Entrevista a Tomás Eloy Martínez
"Una de las misiones de la novela es contar aquello que no existe". El celebrado escritor argentino recibió a LA GACETA Literaria en su departamento de la Capital Federal. Rodeado de libros, fotos y premios, asegura que Purgatorio, su último libro, es la más literaria de sus novelas. "Esta es la vida que no he vivido y voy a tratar de de vivirla a través del relato" afirma el autor.
Emilia Dupuy encuentra en una fonda de New Jersey a su marido, Simón Cardoso, a quien no ha visto en 30 años, desde que desapareció en Tucumán. Pero él sigue siendo tan joven como lo era tres décadas atrás. Así comienza Purgatorio, la novela de Tomás Eloy Martínez, recientemente publicada por Alfaguara. El límite entre realidad y ficción es poroso como en sus novelas anteriores. Pero esta vez el contrabando fronterizo es más intenso. "Creo que es mi novela más literaria -dice el autor-; la impresión de irrealidad que deja el libro se acentúa por la presencia de un narrador que traba amistad con la protagonista". El escritor tucumano recibió a LA GACETA en su departamento de Buenos Aires, rodeado de libros, premios y fotos en las que aparece junto a varios de los más prestigiosos literatos del mundo.
- Hay una frase recurrente en los textos de Tomás Eloy Martínez: "Nos pasamos la vida buscando lo que ya hemos encontrado". En Purgatorio hay una variante invertida de esa frase referida a Emilia, la protagonista, quien no puede perder lo que todavía no ha encontrado. Esa frase remite a la historia de Simón, que ha quedado abierta. ¿Hay en la Argentina demasiadas historias sin cerrar?
- En verdad, casi toda la historia del país no se ha cerrado. No se ha cerrado el duelo entre civilización y barbarie; la visión de lo otro representado por los marginales, por los inmigrantes; el duelo entre los que se fueron al exilio y los que se quedaron. Se abren continuamente heridas que no se preveían. Una herida que creo se ha abierto artificialmente es la que deriva de la línea divisoria entre los crímenes de lesa humanidad y los crímenes horrendos que prescriben. Por ejemplo, el intento del libro Operación Traviata de inscribir el asesinato de Rucci como un crimen de lesa humanidad, que es todo aquel que se comete desde el Estado. En esa categoría se encuentran los crímenes de Stalin, los de Hitler, los de Mao, los de Castro y los argentinos.
- Simón Cardoso, antes de desaparecer, no dice ni hace nada muy notorio. En una conversación con tres personajes oscuros de la novela simplemente fija un límite ético elemental. Es, prácticamente, un personaje de una frase, que ni siquiera es propia: "Atormentar a un ser humano equivale al tormento de todos".
- Claro, fija un límite basado en la ley cristiana. Introduce un código moral basado en lo que el cura de su pueblo le enseñó. "Cuando crucificaron a Cristo crucificaron también a la humanidad". Simón va a contramano de sus interlocutores y eso sella su suerte.
- ¿Por qué Emilia es un personaje desvinculado de toda ideología?
- Toda la sociedad está condicionada, mira hacia otro lado por infinitas razones. Por temor o por incredulidad frente a la enormidad de lo que está pasando. Yo he hablado mucho con mis hijos, que vivían en los 70 en la Argentina, y ellos me decían "no lo sabíamos". En realidad se sabía y no se sabía, al mismo tiempo. No era un secreto lo que ocurría, pero nadie se atrevía a verlo. La cara del monstruo era tan atemorizante, tan horripilante, que te enceguecía. Por otro lado, todo estaba condicionado para que no se viera o para que se viera de una manera que no refleja la realidad.
- Hay oscilaciones en Emilia. Parece no animarse a enfrentar a su padre, que es un ideólogo del régimen. Pero en un momento se suma a una manifestación con un pañuelo blanco en la cabeza.
- Nunca hay una toma de conciencia clara en Emilia. Ella dice "si Simón ha muerto, mi padre es un asesino, mi madre es una cómplice y yo sería la hija de estos monstruos". Es una verdad demasiado pesada para que pueda aceptarla. El pañuelo blanco no es un acto de compromiso sino de rebelión contra su padre, que antes la ha encerrado, la ha denigrado y no ha creído en ella.
- Finalmente el padre muere, y eso recuerda a la parábola del campesino y el centinela que no franquea el acceso a la Ley, en El Proceso, de Kafka. La diferencia es que Dupuy, el "centinela" de Purgatorio, muere antes. ¿Sigue vivo en la Argentina lo que representa Dupuy?
- Aflora cada tanto. Hay ecos de ese sentimiento en manifestaciones legítimas, como la del Campo. Sigue habiendo muchos sectarismos, demasiados odios que se retroalimentan. Dupuy es una mezcla de muchos personajes, un compendio de diversos ideólogos y factótums argentinos.
- Hay una frase de La novela de Perón que esconde uno de sus propósitos: "Quiero desarmarme de la historia para armarme al fin con la verdad". Pero a diferencia de otros intentos en los que se busca llenar los puntos ciegos de la Historia para comprenderla cabalmente o reparar la imagen falsa de uno de sus protagonistas, aquí hay un alejamiento de los grandes hechos, de los documentos, de los testimonios; los personajes históricos son secundarios; la atrocidad no se muestra, se sugiere. ¿Los 70 exigieron ese camino elíptico?
- Purgatorio es un libro muy documentado, en el que hay muchas lecturas que no se ven; pero hay una asimilación de esas lecturas para lograr una conversión de la historia en vida. Yo me dije "esta es la vida que no he vivido y voy a tratar de vivirla a través del relato". Pero no la vida más ostensible, que es la de la represión, sino la vida de la gente del común. Mis primeras preguntas, cuando empecé a trabajar en la novela, fueron: ¿qué recuerdos tengo de esa época?; ¿qué se veía por la televisión?; ¿qué publicidades había? Me perdí mucho en mi investigación. Hice tablas infinitas tratando de seguir la volátil relación dólar-peso, los cambios de nombre del propio peso; también recogí experiencias de muchas personas y revisé viejas revistas Gente y Somos, donde hay buena parte de la historia de esa época.
- En Purgatorio aparecen fugazmente personajes de otras novelas, como Carmona y Martel, de La mano del amo y El cantor de tango; o de textos periodísticos, como los mendigos de Tucumán o, específicamente, Pacheco creyendo haber vuelto del Juicio Universal. Aparecen términos tucumanos que no registran los diccionarios, como "parullar"; los nombres de médicos reales, la casa y el vecindario de Tomás Eloy Martínez en Highland Park. Sin embargo, todas esas referencias no logran atar la novela al realismo. Si bien hay paralelismos entre los 30 años de separación de Emilia y Simón con las décadas de exilio del autor, la imagen que prevalece es la que el escritor ve reflejada en el espejo del cuarto en el que Emilia dice que está su marido. La historia de Simón aparece como la historia contrafáctica del escritor; como una búsqueda, paradójicamente vivificante, de la "otra muerte" borgeana. ¿Cómo vive el escritor esa ucronía? ¿Como una justificación del exilio o como una recriminación por no haberse quedado en su país?
- Ni una cosa ni la otra. El escritor tiene un deseo muy poderoso de verse a sí mismo donde nunca pudo verse. Es la contemplación ante el espejo, ante un espejo imaginario, de alguien que quiere vislumbrar cómo hubiera sido su otra vida. Una de las misiones de la novela, si es que alguna misión tiene aparte del placer mismo de narrar, es contar aquello que no se ve, aquello que no existe, pero que sin embargo pertenece al orden de lo humano. El sueño del perro que llevaba dentro todas las cosas que jamás existieron me llegó mientras estaba escribiendo el libro y lo introduje en la novela. Cuando uno está escribiendo una novela es una especie de esponja. Todo lo que le pasa, la música que oye, las películas que ve lo impregnan y decantan en lo que está escribiendo.
- En la historia hay una lucha, una duda permanente en el lector que lo hace oscilar entre una interpretación sobrenatural y otra científica de los hechos, entre la esperanza y el escepticismo. Y esa pendularidad se desarrolla en paralelo con la resistencia de Simón a ser eliminado, y la del escritor, a morir.
- Es una lectura muy inteligente. El personaje quiere tener existencia y la única manera de lograrlo es a través de un vehículo. El escritor es ese instrumento, y el personaje vive independientemente; quizás hubiera vivido aun sin mi intervención.
- En un pasaje Simón se pregunta si los mapas son metáforas del mundo y Emilia le dice que en realidad son metamorfosis. Esta última concepción nos lleva a la teoría de la incertidumbre, a la idea de que la mirada modifica lo observado.
- Siempre en teoría literaria me pregunté hasta qué punto la metáfora no es además una metamorfosis, algo que cambia aquello que designa. La metáfora es también una transfiguración.
- Hay muchos personajes literarios a los que remite la novela. Dos de ellos son Mason y Dixon, los topógrafos de Thomas Pynchon que intentan fijar un límite como el de Simón. ¿Han influido en la escritura de Purgatorio?
- No de manera directa. Lo que me interesa de Pynchon es su capacidad para introducir el humor en medio de la tragedia. Me divierto mucho cuando escribo. En Purgatorio hay muchas escenas en las que intenté una ruptura a través del humor. La escena de la capa de la reina, por ejemplo. O la de Orson Welles.
- ¿El encuentro de Welles y Dupuy tiene un antecedente real?
- Sí, me encontré con Welles en la última corrida de Antonio Bienvenida, en Toledo. Hablamos de toros, tema en el que era un experto, probablemente mayor que Hemingway. Fue imposible hablar de cine porque él estaba obsesionado con la corrida. Después no lo vi más, pero me quedó grabada esa anécdota, que usé en la novela.
- ¿Purgatorio es la mejor novela de Tomás Eloy Martínez?
- Por lo menos es aquella en la más estoy yo. Desde La novela de Perón en adelante, siempre hay un elemento tucumano. En La novela de Perón está Arcángelo Gobbi, criado en el Mercado de Abasto, que aprende a leer como yo leía la tipografía en LA GACETA; al revés, armando letras en la linotipo. En El vuelo de la reina y en El Cantor de tango hay tucumanos. En La mano del amo, Tucumán está constantemente presente. Y en Purgatorio tenemos un episodio central que transcurre en Tucumán. Hay ecos vivos de uno mismo que se trasladan de un libro a otro.
- ¿Con cuál de las novelas anteriores tiene Purgatorio mayor relación? Hay, por ejemplo, una posible equivalencia entre la relación de Carmona con su madre, personajes de La mano del amo, y la de Emilia con su padre.
- Sí, sin duda con La mano del amo, que es mi libro menos afortunado. Es como una cuña entre La novela de Perón y Santa Evita, que ya sabía que iba a escribirla mucho antes de hacerlo. Escribí La mano del amo intencionalmente antes de Santa Evita para evitar ser encasillado como un experto en peronismo. Hay elementos en las novelas de los que el autor no es consciente. Por ejemplo, siempre se me infiltran japoneses. En La mano del amo, el señor Ikeda proyecta películas en la montaña y en Purgatorio aparece un viaje por el Japón. Y allí el personaje se mete dentro de un ideograma y aparece en la puerta de Mandelbaum en Jerusalén. Esta es una idea extraída de mi infancia.
- De la infancia tucumana...
- Sí, está relacionada con el primer cuento que escribí en mi vida, cuando tenía 9 años. Es un cuento contra mis padres, como debe ser. Un amigo me habló de un circo maravilloso que estaba en una zona de Tucumán a la que mis padres me prohibían ir. Me escapé, pensando que volvería a mi casa antes de que se enteraran de mi transgresión. En el circo me enamoré de una muchachita con alas de mariposa que andaba arriba de un caballo. A la salida encontré unos puestos en los que había unos gitanos vendiendo micas para el amor y pensé en comprar unas para enamorar a la chica. Pero antes escuché que al final del espectáculo se representaría una obra de teatro. Eso me demoró más de la cuenta, y en el momento que salí mis padres ya me buscaban en los hospitales. Me esperaba un mes de penitencia durante el cual se me prohibía leer e ir al cine, lo que más me gustaba. Si no puedo leer, pensé, voy a escribir un libro. Al lado de mi casa vivía un viejo que me mostraba estampillas, y eso me sugirió la historia de un chico que, para burlar el castigo de sus padres, se mete dentro de una estampilla y empieza a recorrer el mundo y a ver las cosas que nadie ha visto. Allí introduje todo lo que había leído hasta entonces. Mi madre se dio cuenta de que estaba escribiendo, agarró mi papel, se lo llevó a mi padre y le dijo: hay que levantarle la penitencia a este chico inmediatamente. ¿Por qué?, le preguntó mi padre. Y ella le contestó: porque lo que está haciendo es mucho más peligroso. Entonces descubrí que la imaginación tiene poder para salvarte. Ese recuerdo infantil lo introduje en la novela, mezclado con algo que me ocurrió en Japón.
- ¿Hay un nuevo libro en el horizonte?
- Mi primer libro por encargo. Mis editores ingleses, que me tienen simpatía desde El vuelo de la reina, me encargaron que escribiera sobre un mito griego. Sale en una colección con Margaret Atwood, David Grossman y Janet Winterson, escritores que valoro mucho. Al principio me propusieron escribir sobre Eva, pero les dije que no tenía nada nuevo que decir. Elegí, en cambio, escribir sobre el Olimpo, que se inicia con los griegos, reaparece con Hitler y su arquitecto Speer y, finalmente, se recicla con el Garaje Olimpo argentino, que es una mezcla burda de los olimpos previos.
- ¿Hay traducciones pactadas de Purgatorio?
- Sí, pero antes que nada sale, a fines de enero, en España y en el resto de América latina. En Francia la compró Gallimard, Fischer en Alemania; mi agente está negociando con Knopf la traducción al inglés. En Brasil ya lo saca Companhia das Letras.
- ¿Cómo llegó El vuelo de la reina a China?
- Mi agente un día me preguntó si me interesaba publicar en China. Pagaban muy poco, pero la tirada era de un millón de ejemplares. Allí gané el premio a la mejor novela extranjera del People?s Literary Publication House que, curiosamente, se lo entregaron a los Kirchner cuando viajaron a Beijing. Ellos se lo dieron a Bielsa, que en ese momento era canciller, y fue él quien me lo mandó.
- Está por salir la Biblioteca Tomás Eloy Martínez en Alfaguara.
- Sí, se reedita una gran cantidad de mis libros; a razón de dos por trimestre, durante 2009 y principios de 2010. Uno de los dos primeros es Lugar común la muerte, que tiene dos textos nuevos. Uno de ellos está dedicado a mi amigo Augusto Roa Bastos, a quien conocí gracias a LA GACETA Literaria. Yo comenté El trueno entre las hojas, y cuando él leyó la crítica me mandó una carta de agradecimiento. Fui a Buenos Aires, nos hicimos amigos y empezamos a escribir guiones de cine juntos. En el texto cuento la historia de nuestra amistad, pero, sobre todo, la historia de su trágica y atroz muerte. Los otros libros de la colección son Las vidas del general, El vuelo de la reina, La novela de Perón, Santa Evita, La mano del amo, Réquiem por un país perdido, Ficciones verdaderas y La pasión según Trelew, que tiene un epílogo escrito especialmente con datos novedosos. A Réquiem estoy pensando en agregarle algunos artículos que publiqué en El País, de Madrid, y en La Nación. En uno de ellos hago un retrato de Río Gallegos. Allí entrevisté a la maestra de Kirchner, quien me dijo: Lupín era un sinvergüenza.
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