10 Mayo 2009
Lo primero que hizo Pedro Algorta cuando pudo salir a la calle en Santiago de Chile después de ser rescatado fue ir a una librería y comprar un libro de economía. Tres meses después de dejar el fuselaje que lo había protegido en medio de la nieve, vino a vivir a nuestro país para estudiar Economía en la Universidad de Buenos Aires. Una vez recibido, viajó a Estados Unidos y obtuvo un máster en la Universidad de Stanford que le abrió las puertas, a su regreso, de empresas como Quilmes y Techint, en las que desempeñó cargos jerárquicos. Durante 35 años no quiso hablar públicamente del accidente ni de los 71 días en la montaña. La condición que se puso para publicar La sociedad de la nieve fue que todos los sobrevivientes brindaran sus testimonios. El más difícil de conseguir fue el suyo. Finalmente decidió hablar en el libro y también en esta entrevista con LA GACETA Literaria.
- La sociedad de la nieve refleja los enfoques de cada sobreviviente. Entre ustedes, ¿Cuáles fueron las miradas más divergentes al abordar lo que vivieron en los Andes?
- Creo que las diferencias se plasmaron en lo que cada uno de nosotros hizo con su vida; tuvimos vidas diferentes. Yo, por ejemplo, tres meses después de salir de la montaña vine a vivir a la Argentina, donde estudié, trabajé y me casé. Hice una vida normal, sin hablar de lo que pasó en los Andes. La cordillera estaba en la mochila. Cuando han pasado más de tres décadas, abro la mochila y veo qué me dice la montaña. Otros hablaron de ello desde el principio. Mi elección fue callar y creo que fue una buena decisión porque me permitió hacer muchas cosas.
- ¿Cómo cambió la imagen de aquellos días en la nieve desde que decidió empezar a hablar?
- El tiempo fue diluyendo los recuerdos. Hoy hago mi análisis con una montaña que está mucho más lejos, con emociones que resultan más fáciles de procesar, y eso me permite extraer lecciones de esa experiencia.
- ¿Fue una represión lo que lo llevó al silencio?
- No, fue una decisión consciente. Quería seguir mis estudios de Economía y luego desarrollar una carrera como empresario. Si hubiese estado hablando permanentemente de los Andes, no habría podido haberlo.
- ¿Pensó en suicidarse en la montaña?
- No, ninguno de nosotros lo pensó. Aun en los momentos más extremos nos aferramos a la vida.
- ¿Hoy le teme a la muerte?
- Sí, tanto como cualquier hombre.
- ¿Es creyente?
- Sí, siempre lo fui. Dios estaba presente en aquellos días; en nuestras oraciones, en nuestras noches. Pero Dios no nos sacó de allí. Salimos por nuestros propios medios; nos salvamos porque supimos organizarnos y nos esforzarnos al máximo.
- ¿Por qué calló tanto tiempo?
- No callé totalmente. Lo hablé con mi familia, pero no quería hacerlo públicamente. Además, nadie me preguntaba nada. Supongo que era un tema que intimidaba; aunque todo el mundo lo sabía, nadie se animaba a preguntar.
- ¿Ese silencio lo perturbaba?
- No, todo lo contrario, porque me permitió hacer una vida normal.
- ¿Y ahora qué reacciones recoge cuando cuenta la historia?
- Mucha gente que me conoce se acercó para decirme "por fin, Pedro, hablás", y me cuenta anécdotas sobre lo que se decía a mis espaldas, sobre el temor que les generaba a muchas personas cualquier referencia al tema.
- ¿Hablar tuvo un efecto terapéutico?
- Sí, sin duda. Creo que nuestro proceso de recuperación empezó cuando salimos de la montaña y todavía sigue. Eventos como los que genera este libro nos ayudan a seguir avanzando. El afecto de la gente es reconfortante y nos impulsa a seguir contando la historia.
- ¿Cómo es su relación con el resto de los sobrevivientes?
- No soy amigo de todos, pero tengo una buena relación. La vida nos separó y nos vuelve a unir a través del libro que estamos presentando.
- ¿Piensa que algunos de los sobrevivientes tomaron como una suerte de bandera la historia, como base de un marketing personal?
- Algunos han estado más ligados a la historia que otros. Hay algunos a quienes todavía hoy les cuesta hablar. A mí me llevó 35 años hacerlo. Y después de tanto tiempo, hoy me hiciste hablar demasiado.
© LA GACETA
- La sociedad de la nieve refleja los enfoques de cada sobreviviente. Entre ustedes, ¿Cuáles fueron las miradas más divergentes al abordar lo que vivieron en los Andes?
- Creo que las diferencias se plasmaron en lo que cada uno de nosotros hizo con su vida; tuvimos vidas diferentes. Yo, por ejemplo, tres meses después de salir de la montaña vine a vivir a la Argentina, donde estudié, trabajé y me casé. Hice una vida normal, sin hablar de lo que pasó en los Andes. La cordillera estaba en la mochila. Cuando han pasado más de tres décadas, abro la mochila y veo qué me dice la montaña. Otros hablaron de ello desde el principio. Mi elección fue callar y creo que fue una buena decisión porque me permitió hacer muchas cosas.
- ¿Cómo cambió la imagen de aquellos días en la nieve desde que decidió empezar a hablar?
- El tiempo fue diluyendo los recuerdos. Hoy hago mi análisis con una montaña que está mucho más lejos, con emociones que resultan más fáciles de procesar, y eso me permite extraer lecciones de esa experiencia.
- ¿Fue una represión lo que lo llevó al silencio?
- No, fue una decisión consciente. Quería seguir mis estudios de Economía y luego desarrollar una carrera como empresario. Si hubiese estado hablando permanentemente de los Andes, no habría podido haberlo.
- ¿Pensó en suicidarse en la montaña?
- No, ninguno de nosotros lo pensó. Aun en los momentos más extremos nos aferramos a la vida.
- ¿Hoy le teme a la muerte?
- Sí, tanto como cualquier hombre.
- ¿Es creyente?
- Sí, siempre lo fui. Dios estaba presente en aquellos días; en nuestras oraciones, en nuestras noches. Pero Dios no nos sacó de allí. Salimos por nuestros propios medios; nos salvamos porque supimos organizarnos y nos esforzarnos al máximo.
- ¿Por qué calló tanto tiempo?
- No callé totalmente. Lo hablé con mi familia, pero no quería hacerlo públicamente. Además, nadie me preguntaba nada. Supongo que era un tema que intimidaba; aunque todo el mundo lo sabía, nadie se animaba a preguntar.
- ¿Ese silencio lo perturbaba?
- No, todo lo contrario, porque me permitió hacer una vida normal.
- ¿Y ahora qué reacciones recoge cuando cuenta la historia?
- Mucha gente que me conoce se acercó para decirme "por fin, Pedro, hablás", y me cuenta anécdotas sobre lo que se decía a mis espaldas, sobre el temor que les generaba a muchas personas cualquier referencia al tema.
- ¿Hablar tuvo un efecto terapéutico?
- Sí, sin duda. Creo que nuestro proceso de recuperación empezó cuando salimos de la montaña y todavía sigue. Eventos como los que genera este libro nos ayudan a seguir avanzando. El afecto de la gente es reconfortante y nos impulsa a seguir contando la historia.
- ¿Cómo es su relación con el resto de los sobrevivientes?
- No soy amigo de todos, pero tengo una buena relación. La vida nos separó y nos vuelve a unir a través del libro que estamos presentando.
- ¿Piensa que algunos de los sobrevivientes tomaron como una suerte de bandera la historia, como base de un marketing personal?
- Algunos han estado más ligados a la historia que otros. Hay algunos a quienes todavía hoy les cuesta hablar. A mí me llevó 35 años hacerlo. Y después de tanto tiempo, hoy me hiciste hablar demasiado.
© LA GACETA
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