21 Julio 2002
Obra extensa y poco conocida (1), Alberdi la define como el resumen de su vida pública, en la que se propone cuál es la forma de gobierno más capaz de dar a la América del Sur, el orden, la libertad y el progreso que ha buscado en vano durante cincuenta años por la forma republicana. (p. 61).
Declara que: "Con la edad, mis opiniones y mis juicios se han debilitado y modificado, con respecto a los hombres; se han completado y fortificado con respecto a los principios y a los intereses que han producido la revolución" (p. 59). "La república ha sido y es el pan de los Presidentes, el oficio de vivir de los militares, la industria de los abogados sin clientes y de los periodistas sin ciencia... y la máquina de amalgamación de todas las escorias. La ocupación única de sus gobiernos se reduce a no caer. Vivir es todo su fin y su victoria" (p. 194 y 195).
Distingue bien entre los principios básicos de los hombres que gestaron la Revolución de América y la eficacia de las formas de gobierno para asegurarlos. Pero "llamar dogma a la república para hacerla indiscutible es un sacrilegio tan gratuito, como lo sería el dar ese mismo nombre a la monarquía". (p. 68).
Si la América está destinada a representar el porvenir del mundo, ese porvenir, esa novedad, esa grande originalidad en política, es la monarquía democrática. Tal es el gobierno que por su novedad conviene al nuevo mundo (p. 219), afirma, para luego preguntarse: ¿Es traición a la república, la monarquía? Alberdi responde: si se toma la palabra república como una forma de gobierno, esta no ha sido consagrada por ninguno de los actos capitales de la revolución argentina: ni el acta de mayo de 1810 ni la de julio de 1816. (p. 148 y 149).
Insistentemente invoca las ideas monarquistas de los próceres de la Independencia y dedica el capítulo V a transcribir, con importantes observaciones históricas, las opiniones de Belgrano, de los congresistas de Tucumán, de Rivadavia, Sarratea, San Martín, Bolívar, Alvear, Moreno, Pazos, etc. (p. 275 a 301). Ello no quita que, con un claro espíritu revisionista, exprese opiniones sobre San Martín y Bolívar que hoy escandalizarían a más de uno. "Acostumbrado a la fábula, nuestro pueblo no quiere cambiarla por la historia. Toma la verdad como insulto. No quiere que sus guerreros sean hombres, sino héroes o semidioses". (p. 84).
Se apoya en la experiencia de Inglaterra, que "ha probado con los hechos de su historia que la monarquía no sólo es paz (sinónimo de gobierno eficaz), sino la libertad. De todos los pueblos sujetos a un rey el menos sujeto es el de Inglaterra" (p. 258). Refiriéndose a Francia: "El imperio es la paz, dijo Napoleón III, al salir de la república turbulenta de 1848, y los hechos le han dado la razón" (p. 258).
Respecto de los EE.UU. afirma que imitarlos es respetar la soberanía nacional, atraer a los europeos por millares, ocuparse de su propio progreso, respetar la prensa libre, no suspender la Constitución por ningún motivo, no construir y reconstruir la nación cada cinco años al paladar de cada presidente (p. 386 y 387).
Con su espíritu polémico, pareciera contradecirse advirtiendo que la monarquía no es todo el remedio de una mala república: "La monarquía y la república no son el gobierno, sino la forma del gobierno. En cualquier forma en que un pueblo se gobierne, si él se gobierna a sí mismo, es gobierno libre y pueblo libre". (p. 257).
Parece un precursor de la globalización al hablar de la interdependencia de los países y propiciar un "gobierno a la europea" (la civilización y la modernidad de entonces). "No son dos mundos, como dice la expresión figurada, sino dos partes de un solo mundo geográfico y político". (p. 142).
Un Gobierno Americano a la Europea es: 1) Gobierno fuerte, "no hay orden ni paz donde no hay gobierno fuerte. Gobierno fuerte significa país fuerte"; 2) Centralismo político: la descentralización fue un arma de circunstancia para destruir el gobierno español... pero esa manía de federación, es la desgraciada causa que mantiene hoy en anarquía todo aquel continente. A esas dos condiciones agrega: 3) Derecho de Intervención: que se justifica cuando un país carece de gobierno y se muestra incapaz de constituirlo. Una intervención europea sería beneficiosa para ellos, siempre que tuviera por base el respeto de la independencia y de la soberanía de sus pueblos. Ese respeto es lo que diferencia la intervención de la conquista. (cfr. p. 366 a 387 y 391 a 411).
Creo que nadie podría responsabilizarlo de querer legitimar lo que en lenguaje moderno denominaríamos nuevas formas de neocolonialismo o ciertas prácticas de explotación que generan nuevas formas de pobreza. Alberdi creía fervorosamente en los principios económicos liberales, a los que sostuvo invariablemente.
Alberdi versus Alberdi. Esta obra también depara una sorpresa al lector más avezado. En 1867, tres años después de haberla terminado, escribe un insólito colofón: "Los experimentos realizados en las dos Américas... han modificado profundamente mis ideas en la materia... El que juzgase por ellos de mis ideas actuales, se engañaría totalmente. Creo siempre que la civilización de Sud América no ha de ser sino la civilización de la Europa aclimatada en esa parte del Nuevo Mundo; pero dudo que esa aclimatación envuelva la del gobierno monárquico...". (p. 535).
Este libro nos muestra a un Alberdi reflexivo, erudito, polémico y contradictorio, pero siempre propenso al compromiso. Poseedor de una rica información sobre su tiempo histórico, realizó el esfuerzo de racionalizarla a partir de sus propias creencias. Nos enseña que todos llevamos con nosotros un equipaje de credos y de convicciones que no siempre nos animamos a examinar. Esta es la gran lección para los argentinos de hoy, preocupados por revitalizar la república y su estilo de gobierno, en concordancia con las exigencias del bien común.
(c) LA GACETA1) ALBERDI, Juan Bautista: La Monarquía como mejor forma de gobierno en Sud América; 535 páginas, Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1970.
Declara que: "Con la edad, mis opiniones y mis juicios se han debilitado y modificado, con respecto a los hombres; se han completado y fortificado con respecto a los principios y a los intereses que han producido la revolución" (p. 59). "La república ha sido y es el pan de los Presidentes, el oficio de vivir de los militares, la industria de los abogados sin clientes y de los periodistas sin ciencia... y la máquina de amalgamación de todas las escorias. La ocupación única de sus gobiernos se reduce a no caer. Vivir es todo su fin y su victoria" (p. 194 y 195).
Distingue bien entre los principios básicos de los hombres que gestaron la Revolución de América y la eficacia de las formas de gobierno para asegurarlos. Pero "llamar dogma a la república para hacerla indiscutible es un sacrilegio tan gratuito, como lo sería el dar ese mismo nombre a la monarquía". (p. 68).
Si la América está destinada a representar el porvenir del mundo, ese porvenir, esa novedad, esa grande originalidad en política, es la monarquía democrática. Tal es el gobierno que por su novedad conviene al nuevo mundo (p. 219), afirma, para luego preguntarse: ¿Es traición a la república, la monarquía? Alberdi responde: si se toma la palabra república como una forma de gobierno, esta no ha sido consagrada por ninguno de los actos capitales de la revolución argentina: ni el acta de mayo de 1810 ni la de julio de 1816. (p. 148 y 149).
Insistentemente invoca las ideas monarquistas de los próceres de la Independencia y dedica el capítulo V a transcribir, con importantes observaciones históricas, las opiniones de Belgrano, de los congresistas de Tucumán, de Rivadavia, Sarratea, San Martín, Bolívar, Alvear, Moreno, Pazos, etc. (p. 275 a 301). Ello no quita que, con un claro espíritu revisionista, exprese opiniones sobre San Martín y Bolívar que hoy escandalizarían a más de uno. "Acostumbrado a la fábula, nuestro pueblo no quiere cambiarla por la historia. Toma la verdad como insulto. No quiere que sus guerreros sean hombres, sino héroes o semidioses". (p. 84).
Se apoya en la experiencia de Inglaterra, que "ha probado con los hechos de su historia que la monarquía no sólo es paz (sinónimo de gobierno eficaz), sino la libertad. De todos los pueblos sujetos a un rey el menos sujeto es el de Inglaterra" (p. 258). Refiriéndose a Francia: "El imperio es la paz, dijo Napoleón III, al salir de la república turbulenta de 1848, y los hechos le han dado la razón" (p. 258).
Respecto de los EE.UU. afirma que imitarlos es respetar la soberanía nacional, atraer a los europeos por millares, ocuparse de su propio progreso, respetar la prensa libre, no suspender la Constitución por ningún motivo, no construir y reconstruir la nación cada cinco años al paladar de cada presidente (p. 386 y 387).
Con su espíritu polémico, pareciera contradecirse advirtiendo que la monarquía no es todo el remedio de una mala república: "La monarquía y la república no son el gobierno, sino la forma del gobierno. En cualquier forma en que un pueblo se gobierne, si él se gobierna a sí mismo, es gobierno libre y pueblo libre". (p. 257).
Parece un precursor de la globalización al hablar de la interdependencia de los países y propiciar un "gobierno a la europea" (la civilización y la modernidad de entonces). "No son dos mundos, como dice la expresión figurada, sino dos partes de un solo mundo geográfico y político". (p. 142).
Un Gobierno Americano a la Europea es: 1) Gobierno fuerte, "no hay orden ni paz donde no hay gobierno fuerte. Gobierno fuerte significa país fuerte"; 2) Centralismo político: la descentralización fue un arma de circunstancia para destruir el gobierno español... pero esa manía de federación, es la desgraciada causa que mantiene hoy en anarquía todo aquel continente. A esas dos condiciones agrega: 3) Derecho de Intervención: que se justifica cuando un país carece de gobierno y se muestra incapaz de constituirlo. Una intervención europea sería beneficiosa para ellos, siempre que tuviera por base el respeto de la independencia y de la soberanía de sus pueblos. Ese respeto es lo que diferencia la intervención de la conquista. (cfr. p. 366 a 387 y 391 a 411).
Creo que nadie podría responsabilizarlo de querer legitimar lo que en lenguaje moderno denominaríamos nuevas formas de neocolonialismo o ciertas prácticas de explotación que generan nuevas formas de pobreza. Alberdi creía fervorosamente en los principios económicos liberales, a los que sostuvo invariablemente.
Alberdi versus Alberdi. Esta obra también depara una sorpresa al lector más avezado. En 1867, tres años después de haberla terminado, escribe un insólito colofón: "Los experimentos realizados en las dos Américas... han modificado profundamente mis ideas en la materia... El que juzgase por ellos de mis ideas actuales, se engañaría totalmente. Creo siempre que la civilización de Sud América no ha de ser sino la civilización de la Europa aclimatada en esa parte del Nuevo Mundo; pero dudo que esa aclimatación envuelva la del gobierno monárquico...". (p. 535).
Este libro nos muestra a un Alberdi reflexivo, erudito, polémico y contradictorio, pero siempre propenso al compromiso. Poseedor de una rica información sobre su tiempo histórico, realizó el esfuerzo de racionalizarla a partir de sus propias creencias. Nos enseña que todos llevamos con nosotros un equipaje de credos y de convicciones que no siempre nos animamos a examinar. Esta es la gran lección para los argentinos de hoy, preocupados por revitalizar la república y su estilo de gobierno, en concordancia con las exigencias del bien común.
(c) LA GACETA1) ALBERDI, Juan Bautista: La Monarquía como mejor forma de gobierno en Sud América; 535 páginas, Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1970.
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