10 Julio 2008
La muerte dejó el discurso guardado en el bolsillo
Por Federico van Mameren -Secretario de Redacción.
Hay un estilo de hacer política que se va derrumbando. Después de haberle conseguido un terrenito o una escritura o un caño del que salga agua, los dirigentes van al barrio a pedirle a la gente, a cambio, un favor: "acompáñeme al acto que necesito muchas personas vivando a la Presidenta". Otros, que no trabajaron y tienen vergüenza, ponen plata. El agradecido -o el que recibió algunos pesos- sube al ómnibus y por el "sánguche y la coca" se trepa a endebles tablones y grita, aunque no entienda lo que se dice. Así se renueva el pacto hasta el próximo caño o la próxima unidad habitacional.
Ayer, el taficeño Juan Valdez fue a cumplir el contrato, pero no pudo volver. Una tribuna impresentable le cayó encima. Y Valdez murió.
Su vida quedó subsumida en un minuto de silencio de Kristina que no alcanzó para tanta desazón.
El gobernador se quedó sin voz y sin cara. En su bolsillo quedó el discurso que nunca pudo decir. José Alperovich sintió que no podía hablar de los perjuicios de la sojización en el agro tucumano.
Había macheteado que en la provincia hay 270.000 hectáreas de soja que dan 4.000 empleos; 200.000 hectáreas de caña de azúcar que generan 70.000 puestos de trabajo; 1.000 hectáreas de arándanos que dan 20.000 empleos y 30.000 de citrus que aportan 30.000 puestos. "Si avanza esa sojización, Tucumán va a perder empleos", había previsto decir. Iba a reinvidicar el "coraje y la decisión de los diputados nacionales". Tenía párrafos previstos para resaltar la lucha de los congresales de 1816 e iba a desparramar elogios para Kristina.
Al final iba a rescatar el valor de las instituciones para salir de la crisis -algo que la prensa recordó siempre-. Todo quedó en la nada. La muerte se llevó las sonrisas y los discursos, y dejó el dolor y la pregunta retórica: ¿Hace falta forzar las fidelidades y las convicciones? Hay un estilo de hacer política que por los excesos -como las tribunas- se derrumba.
Ayer, el taficeño Juan Valdez fue a cumplir el contrato, pero no pudo volver. Una tribuna impresentable le cayó encima. Y Valdez murió.
Su vida quedó subsumida en un minuto de silencio de Kristina que no alcanzó para tanta desazón.
El gobernador se quedó sin voz y sin cara. En su bolsillo quedó el discurso que nunca pudo decir. José Alperovich sintió que no podía hablar de los perjuicios de la sojización en el agro tucumano.
Había macheteado que en la provincia hay 270.000 hectáreas de soja que dan 4.000 empleos; 200.000 hectáreas de caña de azúcar que generan 70.000 puestos de trabajo; 1.000 hectáreas de arándanos que dan 20.000 empleos y 30.000 de citrus que aportan 30.000 puestos. "Si avanza esa sojización, Tucumán va a perder empleos", había previsto decir. Iba a reinvidicar el "coraje y la decisión de los diputados nacionales". Tenía párrafos previstos para resaltar la lucha de los congresales de 1816 e iba a desparramar elogios para Kristina.
Al final iba a rescatar el valor de las instituciones para salir de la crisis -algo que la prensa recordó siempre-. Todo quedó en la nada. La muerte se llevó las sonrisas y los discursos, y dejó el dolor y la pregunta retórica: ¿Hace falta forzar las fidelidades y las convicciones? Hay un estilo de hacer política que por los excesos -como las tribunas- se derrumba.
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