Es el momento de los microrrelatos
Cada actividad del ser humano pinta con claridad la época que se vive; y esta época que vivimos es decididamente vertiginosa. La sociología y la sociometría nos muestran que no todo es blanco o negro, que no todo es como un tablero de ajedrez, que la lógica no funciona en la totalidad de los casos; y si el Sol sigue saliendo por el Este es porque la diagramación del día no ha caído (todavía) en manos de los artistas.
La arquitectura tuvo una relación directa con la aceleración de los tiempos. Estos dieron como resultado ambientes más bajos, puertas no tan altas, fachadas simples, sin tantas molduras, mucha línea recta y (un dato importante) peor calidad.
La prisa parece ser la consigna de hoy; pero ello no tiene por qué ser sinónimo de hacer mal las cosas. A partir de la exigencia de la prisa deberíamos tratar de concretar un producto digno.
La sobrecargada pintura barroca derivó en cuadros despojados, y las figuras comenzaron a moverse en telas de fondos muy sobrios. Cierta música ampulosa (si bien mantuvo su estructura) simplificó lo referente a su ejecución: grupos más pequeños, mensajes más acotados, preponderancia de la voz por sobre lo eminentemente instrumental, y el consiguiente triunfo de la canción sobre otras formas más elaboradas. Y en poesía: el adiós definitivo a Gilgamesh, al Cantar del Mío Cid, a La Araucana, al Martín Fierro, a todas las obras de largo aliento, cuyo autor debía ponerse en manos de una serie de entidades divinas antes de cantar su gesta y decirnos a qué había venido. Una vez que el tema estaba anunciado, el escritor disponía de todo el tiempo del mundo (y de todas las palabras de nuestra Lengua, y de otras, por si no alcanzaban estas) para expresarlo. Así, los temas, generalmente sencillos, requerían de un arduo seguimiento.
Con ciertos escritores actuales el tiempo narrativo se acelera; es una forma de "ir al grano". Algunas introducciones se hacen innecesarias; el sobreentendido sienta sus reales (eso ahorra palabras); la reescritura, tan popular en el siglo XVII, pierde su condición de género, para convertirse en condimento de la parodia. El lector ya no tiene que hacer grandes esfuerzos para entender lo que lee, porque tiene las referencias incorporadas en su memoria. El esfuerzo deberá correr por cuenta del escritor, que presentará en formato sencillo una historia compleja, a diferencia de aquella literatura formada por historias muy sencillas oscurecidas por el lenguaje.
Dos veces bueno
Con el correr de los años, y como simples curiosidades, algunas narraciones muy breves van deslizándose en diferentes libros de cuentos. Son textos que no llegan a un par de páginas (se dan en las obras de Alphonse Allais, Alfred Jarry, Saki, Apollinaire, Pierre Louÿs, Max Aub, J. P. Donleavy). Rápidamente llaman la atención del público y de los críticos. Esas narraciones súbitas, que parecen fruto de la imaginación repentina, esconden una elaboración compleja, un verdadero trabajo de síntesis, una poda selectiva y rigurosa a la historia que seguramente el autor tenía entre manos. La estructura está encerrando un juego. Lo lúdico está despertando la atención del lector. Y aunque a las reglas del juego las plantee el escritor, será el lector quien decida si ese juego merece ser jugado. Ahora bien: el lector ha decidido que sí, que ese juego le place. Pero como el escritor es un artista (un ser que ha puesto su ego en la ventana para que le dé el sol luego de una larga lluvia), decide que seguirá manejando las reglas del juego y que el cuento que está escribiendo será decididamente breve, que no llegará a una página. Y cuando el lector acepte ese desafío (que a esa altura ya será una complicidad) el escritor decidirá que el cuento será de tres o cuatro frases; o mejor todavía, de una sola.
Este brevísimo cuento del escritor mexicano Gustavo Masso titulado La punta de la madeja ya juega con algún elemento que luego será característico del género: la preocupación psicoanalítica.
"Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo blanco se prolongaba, tiró y tiró, mientras su cuerpo se destejía, hasta que sólo quedó una niña, llorando asustada." "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde en que, al despertar de un sueño agitado, Gregorio Samsa se encontró en su cama transformado en un horrible insecto." El humor y lo que no se puede contar "Cleopatra nunca tuvo intención de suicidarse. En realidad creía que la víbora estaba descargada". "Lo malo que tenía Van Gogh es que se afeitaba muy a lo bruto". Un microcuento es algo que no se puede glosar sin que pierda su encanto; emplearíamos más palabras tratando de resumirlo que leyéndolo. Contar un microcuento sería como explicar un chiste, un verdadero desatino. Por ello es necesario que en esa comunión entre la escritura y la lectura se pongan en juego la mezquindad ex profeso del escritor, que da la mínima información posible, y la más desbocada fantasía del lector.
-¿Zangolotino? -pregunta Fabián azorado-.
Y muere."
En una novela entran en funcionamiento otros mecanismos. En una novela es fundamental la primera frase. Aparte del tema, aparte de la extensión, del título, del conocimiento del autor, del tamaño de la letra de la edición (para una lectura que nos llevará varios días), es fundamental el anzuelo de la primera frase. ¿Quién no recuerda algunos comienzos? El de Don Quijote tal vez sea el más conocido: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. ¿Y el terrible despertar de Gregorio Samsa, en La metamorfosis, de Kafka, convertido en una cucaracha? ¿Y la primera frase, magistral, de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez? Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Son todas frases que tanto corresponden a la historia de la literatura como al avío de la comunidad de lectores, casi al mismo nivel que aquello de Al principio Dios creó el cielo y la tierra. Allí donde el marketing termina, donde la publicidad del boca en boca ya ha reclutado una cierta cantidad de curiosos, la primera frase de una novela vuelca la balanza a favor o en contra de la lectura de todo un libro.
Con esas primeras frases, y desde la vereda de la parodia, está resuelto este microtexto que da comienzo al libro Copyright, de Jorge Marona (integrante de Les Luthiers) y Luis María Pescetti:
Sandra Lorenzano cree que la milenaria frase de César Veni, vidi, vici puede ser considerada el microcuento más breve y famoso de toda la historia.
Y, a la vez, se pregunta si los diez mandamientos no serán otras tantas minicreaciones.
La alusión de intertexto (la referencia supuesta y siempre oculta) puede generar cierto tipo de confusión. Por ello es que algunas humoradas se balancean entre el relato brevísimo y el chiste. En ese punto, la obra de Landrú (Juan Carlos Colombres) es pródiga en ejemplos que suelen ser valorados de muy diferentes maneras, simplemente porque sus referencias ocultas aceptan más de una lectura.En estas composiciones creo ver ciertas características del microrrelato: materia narrada brevemente, alguna referencia cultural oculta y el humor. Todo en una frase.
Como punta de lanza del microtexto, el microcuento es una realidad. Pero, ¿qué es un microtexto? La respuesta es muy simple, porque un microtexto sólo es lo que indica su nombre: un texto breve. No sucede lo mismo, claro está, si la pregunta se refiere a cuántos tipos de microtextos hay. Entonces la respuesta será larga, tal vez tediosa y siempre incompleta, porque tendríamos que ubicar allí algunos ejemplos que no se nos habían ocurrido: desde fábulas y gacetillas hasta rezos y proverbios; desde poemas y graffiti hasta epitafios y alegorías; desde recetas y adivinanzas hasta horóscopos y pronósticos del tiempo, además de las jitanjáforas y cartones de Alfonso Reyes, los membretes de Oliverio Girondo, las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, los textículos de Julio Cortázar, las voces de Antonio Porchia, los ambages de César Fernández Moreno. Pero mejor cortar aquí, porque, como decía Borges, en todo listado lo primero que se nota son las faltas.
Y dentro de toda esa parva de creatividad, como un integrante más, pero brillando con luz propia, es donde encontramos el hijo pródigo: el microrrelato, que es de lo que estábamos hablando.© LA GACETA