Conocí a Gabriel Báñez en los altos de una casa de Diagonal 73, en La Plata, su ciudad natal, espacio donde dictaba un taller literario, concedía notas y leía los originales que le llegaban. Aquella vez, un Particulares 30 entre los dedos, la calva lustrosa, dijo algo así como “empezar a escribir es una forma de empezar a buscarse. Me parece que yo empecé a escribir mentiras que uno decía y las hacía aparecer como verdades, y hoy me parece que son verdades que uno escribe y que hace aparecer como verdades”.
Para entonces, Gabriel Báñez ya llevaba una decena de novelas publicadas, además de un par de volúmenes de relatos, y había trabajado como periodista en La Prensa, El Cronista, Página/12, La Nación y en el Suplemento Cultura y Nación de Clarín (cuando el suplemento salía los jueves, antes de que pasara al sábado y se convirtiera en Ñ), y como asesor en las editoriales De la Flor y Atlántida.
Años después, Cultura (Mondadori, 2006), su última novela, dio que hablar, antes que nada por la relación estrecha entre el personaje de la historia y el propio trabajo de Báñez: director de La Comuna, la editorial de la Municipalidad de La Plata, y editor de las páginas literarias del suplemento dominical del diario El Día.
En Cultura, una novela trabajada en tono de desopilante parodia, Ibáñez es un funcionario de la burocracia cultural, escritor de cabotaje y director de la Editorial Comunitaria Municipal, que blasfema y se mofa de todos las “celebridades de la cultura” que lo rodean.
- Ibáñez, el personaje, es un disociado -dice más acá en el tiempo Gabriel Báñez, entrevistado para LA GACETA Literaria-. Y si dio que hablar es porque es escritor y editor. Pero las simetrías no me recuperan. La clave de la novela quizá sea paródica, entendiendo el humor como un recurso de la desesperación. Luego, ¿no es uno un desesperado, y no es la cultura el make-up de esa desesperación? Sangre de utilería, repetía Mishima.
Ahora, Gabriel Báñez acaba de firmar un contrato con la editorial francesa La dernière goutte, para la publicación en Francia, Bélgica y Suiza de cuatro de sus novelas.
- Esto viene como una carambola. La carambola de una generosa lectora y asesora en Bretaña (Irene), que, habiéndome leído, insistió y entusiasmó a estos editores para que compraran parte de la obra que yo tenía publicada aquí. Los libros son esos, pero en orden al estricto azar de las cuatro bandas aparece primero Los chicos desaparecen, luego Hacer el odio; sigue El curandero del cuarto oscuro y por último Virgen. Los chicos desaparecen va con prólogo de Luis Chitarroni. Y el contrato es hasta 2014
Los chicos desaparecen fue llevada al cine el año pasado, con dirección de Marcos Rodríguez y la actuación de Norman Briski, Lorenzo Quinteros, Ricardo Ibarlín y Umbra Colombo. La novela ya había sido editada en francés por Alfil, un sello hoy desaparecido, junto con El circo nunca muere, que fue Premio Juan Rulfo en París, en 1996.
- Ver que una historia propia se vuelva película forma parte de un argumento de ajenidad; no creo en las pertenencias -completa ahora Báñez-. En el cine tengo la pésima costumbre de leer argumentos. ¿Es mío ese filme? La apropiación intelectual trasluce siempre una vulgata personal. Fue lo que le dije al director y a Norman Briski durante el rodaje: “Es de ustedes”. Yo ya tengo mi versión de la historia; ellos, la suya.
Hacer el odio, ambientada en La Plata, es una de esas novelas que molestan al leer; mejor: que buscan molestar. Una novela de sentencias, donde el lenguaje bucea en busca de la definición de la cosmogonía de los hombres: el deseo, la sexualidad, la violencia, la ambigüedad, el morbo, la victimización, el antisemitismo. Virgen es una novela dulce, mágica, perfumada, milagrosa; con la Ensenada portuaria de los años ‘40 como escenario, el Mariscal Tito como uno de los personajes y una historia de amor en el centro que se revela con una potencia inusitada y que no se resolverá hasta las últimas líneas.
Como parado sobre la idea de que la realidad copia al arte -a la literatura, en este caso- Báñez se adelantó a la Guerra de Malvinas con El Capitán Tres Guerras va a la guerra; con la ficcionalización del Caso Barreda en Octubre amarillo (una selección de ocho crónicas publicadas originalmente en Página/12) y a los muros que dividen Estados Unidos de México o Israel de Palestina con Paredón, paredón.
-¿Me adelanté? Es raro; siempre me parece estar tarde de todas las cosas. Los efectos animan a las causas, y el azar, en el que creo como dogma, alentó esos títulos. Me gustaría poder decir que tengo el don de la percepción, pero no. Pasa que la existencia -que es una cuestión de tiempos verbales-, a veces coincide, conjuga, con la escritura. En Paredón, paredón la que se divide es Buenos Aires; algunos muros son invisibles también, no sólo de concreto.
Para 2009, Báñez tiene planificado publicar dos nouvelles: Cisura, sobre un chico que no puede hablar, y Terapia.
- Cisura es autobiográfica en el sentido de que uno escribe porque no sabe hablar. Sobre esta disfunción -afasia temporal alojada en la Cisura de Rolando, tal el diagnóstico- trata la historia. La otra nouvelle cuenta los lacanianos esfuerzos que hace una primera persona a fin de volverse homosexual. Es una historia parecida a la de la calvicie. Lo mismo: creo que en poco tiempo se van a poder mostrar los primeros resultados.
Rolando es quien, justamente este octubre, le dio a Báñez la oportunidad de ganar el Primer Premio Internacional de Novela Letra Sur, organizado por Editorial El Ateneo y por la Provincia de Chubut, con Juan Sasturain, Claudia Piñeiro y Martín Kohan como jurados y dotado de $50.000.
-¿El premio? Agradecer al jurado, agradecer por mi equívoco. Supongo que, como soy un tipo que fracasando se mueve bastante bien, esta vez cometí un error, y el premio es la consecuencia. De todos modos, cuando lo recibí tuve muy en cuenta dos menciones. Primero, a las ballenas, por su sensata y estricta puntualidad en acercarse a la costa para poder mirar la gente. La dije sin ironía, pero al gobernador Das Neves la frase le cayó muy bien y ya la parafraseó en un discurso. La segunda mención fue para el resto de los participantes. Y la hice porque todos, siempre, somos participantes. Seguimos jugando y aguardando. La vida es raspar. Como decía Angel Rama: “todos siempre estamos a la espera”. El que uno obtenga un premio no significa que no permanezca en esa condición.
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Hernán Carbonel - Escritor y periodista.