31 Agosto 2003
La editorial Losada, a quien tanto debe la conciencia literaria de nuestro país, reverdece sus antiguos laureles con estas cuidadas publicaciones de dos de los mayores y venerados maestros de la lírica y la tragedia: Safo y Sófocles. Y no es casual que esta obra surgiera y se desarrollara entre los siglos VII y VI a. C. en el primer caso, y en el V, en el segundo, como dos ejemplos supremos de la literatura griega.
Son muchas más las conjeturas que los datos ciertos acerca de la existencia real de la poetisa, nacida en la isla de Lesbos, frente a las costas de Asia Menor. Sus poemas, obsesivamente centrados en la pasión amorosa, le han otorgado una fama sexualmente equívoca. Quizás sus aficiones en este sentido no fueran demasiado ortodoxas, a pesar de que la tradición la retrata, en una de sus fuentes, como fea y bajita. Pero los griegos de la época tenían al respecto una visión bastante diversa de la acuñada en la civilización judeo-cristiana. De todos modos, los fragmentos elegidos y traducidos dignamente al castellano por Pablo Ingberg, muestran la sutileza y la precisión de sus imágenes, como también la pasión física y espiritual que fluye por sus versos.
No por nada se inspiraron en su poesía (recogida fervorosamente por poetas latinos del fuste de Catulo y Ovidio, aparte de los comentarios e imitaciones previas de sus compatriotas) quienes abrevaron en los papiros de entonces, múltiplemente copiados, deformados y destruidos por el paso del tiempo en su mayor parte. Lo conservado, sin embargo, parte mínima del original, confirma su indiscutible primacía entre los poetas griegos de sexo femenino. Baste si no, el que comienza: "Inmortal Afrodita de trono colorido", transcripto en forma completa y en carácter de excepción con respecto al resto de los fragmentos conservados. Lo menos que puede decirse es que el profesor Ingberg ha salido airoso de la ardua tarea que se propuso.
De las siete tragedias de Sófocles que la tradición nos ha hecho llegar, la crítica considera a Edipo rey y a Antígona como las más perfectas, tanto por su estructura como por su temática puesta en acción y por un lenguaje inspirado en una alta y mesurada poesía, lejos de las hipérboles estáticas de Esquilo y de la retórica psicologista de su sucesor Eurípides. Sófocles compuso más de cien tragedias, pero las siete que se salvaron muestran los frutos maestros de una evolución que, sin dejar de lado su origen religioso-ritual, encaran frontalmente conflictos excepcionales entre los humanos, desarrollados también en términos humanos. Lo que vale en especial para las aquí reseñadas.
Aun sin el doctor Freud, Edipo se destaca sobradamente como un rosario de situaciones límites. Mientras que Antígona revela el choque, insoluble, entre dos tipos de legalidades antagónicas y permanentes, según es notorio. Todo esto contribuye a otorgarles validez intemporal a unas historias que, si bien conocidas por los griegos de la época de Sófocles, recibieron, mediante su tratamiento genial el sello de lo sencillamente insuperable.
La tarea de traductor de Pablo Ingberg muestra a un hondo conocedor de la lengua griega y, felizmente, a un diestro artífice del difícil trasvasamiento a un castellano de aproximada eficacia artística. (c) LA GACETA
Son muchas más las conjeturas que los datos ciertos acerca de la existencia real de la poetisa, nacida en la isla de Lesbos, frente a las costas de Asia Menor. Sus poemas, obsesivamente centrados en la pasión amorosa, le han otorgado una fama sexualmente equívoca. Quizás sus aficiones en este sentido no fueran demasiado ortodoxas, a pesar de que la tradición la retrata, en una de sus fuentes, como fea y bajita. Pero los griegos de la época tenían al respecto una visión bastante diversa de la acuñada en la civilización judeo-cristiana. De todos modos, los fragmentos elegidos y traducidos dignamente al castellano por Pablo Ingberg, muestran la sutileza y la precisión de sus imágenes, como también la pasión física y espiritual que fluye por sus versos.
No por nada se inspiraron en su poesía (recogida fervorosamente por poetas latinos del fuste de Catulo y Ovidio, aparte de los comentarios e imitaciones previas de sus compatriotas) quienes abrevaron en los papiros de entonces, múltiplemente copiados, deformados y destruidos por el paso del tiempo en su mayor parte. Lo conservado, sin embargo, parte mínima del original, confirma su indiscutible primacía entre los poetas griegos de sexo femenino. Baste si no, el que comienza: "Inmortal Afrodita de trono colorido", transcripto en forma completa y en carácter de excepción con respecto al resto de los fragmentos conservados. Lo menos que puede decirse es que el profesor Ingberg ha salido airoso de la ardua tarea que se propuso.
De las siete tragedias de Sófocles que la tradición nos ha hecho llegar, la crítica considera a Edipo rey y a Antígona como las más perfectas, tanto por su estructura como por su temática puesta en acción y por un lenguaje inspirado en una alta y mesurada poesía, lejos de las hipérboles estáticas de Esquilo y de la retórica psicologista de su sucesor Eurípides. Sófocles compuso más de cien tragedias, pero las siete que se salvaron muestran los frutos maestros de una evolución que, sin dejar de lado su origen religioso-ritual, encaran frontalmente conflictos excepcionales entre los humanos, desarrollados también en términos humanos. Lo que vale en especial para las aquí reseñadas.
Aun sin el doctor Freud, Edipo se destaca sobradamente como un rosario de situaciones límites. Mientras que Antígona revela el choque, insoluble, entre dos tipos de legalidades antagónicas y permanentes, según es notorio. Todo esto contribuye a otorgarles validez intemporal a unas historias que, si bien conocidas por los griegos de la época de Sófocles, recibieron, mediante su tratamiento genial el sello de lo sencillamente insuperable.
La tarea de traductor de Pablo Ingberg muestra a un hondo conocedor de la lengua griega y, felizmente, a un diestro artífice del difícil trasvasamiento a un castellano de aproximada eficacia artística. (c) LA GACETA