El sida tiene más mitos que cualquier leyenda antigua de nuestros pueblos. Un sinfín de rumores y creencias viajan de boca en boca. Sin embargo, y a diferencia de las leyendas, los mitos sobre el VIH son muy peligrosos. En esta lucha por erradicar la pandemia y la discriminación para quienes viven con el virus, conocer qué es cierto y qué no lo es, es una responsabilidad de todos.
Cuando una persona se enfrenta a la noticia de que vivirá el resto de su vida con un virus que tratará de destruir su sistema inmunológico si no se trata, esa noticia no pasa normalmente por su mente.
Terrible y tortuoso
El momento de saber que “tengo sida”, es terrible y tortuoso. No porque duela más el corazón o el riñon, por tener un papelito de un médico en la mano que me dice: “usted es VIH+ (aun no conocemos la diferencia entre vih+ y sida)”.
Me duele porque sé que la sociedad discrimina, aparta, segrega, esconde, expulsa a quien vive con este virus que nació hace 25 años como sinónimo de una peste, de un castigo de algo divino, de promiscuidad. Hasta fue la burla en su inicio: “la peste rosa”, una terrible frase.
Me duele porque sé lo que le pasó a Elena, mi amiga que atendió a su esposo que contrajo el virus a través de una transfusión de sangre y murió. A ella, sus padres y sus suegros le cerraron la puerta porque tenía la peste.
¿Cómo salgo a la calle? ¡Me están mirando todos! ¿Cómo voy a la obra social, donde la empleada que me atiende y me manda al escritorio de enfrente, ya le guiñó el ojo a la otra compañera y le hizo una seña, un código para identificar a esa persona que va de escritorio en escritorio, casi como una burla, hasta dar con la persona adecuada.
¿Cómo hago para pedir permiso en el trabajo para hacerme los estudios, para hacer las interminables colas en el hospital o en la clínica, en la sección Infectología? ¿Y si me ve mi vecino? ¿Y si me encuentro con un colega profesional como yo?
Muchos no resisten la presión social: cuando un hermano ya no le da el beso los domingos cuando se junta la familia y lo ven, y hablan a escondidas de él porque está comiendo “¡cuidado con ese vaso, con ese cuchillo, lo toco Totó!”.
¿Cómo resiste un niño que está en el colegio y nació con el virus, pero su madre viuda no le dijo exactamente qué es lo que padece porque considera que aún no tiene la comprensión necesaria? Sin embargo, en el colegio, en el barrio, se enteraron y los demás padres presionan a la directora pidiendo que saque a ese “enfermo” de la escuela, porque vaya a saber qué peste les contagiará a nuestros hijos sanitos…Y ese supuestamente enfermo no es un peligro para los demás, es exactamente al revés, cuando uno de esos niños lindos y fuertes que juegan al rugby toman una pulmonía por haber jugado en su club bajo la lluvia, en medio del barro, para que se hagan más hombres y retornan el lunes al colegio, estornudando y contagian a este niño que padece sida: él se muere. Tan simple como eso. El nunca les contagiaría nada porque el vih o sida se transmite no se contagia, gran diferencia, pero por las dudas, que no esté con mi hijito.
¿Cuántos amigos hemos perdido en el camino de estos 25 años por tener miedo a ir a pedir su medicación y que se entere su mamá o su hermano o su hijo y por ello, no tomó nada y se fue, o bien, como hace muy pocos días le pasó a un amigo integrante de una comunidad religiosa: no soportó tener que decir en su organización lo que le pasó y decidió dar por finalizada su vida para no enfrentar este mundo cruel.
Ser y hacer
Jesús, Buda, Krishna nos enseñaron a Ser no a Hacer. Ser es la esencia, ser un buen ser humano como naturalmente nacimos, sin odios, ni venganzas, ni deseos de jactancia, ni de poder. Hacer es pensar en cumplir dogmas y estilos de vidas que las culturas impusieron para demostrar sus superioridades: “esto está bien, esto mal”; “yo mejor, vos peor” y esta diferencia conceptual nos lleva a la muerte social, a que antes de tener un inconveniente físico, no soportemos el dolor social.
Cada persona que esté hoy con diagnóstico de vih+ o sida, debe saber que no está sola, que hay personas que ya somos visibles, que nos jugamos a diario por nuestros pares y que estamos dispuestos a dar la contención necesaria para que no nos venza esta sociedad que teme. Y porque teme, discrimina, porque en esencia, la discriminación, es temor a lo diferente. Por ello, la mejor prevención es la información. Que sepa que hoy tenemos una nación que nos protege y nadie gasta un centavo para su atención, y que cada vez la ciencia farmacológica avanza para que tengamos mejor calidad de vida digna cada día, sólo tenemos una patología crónica. No estás solo, somos muchos más que dos.