26 Noviembre 2007
Ultimos días de un poeta en Tucumán
Antonino Lamberti, dilecto amigo de Darío y de Almafuerte. Por Carlos Páez de la Torre (H) - Redacción LA GACETA.


Un día de 1926, Lamberti decidió venir a Tucumán en busca de buen clima. La fama ya se había esfumado, pero la gente aún recordaba su nombre. Se alojó en el Savoy Hotel. Muchas personas acudían a visitarlo y las damas le solicitaban “pensamientos” para sus álbumes. Cuando los periodistas de LA GACETA lo entrevistaron, Lamberti se explayó en anécdotas. “He sido tres veces pobre y tres veces rico”, confió. “Ahora, no soy rico ni pobre, y ese es, para mí, el mejor estado”, fue su balance. Nunca había reunido sus trabajos en libro, y ahora proyectaba hacerlo. A modo de prólogo, le insertaría textos de amigos como Mariano de Vedia, Martiniano Leguizamón, Osvaldo Magnasco y otros. Allí, dijo, “vivirán los versos que más han gustado al público”. Pero Dios dispuso otra cosa. El 23 de setiembre de 1926, después de la medianoche, Lamberti conversaba animadamente con un grupo de tucumanos en el hall del Savoy. De pronto, le sobrevino un ataque cerebral que lo mató en pocos instantes, justo cuando su palabra entusiasta, dijo LA GACETA, “preconizaba futuras actividades y lirismos, agradeciendo a la vida la cesión incondicional de sus favores”. El amigo de Darío fue velado en el hotel, entre un desfile incansable de público. Al día siguiente, los restos fueron llevados a Buenos Aires. El gobernador Miguel Campero encabezó la muchedumbre que los despidió en la estación. Su memoria quedaría en Tucumán. Tanto, que cuando el intendente Juan Luis Nougués inauguró el parque Avellaneda (24 de marzo de 1929), colocó en sus jardines un busto en mármol de Lamberti, obra del escultor Juan Carlos Iramain. Un día de los años 1950 o 1960, el busto y su pedestal desaparecieron sin dejar rastros.
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