30 Marzo 2008
El sentido común indica que es más fácil gobernar en la prosperidad que en la crisis. No estoy de acuerdo con el sentido común. La evidencia histórica desde la Roma imperial hasta actualidad chilena o venezolana nos muestra que no necesariamente esto es así. Un escenario de crisis exige un perfil de gobierno mientras que un proceso de crecimiento requiere de otro. Lo que hay, mas allá de ciertas similitudes, son diferencias cualitativas entre ambas realidades.
Sin dudas, nunca un escenario es completamente crítico o próspero, los matices son permanentes y por eso mismo, porque hay matices y conflictos, siempre es necesaria la política. Me atrevo a decir que es mucho más necesaria en la prosperidad que en la crisis. Porque un gobierno de crisis puede priorizar la gestión, mientras que un gobierno que conduce el crecimiento debe priorizar la política.
En una sociedad abatida, abandonada y escéptica, la gestión, la actividad febril, el trazo grueso en las medidas de gobierno (en tanto apuntan a objetivos básicos), son grandes virtudes. A tal punto que han sido los puntales de un gobierno. El desafío no es nada sencillo, como lo ilustra la política provincial y nacional del agitado mes de marzo. ¿Por qué no es fácil el desafío para la Provincia? Por la sencilla razón de que, para administrar el crecimiento, debe cambiar el perfil con que combatió la crisis.
Más planificación
Los sucesos de marzo, tales como las renuncias de algunos funcionarios o la marcha atrás con la designación de otros son problemas de índole político, no solucionables por la mera gestión. De forma similar, el conflicto entre sectores del campo con la Nación es estrictamente político y está signado por la prosperidad; no pertenece a la crisis ni al ámbito exclusivo de la gestión. Este es el nuevo escenario que la realidad impone: la primacía de la política por sobre la gestión. En otras palabras, se requiere más y mejor planificación, más articulación con diversos actores, más transparencia y calidad en el gobierno, más institucionalidad, muchísima más complejidad en las medidas de gobierno y, por sobre todo, más creatividad. De hecho fue esa la propuesta con que Cristina Fernández ganó las elecciones: el hilado fino en el tapiz, rústico pero firme, que el ex presidente le dejó como legado. En menor medida, esa fue la propuesta a nivel provincial. Pero insisto, es la realidad misma de una sociedad más compleja y menos desesperada la que impone nuevas obligaciones.
Esto en absoluto implica que el Gobierno provincial haya carecido completamente de planificación, pero sí implica que el nuevo escenario requiere una dosis mucho mayor que la que hubo en el primer mandato. Es curioso, porque el Gobierno depende de su misma capacidad de transformación para consolidar su posición y a la vez encaminar el crecimiento. No olvidemos que, etimológicamente, gobernar proviene de kubernare, palabra del léxico náutico que indica tanto la identificación de un destino como la sabia conducción del navío hacia ese destino. El navío Argentina-Tucumán busca un destino (un modelo de acumulacion con inclusión). Y las aguas en que navega hoy no son las turbulentas aguas de la crisis, sino las “aparentemente” más calmas aguas del crecimiento. Las maniobras necesarias para mantener el navío a flote y en la dirección correcta son distintas, aunque el capitán y los principales marineros no hayan cambiado. Este es el gran desafío. No sólo del Gobierno, sino de todos los que navegamos hacia un destino común.
Sin dudas, nunca un escenario es completamente crítico o próspero, los matices son permanentes y por eso mismo, porque hay matices y conflictos, siempre es necesaria la política. Me atrevo a decir que es mucho más necesaria en la prosperidad que en la crisis. Porque un gobierno de crisis puede priorizar la gestión, mientras que un gobierno que conduce el crecimiento debe priorizar la política.
En una sociedad abatida, abandonada y escéptica, la gestión, la actividad febril, el trazo grueso en las medidas de gobierno (en tanto apuntan a objetivos básicos), son grandes virtudes. A tal punto que han sido los puntales de un gobierno. El desafío no es nada sencillo, como lo ilustra la política provincial y nacional del agitado mes de marzo. ¿Por qué no es fácil el desafío para la Provincia? Por la sencilla razón de que, para administrar el crecimiento, debe cambiar el perfil con que combatió la crisis.
Más planificación
Los sucesos de marzo, tales como las renuncias de algunos funcionarios o la marcha atrás con la designación de otros son problemas de índole político, no solucionables por la mera gestión. De forma similar, el conflicto entre sectores del campo con la Nación es estrictamente político y está signado por la prosperidad; no pertenece a la crisis ni al ámbito exclusivo de la gestión. Este es el nuevo escenario que la realidad impone: la primacía de la política por sobre la gestión. En otras palabras, se requiere más y mejor planificación, más articulación con diversos actores, más transparencia y calidad en el gobierno, más institucionalidad, muchísima más complejidad en las medidas de gobierno y, por sobre todo, más creatividad. De hecho fue esa la propuesta con que Cristina Fernández ganó las elecciones: el hilado fino en el tapiz, rústico pero firme, que el ex presidente le dejó como legado. En menor medida, esa fue la propuesta a nivel provincial. Pero insisto, es la realidad misma de una sociedad más compleja y menos desesperada la que impone nuevas obligaciones.
Esto en absoluto implica que el Gobierno provincial haya carecido completamente de planificación, pero sí implica que el nuevo escenario requiere una dosis mucho mayor que la que hubo en el primer mandato. Es curioso, porque el Gobierno depende de su misma capacidad de transformación para consolidar su posición y a la vez encaminar el crecimiento. No olvidemos que, etimológicamente, gobernar proviene de kubernare, palabra del léxico náutico que indica tanto la identificación de un destino como la sabia conducción del navío hacia ese destino. El navío Argentina-Tucumán busca un destino (un modelo de acumulacion con inclusión). Y las aguas en que navega hoy no son las turbulentas aguas de la crisis, sino las “aparentemente” más calmas aguas del crecimiento. Las maniobras necesarias para mantener el navío a flote y en la dirección correcta son distintas, aunque el capitán y los principales marineros no hayan cambiado. Este es el gran desafío. No sólo del Gobierno, sino de todos los que navegamos hacia un destino común.
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