26 Abril 2009
Cuando la metáfora es buena, no se distingue de la metástasis. Así al menos lo piensa Vicente Holgado, un personaje multifacético que le permite a Juan José Millás separar los dos mundos que le obsesionan: el real, que debería presentarse ordenado, y otro que él prefiere, el del desorden de las ideas, el de la permanente metáfora. El límite entre esas dos dimensiones es claro, y no lo es, todo al mismo tiempo. Será por esto que es tan fácil perderse en uno, o no poder salir del otro: entrar y salir de la realidad resulta tan sencillo como ponerse una media al derecho, y luego una vez ensuciada, darla vuelta y llevarla al revés. Toda la sensibilidad de Millás está desplegada en ese otro lado del calcetín. Millás se mueve maravillosamente en esa realidad desordenada porque no ha podido encontrar ni una sola grieta que lo lleve al mundo que tenemos, y que se describe en los diarios. Prefiere, desde el otro lado de la media, fundar una nueva realidad. Sus obras conmueven desde ese lugar: la premiada "La soledad era esto", "El orden alfabético", los relatos en Ella imagina y "El desorden de tu nombre", ponen en evidencia la necesidad de (des)ordenar lo evidente de la realidad para modificarla hacia las más tiernas curas posibles. Y es que lo que pasa en el mundo lo conmueve, como escritor y también como periodista. En sus columnas del diario español "El País", él refleja la cotidianeidad de la calle con una sensibilidad siempre entendida desde la necesidad de producir un cambio de todo lo que ensucia el lado derecho del calcetín: la muerte y la vida, la política, el problema de la rutina que puede aparecer en el diario íntimo de una mujer, entran dentro de los dolores que lo obsesionan. A Millás le duele el mundo; de allí la obsesión por modificarlo.
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