Sentado ante la claridad reverberante de la ventana, se acomoda el pelo erizado. De camisa blanca, alto y con unos kilos de menos, el doctor del pueblo comienza a relatar una historia de pesares a borbotones, como si desde siempre hubiera estado esperando este instante de desahogo. “Aquí el futuro es una palabra esquiva…”, dice José Mahmoud, y exhala un lamento lúgubre que atiborra las paredes desteñidas del consultorio. Y mientras él se enfrasca en su relato, afuera la gente recorre el caserío perdido en el este tucumano.
Villa Chicligasta es una aldea de casas de chapa y caña construidas a la orilla de un río de aguas tormentosas en los meses de lluvia. Sus habitantes caminan a paso perezoso. No hay por qué apurarse puesto que nadie tiene trabajo fijo. En ese rincón de sequedad y de silencio donde parece que el mundo se vuelve triste para siempre, todos son desocupados. Los hombres se alejan del pueblo, arrastrados por la necesidad. Viajan como golondrinas en busca de otros destinos. En verano se ocupan en las cosechas del durazno, en Buenos Aires, o del maíz, en Santa Fe. En invierno blanden el machete y se introducen en los cañaverales. Pero jamás están en su tierra, donde el hambre los acecha como una fiera. Las mujeres de mirada prolongada y perpleja se dedican a las tareas domésticas. En viviendas de una sola habitación, en las que se amontonan varias camas, una cocina y una mesa, cocinan guisos, cuidan a las criaturas y barren pisos de tierra apisonada. Afuera, los perros duermen, las gallinas picotean el suelo yermo y la ropa cuelga de los tenderos.
Al mediodía, cuando el sol golpea impiadoso desde el cielo ardiente, los únicos que se animan a deambular bajo el sopor son los niños, que a esa hora salen de la escuela y demoran el regreso en los retazos de sombra del camino. A sus abuelos se los ve sentados en las veredas, donde tratan de convertir en eterno el instante de tiempo que huye.
La localidad, ubicada a 18 kilómetros de la cabecera del departamento de Simoca, muy cerca del límite con Santiago del Estero, funciona como una máquina de moler esperanzas. El precio del estancamiento es enorme.
Los jardines secos por el polvo y el calor no dan frutos. Al centro asistencial llegan cada mes las madres de los 86 desnutridos del poblado, para retirar una ayuda alimenticia.
Casi nadie en la comunidad tiene una vivienda con baño, y cuando la noche se lleva la luz se encienden velas porque la energía eléctrica es un lujo de los pudientes. Apenas las casas dispuestas alrededor de la plaza cuentan con agua potable; en el resto se bombea el líquido desde pozos. Paradójicamente, agua es lo que les sobra. En la época de las inundaciones, el caudaloso Gastona les moja hasta el alma. Dueño de las plegarias de los 2.500 pobladores, el río provoca destrozos cada vez que decide agitarse embravecido.
“Y ahora la gente está de rodillas otra vez, porque se avecinan las lluvias”, dice el doctor del pueblo. Ha terminado su relato y afuera lo espera doña María, con un dolor de huesos. El es una de las referencias del poblado, y los nativos lo buscan no sólo para que los cure de las enfermedades, sino también del problema de sus vidas: la lucha por el desarrollo.
El ranking de Tucumán
- Yerba Buena (puesto 110)
- Capital (154)
- Tafí Viejo (211)
- Tafí del Valle (291)
- Alberdi(295)
- Villa Chicligasta (297)
- Monteros (300)
- Cruz Alta (312)
- Río Chico (320)
- Lules (326)
- Leales (347)
- Famaillá (352)
- Trancas (356)
- La Cocha (375)
- Burruyacu (397)
- Simoca (468)
Las 10 mejores del país
- Punta Alta (provincia de Buenos Aires)
- Monte Hermoso (provincia de Buenos Aires)
- Comandante Luis Piedrabuena (provincia de Santa Cruz)
- Río Grande (Tierra del Fuego)
- Ciudad de Buenos Aires (Buenos Aires)
- Olivos (provincia de Buenos Aires)
- Río Gallegos (provincia de Santa Cruz)
- El Calafate (provincia de Santa Cruz)
- Ushuaia (provincia de Tierra del Fuego)
- Gobernador Gregores (provincia de Santa Cruz)