05 Noviembre 2006
Diseños de Villard de Honnecourt (siglo XII) y de Fra Giocondo (siglo XV) sobre el hombre y la geometría, y el hombre y la arquitectura .
Giorgio Agamben es uno de los filósofos más importantes de la actualidad, y hace tiempo que su obra viene siendo leída con atención por la profundidad con la que ha continuado la herencia de tan notables colegas como Martin Heidegger, Michel Foucault, y más soterradamente, Gilles Deleuze y Jacques Derrida. En nuestro país tenemos la suerte de que la editorial Adriana Hidalgo venga actualizando sus publicaciones de forma accesible. Primero salió Infancia e historia (originalmente publicado en 1978); luego Estado de excepción (primera entrega de la segunda parte del ambicioso proyecto iniciado con Homo Sacer); el año pasado apareció la impresionante recopilación de ensayos titulada Profanaciones, y ahora acaba de salir Lo abierto. Aquí el filósofo nacido en Roma en 1942 se dedica a analizar el concepto heideggeriano de "lo abierto", para pensar esa célebre pregunta kantiana que ha dado origen a la Antropología Filosófica: ¿Qué es el hombre?
Las disciplinas humanísticas siempre han tratado de responder esta pregunta acuñando modelos semejantes a la ya clásica locución latina Homo Sapiens. Esta denominación de Linneo, fundador de la taxonomía científica moderna, se convirtió con el tiempo en la primera concepción del hombre que, según Max Scheler, es una creación conceptual del mundo griego, y corresponde a la creencia de que el ser humano se diferencia de la naturaleza por la razón, suerte de agente divino que lo eleva por sobre el mundo animal. Tal vez como consecuencia del descubrimiento de que el hombre no era tan sabio ni tan razonable como se pensaba nació la idea de Homo Faber, suma de concepciones naturalistas y pragmáticas donde la diferencia con la naturaleza ya no sería de esencia, sino de grado, y el hombre se definiría en función de los instrumentos y herramientas que fabrica para saciar sus instintos de poder y dominación. Johan Huizinga va a considerar que el hombre es básicamente alguien que juega y lo llamará Homo Ludens. Giovanni Sartori pondrá el acento en la visión y lo visual para hablar del Homo Videns, que tiende peligrosamente hacia el Homo Insipiens (necio, ignorante). Actualmente casi nadie habla del Homo Oeconomicus, quizá porque ya nos han convencido de que es el único criterio que debe regir nuestras vidas. En 1995 Giorgio Agamben va a publicar un libro que introducirá, desde el mismo título, la perturbadora denominación de Homo Sacer... Esta oscura figura jurídica del derecho romano arcaico alude a la persona que, habiendo sido juzgada por un delito, no se la puede sacrificar en ningún tipo de rito, pero que puede ser matada por cualquiera sin que vaya a haber ninguna condena por homicidio para el que lo mate. Así, el Homo Sacer, suerte de paria, outsider o criatura desprovista de todo derecho, condensa la situación de gran parte de la humanidad, según Agamben, como bien lo demuestran los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, el proceso argentino o las actuales prisiones de Guantánamo o Abu Ghraib. Pero él va a ir más lejos, hasta afirmar con Benjamin que el estado de excepción no es algo que sucede, como su nombre pareciera querer sostener, excepcionalmente, sino que es la regla, y que está instalado de forma (cuasi) permanente en el sistema democrático.
Gran parte del fundamento de todo lo antedicho quizá se encuentre en L?aperto: L?uomo e l?animale (1). Este libro está dividido en 20 capítulos relativamente breves en los que, siguiendo las huellas de Heidegger y de Bataille, entre otros, Agamben se interna en las reflexiones que se preocupan por diferenciar lo humano de lo animal. Así, abordará la perturbadora indefinición que rodea al concepto de "vida", utilizará a la garrapata (en uno de los capítulos más sorprendentes del libro) para problematizar nuestra precomprensión del mundo animal, y tratará de establecer una relación entre el aturdimiento animal y el aburrimiento profundo humano. La intención de Agamben es la de deconstruir el funcionamiento de lo que él llama la máquina antropológica. Es decir, la tendencia a pensar el hombre "como la articulación y la conjunción de un cuerpo y de un alma, de un viviente y de un logos, de un elemento natural (o animal) y de un elemento sobrenatural, social o divino. Tenemos que aprender, en cambio, a pensar el hombre como lo que resulta de la desconexión de estos dos elementos, y no investigar el misterio metafísico de la conjunción, sino el misterio práctico y político de la separación". Porque "trabajar sobre estas divisiones, preguntarse en qué modo -en el hombre- el hombre ha sido separado del no-hombre y el animal de lo humano es más urgente que tomar posición acerca de las grandes cuestiones, acerca de los denominados valores y derechos humanos".(c) LA GACETA
Las disciplinas humanísticas siempre han tratado de responder esta pregunta acuñando modelos semejantes a la ya clásica locución latina Homo Sapiens. Esta denominación de Linneo, fundador de la taxonomía científica moderna, se convirtió con el tiempo en la primera concepción del hombre que, según Max Scheler, es una creación conceptual del mundo griego, y corresponde a la creencia de que el ser humano se diferencia de la naturaleza por la razón, suerte de agente divino que lo eleva por sobre el mundo animal. Tal vez como consecuencia del descubrimiento de que el hombre no era tan sabio ni tan razonable como se pensaba nació la idea de Homo Faber, suma de concepciones naturalistas y pragmáticas donde la diferencia con la naturaleza ya no sería de esencia, sino de grado, y el hombre se definiría en función de los instrumentos y herramientas que fabrica para saciar sus instintos de poder y dominación. Johan Huizinga va a considerar que el hombre es básicamente alguien que juega y lo llamará Homo Ludens. Giovanni Sartori pondrá el acento en la visión y lo visual para hablar del Homo Videns, que tiende peligrosamente hacia el Homo Insipiens (necio, ignorante). Actualmente casi nadie habla del Homo Oeconomicus, quizá porque ya nos han convencido de que es el único criterio que debe regir nuestras vidas. En 1995 Giorgio Agamben va a publicar un libro que introducirá, desde el mismo título, la perturbadora denominación de Homo Sacer... Esta oscura figura jurídica del derecho romano arcaico alude a la persona que, habiendo sido juzgada por un delito, no se la puede sacrificar en ningún tipo de rito, pero que puede ser matada por cualquiera sin que vaya a haber ninguna condena por homicidio para el que lo mate. Así, el Homo Sacer, suerte de paria, outsider o criatura desprovista de todo derecho, condensa la situación de gran parte de la humanidad, según Agamben, como bien lo demuestran los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, el proceso argentino o las actuales prisiones de Guantánamo o Abu Ghraib. Pero él va a ir más lejos, hasta afirmar con Benjamin que el estado de excepción no es algo que sucede, como su nombre pareciera querer sostener, excepcionalmente, sino que es la regla, y que está instalado de forma (cuasi) permanente en el sistema democrático.
Gran parte del fundamento de todo lo antedicho quizá se encuentre en L?aperto: L?uomo e l?animale (1). Este libro está dividido en 20 capítulos relativamente breves en los que, siguiendo las huellas de Heidegger y de Bataille, entre otros, Agamben se interna en las reflexiones que se preocupan por diferenciar lo humano de lo animal. Así, abordará la perturbadora indefinición que rodea al concepto de "vida", utilizará a la garrapata (en uno de los capítulos más sorprendentes del libro) para problematizar nuestra precomprensión del mundo animal, y tratará de establecer una relación entre el aturdimiento animal y el aburrimiento profundo humano. La intención de Agamben es la de deconstruir el funcionamiento de lo que él llama la máquina antropológica. Es decir, la tendencia a pensar el hombre "como la articulación y la conjunción de un cuerpo y de un alma, de un viviente y de un logos, de un elemento natural (o animal) y de un elemento sobrenatural, social o divino. Tenemos que aprender, en cambio, a pensar el hombre como lo que resulta de la desconexión de estos dos elementos, y no investigar el misterio metafísico de la conjunción, sino el misterio práctico y político de la separación". Porque "trabajar sobre estas divisiones, preguntarse en qué modo -en el hombre- el hombre ha sido separado del no-hombre y el animal de lo humano es más urgente que tomar posición acerca de las grandes cuestiones, acerca de los denominados valores y derechos humanos".(c) LA GACETA
(1) Lo abierto. El hombre y el animal, de Giorgio Agamben. Adriana Hidalgo Editora, Bs. As., 2006.
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