.
El papel de un luchador
Barack utiliza como mecanismo de narración la reconstrucción de determinadas escenas que quedaron grabadas en su memoria y lo hace con una técnica similar a la de un novelista. No es Gabriel García Márquez -que también publicó sus memorias-, ni pretende serlo, pero el trabajo es un relato impecable, con buen ritmo y, por tratarse de un hombre público, el lector puede oír la voz del autor.
Describe su trabajo como organizador comunitario, pero sin convertir su discurso en un agitador político. Sus logros eran parciales; por ello buscó abrir nuevas puertas. Se doctoró en Derecho en uno de los más prestigiosos centros académicos del mundo: Harvard Law School. Más tarde, Barack pasó una semana en Kenia, donde visitó la tumba de sus abuelos y de su padre, de quien supo que había sido un hombre inteligente, pero que al final había fracasado por no ceder ante la corrupta política de su país. También descubrió que no había sido un modelo de marido: llegó a tener hijos con tres esposas diferentes. El reencuentro con sus orígenes tuvo un sabor agridulce, pero en definitiva le dio impulso para realizar sus sueños, algo que su padre no había logrado.
En esta obra, Barack expone sus hojas de vida, que lo muestran como un hombre moderno, progresista, inteligente, equilibrado y luchador contra la segregación racial, social y religiosa. Puede que sea una reseña parcial de sus memorias, pero ello no la desprestigia, porque ya lo dijo el propio García Márquez: "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Uno tan humano como el otro y como todos nosotros.
© LA GACETA
Miguel Velardez
De hecho, en esta obra autobiográfica -escrita y publicada muchos antes de haber llegado a ocupar un cargo público-, Barack -como le gusta que lo llamen- describe su lado más humano, con una adolescencia complicada, porque a principios de los 70, en la mitad de la geografía norteamericana, ser negro era una condena de por vida, pero ser mestizo era el mayor pecado del mundo. Barack cumplía esa amarga condición por ser hijo de madre blanca (estadounidense) y de padre negro (africano).
En aquellos tiempos, hubo momentos en que su vida estaba muy lejos del "sueño americano". Vivía una realidad hostil en la que muchos jóvenes "de color" se convertían en seres invisibles.
Barack llegó a codearse con la marihuana, con el alcohol "y también una rayita de coca -admite-, cuando podías permitírtela". La temprana ausencia de su padre (se marchó cuando Barack tenía tan sólo dos años) obligó a su madre, Stanley Ann, a forjar las riendas del carácter de su hijo, sin imaginar que a los 47 años llegaría a la presidencia de los Estados Unidos.
Ella logró rescatarlo de ese proceso autodestructivo, pero Barack necesitaba encontrar su identidad. Deseaba indagar en sus orígenes. Descubrió que su padre había sido universitario con ayuda de una beca y que junto a su madre se instaló en Hawai, donde la familia materna había buscado una prosperidad que nunca llegó del todo. Poco después se separaron. El padre volvió a Kenia y la madre partió con su hijo a Indonesia, el país de su segundo marido.
El papel de un luchador
Barack utiliza como mecanismo de narración la reconstrucción de determinadas escenas que quedaron grabadas en su memoria y lo hace con una técnica similar a la de un novelista. No es Gabriel García Márquez -que también publicó sus memorias-, ni pretende serlo, pero el trabajo es un relato impecable, con buen ritmo y, por tratarse de un hombre público, el lector puede oír la voz del autor.
Describe su trabajo como organizador comunitario, pero sin convertir su discurso en un agitador político. Sus logros eran parciales; por ello buscó abrir nuevas puertas. Se doctoró en Derecho en uno de los más prestigiosos centros académicos del mundo: Harvard Law School. Más tarde, Barack pasó una semana en Kenia, donde visitó la tumba de sus abuelos y de su padre, de quien supo que había sido un hombre inteligente, pero que al final había fracasado por no ceder ante la corrupta política de su país. También descubrió que no había sido un modelo de marido: llegó a tener hijos con tres esposas diferentes. El reencuentro con sus orígenes tuvo un sabor agridulce, pero en definitiva le dio impulso para realizar sus sueños, algo que su padre no había logrado.
En esta obra, Barack expone sus hojas de vida, que lo muestran como un hombre moderno, progresista, inteligente, equilibrado y luchador contra la segregación racial, social y religiosa. Puede que sea una reseña parcial de sus memorias, pero ello no la desprestigia, porque ya lo dijo el propio García Márquez: "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Uno tan humano como el otro y como todos nosotros.
© LA GACETA
Miguel Velardez
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